Con Tony y muchos en la cima de Cuba

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El 2 de abril, cuando el puñadito de cenizas de Tony nos convocó en la funeraria de Ciego Montero y el cementerio de Arriete, me sorprendió la noticia de que, entre el cuidado archivo dejado en su casa de la carretera del Junco, existían unas fotos del Turquino.

De una aventura juvenil en el pico más alto de Cuba, para ser más preciso.

Allí mismo mi memoria viajó a una velocidad Mach 9 hasta la última semana de aquel julio de 1973, cuando un batallón de imberbes escalamos la cima donde la patria toca la gloria con sus húmedas manos de nubes.

Y me propuse buscar aquellas imágenes que me imagino Tony cazó con una sencilla y pequeña cámara de rollo, lo propio de aquellos benditos tiempos analógicos.

Cuando su hermana Pura me las prestó un mes después tenía la esperanza de aparecer en alguna de ellas. Y a lo mejor aún conservo un resquicio de fe. Pero en las cartulinas en blanco y negro, de dos pulgadas por tres y patinadas por casi medio siglo, cuando se trata de un plano general son cabecitas de alfiler lo que salta a la vista.

De todas formas, me anima el hecho de haber participado de aquella escalada por los trillos de la leyenda hasta el busto de Martí que Celia subió en parihuela para que la cumbre de Cuba oliera más a patria.

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Con Tony me encontré en la Ciudad Escolar Abel Santamaría, de Santa Clara, donde en la mañana del domingo 22 concentraron a los muchachos de Las Villas que integraríamos la Columna Estudiantil Frank País.

A los dos debió sorprendernos el inesperado encuentro. A él lo habían elegido en el Yabú, donde había terminado el año inicial de la carrera como miembro del Primer Contingente del Destacamento Pedagógico. A mí en la secundaria Gil Augusto González, de Palmira, recién cumplida la pequeña meta del noveno grado.

Del antiguo regional Cienfuegos recuerdo que completaron la pequeña comitiva alpinista la rodense Marilín Tamame y la perlasureña Silvia Vázquez.

Un viaje nocturno, e inédito para mí, por la Carretera Central a bordo de una guagua Hino, de las que les decían ortopédicas, nos depositó al amanecer del 23 en la Universidad de Oriente, al borde mismo de la “rebelde ayer, hospitalaria hoy, heroica siempre”. La cuna de Heredia, Maceo y Frank.

A falta hoy del cuaderno azul que nos dieron para llevar un diario de aquellos días, y que lamentablemente extravié en algún vericueto de la vida, apelo a lo que quedó escrito en las veleidosas páginas de la memoria. Ah, aquel sábado triste-alegre del último abril en nuestro terruño, de funeraria en una mitad y cementerio en la otra, también supe de la conservación del diario de Tony en su cuidado archivo personal.

Por aquellos días Santiago reverberaba como siempre, pero a su fama de horno caribeño e intramontano añadía entonces la efervescencia de la inminente celebración de los 20años del asalto con escopetas al segundo cuartel de la Isla.

Los anfitriones de la Columna quisieron, y lograron, mostrarnos la capital oriental en todo el esplendor de la mezcla de naturaleza y obra humana. Cuatro días de ajetreo que representaron el mejor curso de Historia de Cuba imaginado.

Sin poder precisar el orden cronológico, transito hoy por las principales estaciones de un viaje a los altares orientales de la patria. El Moncada, Santa Ifigenia, la casita de los País García, el callejón del Muro, el Castillo de San Pedro del Morro, Enramadas abajo y Padre Pico arriba. Quizás también Cayo Granma, cuya certeza se me pierde en la telaraña del tiempo ido.

De las actividades por el 26 estuvimos en la inauguración del parque Abel Santamaría, cómo olvidar el primer chorro de agua que sostiene sobre sus hombros el cubo de hormigón en memoria del Elegido de la canción, “el más generoso, querido e intrépido y querido” de su generación. Y en la gala cultural y el propio acto central.

La gala tuvo por escenario gigante el estadio Guillermón Moncada. En la banda de primera base donde nos ubicaron también estaba Fidel.

Mientras caía la tarde del 26 llegamos a la explanada frente al cuartel con sus sillas alineadas como si fueran soldados en formación. Del acto la memoria rescata una frase y es suficiente: “Desde aquí te decimos Rubén, el 26 de julio fue la carga que tu pedías”, selló su discurso el orador después de recitar una estrofa de aquel poeta que destrozaba, despreciaba, regalaba y olvidaba sus versos porque le interesaban tanto la justicia social a la mayoría de sus colegas.

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El alba del 27 nos saludó a bordo de una caravana de camiones, Zil de guerra le llamaban, que serpenteaba por la carretera costanera, entre las faldas de la Maestra y las aguas más lindas del mundo, las azul y verde que anteceden a los abismos de la Fosa de Bartlett.

Lección de geografía e historia a la vez, porque a la izquierda emergían los restos de la escuadra española del almirante Cervera hundida 75 años antes por la de su colega gringo William Sampson. Seis fantasmas de hierro que en su momento de gloria respondieron por Infanta María Teresa, Vizcaya, Cristóbal Colón, Oquendo, Furor y Platón miraban pasar a los soldados de las aulas que iban a coronar un sueño de boy scouts de nuevo tipo.

Una parada a media mañana ante el monumento que en El Uvero recuerda el combate que marcó la mayoría de edad del Ejército Rebelde, y en la tarde temprana la columna acampaba en su “base de operaciones”, Ocujal del Turquino.

A las cinco de la mañana del 28 de julio comenzó la escalada. Oficiales del Ejército Oriental hacían de guías, y empujadores cuando las fuerzas de los inexpertos montañeros flaqueaban. En los tramos más escabrosos del ascenso los guardias sacaban sus cantimploras y brindaban un trago estimulante que no era agua precisamente.

Paso de los Monos, Paso del Cadete, estaciones de la ruta con leyenda de trampa y peligro. A veces había que gatear entre piedras. El pico Cuba, antesala orográfica del Turquino, donde aguardaba el almuerzo, pero reservado para la bajada.

Helechos arborescentes, la humedad que acaricia el rostro, la temperatura más agradable de la isla. Una mirada a las espaldas tratando de divisar a Jamaica, que dicen se ve en los días más claros.

A las 11 de la mañana del último sábado de julio del 73 nadie en Cuba está más cerca del cielo que yo. En la pequeñísima explanada que corona la cima, Martí con su mirada de bronce pendiente siempre de la salida del sol, es una presencia que también convida a amar la tierra que pisan nuestras plantas.

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Francisco G. Navarro

Periodista de Cienfuegos. Corresponsal de la agencia Prensa Latina.

3 Comentarios en “Con Tony y muchos en la cima de Cuba

  • el 7 agosto, 2022 a las 2:22 pm
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    Linda crónica de tus memorias, querido Pancho, una generación que marcó los tiempos de Revolución nueva, imberbes muchachos que mucho hicieron por el desarrollo social de Cuba; historias como estas deben contarse todos los días, gracias por compartirla

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  • el 6 agosto, 2022 a las 1:56 pm
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    Dos años antes me tocó ese inolvidable periplo a mi con algunas diferencias. Terminaba yo el 8vo grado y fui seleccionado para integrar la Columna “26 de Julio”. En Santiago nos hospedaron en los camilitos de Santiago y prácticamente visitamos los mismos lugares y de los momentos inolvidables estuvo haber participado en el Carnaval santiaguero en la Plaza Marte y la Trocha. Los guías nuestros fueron sobrevivientes de la gesta del 26 de Julio. A nuestro grupo de tocó Pedro Trigo, hermano de Julio, mártir del Asalto al Moncada. Dentro de las anécdotas importantes y para imborrables estuvo haber compartido gran parte del trayecto en ascenso con el primer presidente de la FEEM (se fundó ese año) Jorge Aldereguía (EPD), una gran persona y de lejos se le veía esa madera de lider. En un momento de la subida por el Paso del Cadete administré mal mis energias y los recursos que nos dieron y gracias al camarógrafo de la TVC Rolando Lahera que gentilemente me regaló un “jupiña” pude recuperarme. El almuerzo, despues de descender del pico Real al cual llegué a las 10 y 25, fue en el pico Cuba, donde el discurso del evento lo pronunción el entonces Ministro de Educación, Belarmino Castilla Más. Fue una gran experiencia y para mi conocer Santiago, su gente, su hospitalidad y belleza ha sido impactante. Cuando llegamos a Santiago, también en la guaguas Hino que después serían destinadas al servicio urbano de la Habana y Santiago, estaba prendido todo el ambiente del Carnaval Santiaguero y recuerdo que paramos en el epicentro comercial de la ciudad y por la ventanilla aproveché para comprar conitos de serpentina. Le di a un niño un billete de 10 pesos (en aquellos años mucha plata) y el niño me trajo la serpentina y el vuelto. Eso también me impactó. El siguiente año me tocaba de nuevo ir, pero hubo contratiempos y mi participación en el Encuentro Nacional de Monitores me impidieron repetir la experiencia.

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    • el 6 agosto, 2022 a las 3:25 pm
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      Que bueno amigo mío. Grato saber que también compartiste esa experiencia única. Tu memoria mucho mejor que la mía. Que bueno salir del mismo semillero de gentes buenas, la Gil A. González. Un fuerte abrazo en la distancia.

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