Del Salón de la Ciudad 2024 y otros infortunios
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El Salón de la Ciudad vuelve al ruedo expositivo luego de varios años de mutismos. Tal decisión crea expectativas y entusiasma a muchos, pues se trata de recuperar el evento más aclamado y uno de los más antiquísimos de las artes visuales en Cienfuegos. La devaluación de los laureles, primero, y luego el acoso de la Covid 19 lanzaron al atolladero los destinos de esta justa, que oportunamente se producía durante los aniversarios de la Fernandina de Jagua. Se procura la reanimación, pero… La vida cultural ha evolucionado y con ella los entibos que seducen a artistas y públicos. ¿Qué sucedió con la reciente convocatoria?
I
A todas luces, no es suficiente tener las voluntades para lograr el súper objetivo: el desarrollo del imaginario visual. El resultado fue decadente a razón de la premura, debido a la ausencia de un diseño de evento capaz de estimular la participación de los exponentes de la vanguardia (salvo a casos contados; un poco de la retaguardia) y un cuerpo de textos visuales inéditos y vigorosos. No podemos darnos el lujo de clonar recetas o formularios. Los tiempos evolucionan y exigen novedad e indagación, toda vez que se necesitan las claves para inspirar a los artistas y trazar las coordenadas de un arte que, paradójicamente, se comporta mejor fuera del salón de marras.
Los primeros impactos suceden ante la inexistencia de un cartel que anuncie la muestra colectiva, identifique el título del evento, y comparta la identidad visual que le es inherente. Por otro lado, tampoco se consumó un catálogo que mostrase las regularidades de la exposición, los juicios de valor que permitan cualificarlo y sistematizarlo, al tiempo que ofrezca las señas de los creadores en concurso y otras anotaciones. La presentación del salón, a su vez, fue irregular, llena de accidentes, deslices históricos (como el afirmar que Daniel Anton recién era menor de edad a raíz de una expo que no llegó a realizarse, cuando dejó de serlo antes de graduarse de la Escuela de Arte Benny Moré), de citas disgregantes que, en un final esquivaban deliberadamente una verdad pública y visible: el Salón de la Ciudad es un fiasco. Y es que, no hubo seguimientos, a última hora se convocaron a algunos artistas notorios para que presentasen piezas, cuyos textos merecían ser premiados de algún modo; otro grupo se conformó con traer obras recién expuestas en nacientes proyectos o muestras personales para “cumplir” con el llamado.
Esta clase de salón exigía un equipo curatorial (lo tenía en rigor, dos titulados en historia del arte) que mantuviera en la mira los potenciales rivales del evento, sus proyectos, que contribuyera a la organización y apremio de los procesos; asimismo, que asumiera la selección de las obras a emplazar en la puesta final. La falsa democracia de las oportunidades no solo es perniciosa (la presencia en un evento debe ser merecido, no fruto de la sobreprotección), sino que quiebra el valor de aquellas obras que tienen alguna redondez e integridad. Los hubo (no quiero mencionar nombres para respetar las canas) que se presentaron con “objetos tridimensionales no identificados”, haciendo el más vergonzoso de los ridículos. No hubo previsión y los comisarios fueron llamados también a última hora, cometiendo más bien la museografía, no la probidad de la alocución curatorial. El mal estaba condicionado.
No estoy seguro de cuáles fueron los criterios museográficos; empero, hay imprecisiones en el ordenamiento y la dialogía de las obras (no hablo del montaje, que en general es digno), sino de las conexiones entre los textos, los planos de jerarquización y los detalles documentales (los pie de exponentes, por caso). Me explico. Los nexos entre los textos artesanales, que no debieron entrar en la muestra (no porque rechacemos la artesanía, sino por la naturaleza histórica del salón, abocado al arte de vanguardia), y los artísticos resultaron forzados e ineficaces en la puesta visual, de tal modo que la voz popular afirma críticamente que se trata del Salón de la ACAA. Y no es que numéricamente predomine lo artesanal, sino que hubo un estado de anarquía en la distribución. Buscando cierto equilibrio compositivo, dejados arrastrar por cierta situación estética, se sacrificó la idea como soporte de esta museografía derivativa; los comisarios tuvieron que hacer magia con lo que tenían a mano.
Hubo una saturación de piezas tridimensionales, que terminan por taponar el paso fluido de los públicos, una comunión de fabulados vacíos, hedonistas, a veces pretenciosos y un mal uso de los diafragmas cuando los hubo (Se sabe que hay carencias muchas, pero cuando el artista se inserta en esta clase de justa debe analizar el nivel de accesibilidad, asequibilidad y novedad, antes de decidir participar). Es hora que las instituciones implicadas precisen en sus cuentas un apartado para los montajes (puntillas, marcos, hilos, etc.). No debe seguir sucediendo que los montadores, artistas o algunos directivos pongan de sus bolsillos los peculios para cubrir estos materiales. Los hacedores deben acabar de convencerse que todo lo que rodea la obra forma parte de ella, desde las paredes (pintadas o no) hasta los marcos, los acrílicos o cristales y los pies de exponentes.
No voy a referirme a la decisión de los premios, pues esta es una función irrefutable, toda vez que cada jurado es una isla. Empero, en medio del salón hay obras tal vez no tan impactantes pero si de notable factura que no fueron ni mencionadas (textos de Rafael Cáceres, Alexander Cárdenas, Néstor Vega o José Basulto, por ejemplo). ¿Alguna estrategia para estimular a las juventudes? ¿Decidieron los artistas de vanguardia presentarse fuera de concurso? No lo sé, pero… ¿Es lícito que en un espacio tan reducido más del 30 por ciento de las obras estén en calidad de invitadas? ¿Cómo el público puede distinguir a unas de otras?
II
Tras entregarse el merecido Premio de las Artes Plásticas al veterano Elías Acosta Pérez, el jurado otorgó los tres lauros del Salón. En este cordelero figuran el joven fotógrafo Frank Daniel Rodríguez García con su serie Libres, una revisitación de la instantánea live cubana de los años 90 con el tema de los infantes, en la que el artista explora con cierto tino la profundidad de campo, la difracción, luminosidad y temperatura del registro monocromático, todo en función de las atmósferas. Solo se recomienda mayor precisión en la exposición y la baja intensidad lumínica, pues se diluye la relación entre campo y contracampo por debilidad de los contrastes. Frank Daniel seguramente nos dará buenas noticias en el futuro; sería conveniente que reciba la cobija de la AHS y mantenga un ritmo de exposiciones.
El siguiente premiado es Carlos Alejandro Castillo, pintor que destaca con la obra Inmersión, suerte de alegoría en torno a la ciudad y su imaginario, que nos anticipa la poética de este fabulador sobre la urbe como tema, los elementos identitarios y su lugar en los circuitos de exposición. No es fortuito que se interese por el arte de la restauración. Aún urge de cierta flexibilidad técnica en el dibujo, pero pudiera ascender con un tipo de expresión antropológica.
El tercer encomiado es el artesano Moisés Heredia, fundador del grupo Tarea al Sur, quien concibe un homenaje a Cienfuegos a través de la talla en madera, aprovechando la textura y propia morfología del material. Sin dudas, es una de sus mejores piezas de por vida. El relato visual tiene cierto encanto y reedita las capacidades narrativas de presuntos componentes arquitectónicos.
Es hora que los organizadores reconsideren el entibo de los premios. Esa reformulación implica un cambio de pensamiento. No es oportuno tributar al arte con especies (aunque sean necesarias); es un sentido de valor que desacredita al arte en sí, pues estos “galardones” no garantizan la continuidad de los procesos creativos, ni siquiera otorga una perspectiva moral al reconocimiento, solo ofrece un coto de saciedad económica que vulgariza lo que debe ser un subrayado al mérito.
III
No es el propósito desanimar o herir a quienes pusieron todas sus ilusiones para recuperar este proyecto. El Salón lo merece; pero convendría superar estos y otros infortunios para que el esfuerzo y los recursos se multipliquen en una dimensión cultural. Se trata solo de organizar mejor el proceso, que debe iniciarse en cuanto termine la justa del año anterior, de diseñar los posibles efectos y estímulos en los mejores creadores locales, de todas las generaciones, para que la muestra sea modélica de la vanguardia plástica sureña. Existen otros salones que pueden acoger a los perfiles más tradicionales; no hay necesidad de traicionar la historia del que otrora fue el más potente de los eventos visuales, al menos hasta el 2005. Igual, las funciones curatoriales han de dinamizarse y los comisarios deben dar seguimiento a los potenciales concursantes para certificar anticipadamente la calidad de la justa.
Está a tiempo de presenciar esta muestra colectiva en la Galería Boulevard, de Cienfuegos, creada por Mateo Torriente en 1963. Vista hace fe.
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