El dragón cincuenta y uno

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Supe de Heywood Broun por una antología de autores católicos —Stories of Our Century— que le compré a un vendedor de libros viejos. Los tenía amontonados en la acera, junto a unas cajas igualmente llenas. Estuve casi una hora revisando y terminé llevándome unos cuantos a muy buen precio.

El dragón cincuenta y uno estaba entre los primeros cuentos de la antología y lo leí con avidez. Me pregunté cómo era posible que no hubiera oído sobre este autor. Busqué información. Broun fue un periodista, comentarista deportivo y editor estadounidense. Murió en 1939, a los cincuenta y un años, en la misma ciudad que lo vio nacer: New York.

La historia en cuestión se desarrolla en una academia para caballeros donde, entre otras cosas, se aprende a matar dragones. Nuestro héroe, el joven Gawaine, se había destacado entre los alumnos por su extrema cobardía. El director y el profesor asistente discutieron el caso. Se valoró la expulsión como una posible salida.

Sin embargo, el director no se dio por vencido. Decidió probar con una palabra mágica. Por experiencia sabía que hacían milagros.

A partir de ese momento Gawaine fue otra persona. Empezó a matar dragones con ayuda de la palabra mágica que siempre pronunciaba antes del ataque. Se hizo temible, famoso. Hasta que un día la olvidó por unos segundos. Los suficientes para que el dragón que tenía enfrente lo supiera. Gawaine apenas tuvo tiempo. Recordó la palabra, pero no pudo pronunciarla. Aun asíd ecapitó al dragón. Asombrado por los hechos fue a pedirle explicaciones al director.

“El director se rió.

—Me alegra que te hayas dado cuenta —le dijo—. Te hace más héroe. ¿No lo ves? Ahora sabes que fuiste tú quien mató esos dragones y no esa palabrita tonta.

Gawaine frunció el entrecejo.

—¿Entonces no fue la palabra mágica? —preguntó.

—Por supuesto que no —dijo el director—, estás muy viejo para creerte eso. Las palabras mágicas no existen.

—Pero usted me dijo que era mágica —protestó Gawaine—. Usted me dijo que era mágica y ahora dice que no lo es.

—No era mágica en un sentido literal —respondió el director—, pero era mucho más maravillosa que eso. La palabra te dio confianza. Borró tus miedos. Si no te la hubiera dado podrías haber muerto en el primer encuentro. Fue tu hacha quien lo hizo.

Gawaine sorprendió al director con su actitud. Estaba obviamente afectado por la explicación. Interrumpió un largo discurso filosófico y ético del director: “Si yo no los hubiera golpeado tan fuerte y rápido cualquiera de ellos me habría aplastado como una…”

Gawaine no encontraba la palabra.

—Cáscara de huevo —sugirió el director.

—Como una cáscara de huevo —asintió Gawaine, y repitió la frase varias veces”.


Descargue aquí la historia en inglés: The Fifty-First Dragon

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