Desde que nacemos hasta que morimos
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Todos tenemos madre. Nadie se atreve a decir que tuvo madre. Tenemos madre desde que nacemos hasta que morimos, porque las madres nunca están ausentes.
Aunque según el argot cubano hay gente que no tiene madre, jjj. Pero esos son una raza aparte, una especie peculiar.
Nosotros, los seres sintientes, venimos y nos vamos del mundo adorando a la mujer más bella, cálida, y divina que nos será dado conocer: nuestra propia madre.
Ella, de una manera profunda y visceral, configura nuestra identidad personal. Jugando con el refrán, el exquisito poeta dijo:
«Enséñame el rostro de tu madre y te diré quién eres».
Y el peligroso emperador aseguró:
«El porvenir de un hijo es siempre obra de su madre».
Por eso es que muchos cubanos creemos en la Virgen de la Caridad del Cobre, María, Madre de Dios que ha escuchado tantas súplicas y labrado tantos porvenires.
En nuestra novela cubana común tuvimos a la “Madre Patria”, leímos a ‘Madre Coraje’ y ahora, en esta época de conexiones digitales y aldea global, interactuamos con ‘Matrix’. Si se me permite el tuteo y trato familiar, yo la llamo con el mote cariñoso de Mom. De forma ambigua, claro está, porque en mi relación con ella me sucede como a Groucho: «Mi madre adoraba a los niños. Ella hubiera dado cualquier cosa porque yo hubiese sido uno».
Hay hijos raros, la verdad. Como un loco amigo fotógrafo que le escribió a su madre estos versos:
Del cielo cayó un pañuelo
bordado de mil colores
y en cada punta decía
“Madre felicidores”
Quienes vimos en la TV aquel programa humorístico televisivo titulado Si no fuera por mamá nos divertimos con los modos en que Mamá (Marta del Río) ponía orden dentro de la casa y revertía todo aquel caos cotidiano.
En la actualidad, las madres cubanas, ocupadas en conseguir la leche para el niño, la merienda para el niño, los forros de la libreta para el niño, etc, se apartan de aquella idea de que «La misión de la madre no es servir de apoyo sino hacer que ese apoyo sea innecesario».
Independencia y autodesarrollo debería ser la utopía de todo cariño materno. El hijo debe aprender a hacer las cosas por sí mismo: los tareas escolares, las decisiones personales, la elección del futuro, pero…«No cabe esperar que una madre enseñe a sus hijos costumbres diferentes a las suyas». OMG!!!
En consecuencia los niños padecen de mamitis y las madres padecen de mieditis.
Sin pretensión de caer en moralismos, una equilibrada actitud de madre hacia su hijo podría ser: tú para mí siempre serás más importante que yo si actúas pensando que yo soy más importante que tú. En el amor ideal no hay ego, sino transubstanciación: Dos personas que piensan (y actúan sintiendo) que el otro es más importante.
Pero la realidad no es ideal. Y lo sublime del amor de madre consiste en que no se cansan de ser nobles y sacrificadas aún cuando tengan hijos que no merezcan nobleza y sacrificio.
En verdad, ese es el verdadero amor. Como dijera Beethoven en su diario: “Sacrifícate sin esperanzas de gloria ni recompensa”. En justicia, reitero, es el gran amor, el amor transcendental que siempre se recuerda: «Si en los instantes tristes de mi vida pudiese entrever siquiera la sonrisa de mi madre, estoy convencido de que no conocería la desgracia».
Amor de sangre y médula, amor de fiera temeraria (las leonas se enfrentan al león si advierten que el rey de la selva se acerca con malas intenciones), el amor de madre no se parece a ningún sentimiento humano por complejo que este fuese. Sienten ternura, adoración, rabia, culpa y protección. Todo en el mismo paquete de regalo.
Les dejo a todos los hijos del mundo una frase atribuida a ese maestro de la literatura universal que parió muchísimas novelas:
Jamás en la vida encontraréis ternura mejor, más profunda, más desinteresada y más verdadera que la de vuestra madre”
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