Chile 2025: La elección que define la batalla continental contra la regresión neoliberal

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La elección presidencial de este domingo en Chile es crucial para el futuro regional, marcando la lucha entre la regresión neoliberal y la justicia social

Por: Jean Flores Quintana, Politólogo

Los pueblos latinoamericanos observan con atención crítica la contienda electoral chilena de este domingo 16 de noviembre. Lo que se dirime no es un mero cambio de mando, sino la capacidad de nuestra sociedad para sostener la senda de la justicia y resistir el embate de un proyecto que promueve una regresión profunda en derechos sociales y económicos.

La jornada es doblemente crucial: no solo se define el escenario presidencial que, con alta probabilidad, llevará a la candidata oficialista, Jeannette Jara, a una segunda vuelta contra un candidato reaccionario de derechas, sino que se establece la correlación de fuerzas en el Congreso, pieza clave para cualquier avance legislativo. En un escenario global marcado por el multipolarismo y el superciclo electoral latinoamericano, la disputa chilena es un capítulo fundamental en la batalla regional. Advertimos con profunda inquietud cómo las candidaturas de la derecha, amparadas en la retórica simplista del “orden” y la “mano dura”, articulan un programa de desmantelamiento estructural.

Desde una perspectiva de análisis estructural, lo que presenciamos es, en esencia, una “guerra de posiciones” en el sentido gramsciano. La derecha chilena lucha desesperadamente por restaurar la hegemonía que perdió tras la crisis de legitimidad continental. Es imperativo recordar que el alzamiento chileno de 2019 no fue un evento aislado: ese mismo año, el continente fue sacudido por una oleada de estallidos sociales —desde Ecuador y Colombia hasta Haití— que expusieron la fractura irrecuperable de los modelos neoliberales. La derecha busca anular la memoria de esa rebeldía popular, convencida de que solo así podrá restaurar su bloque histórico.

Su estrategia no se limita a ganar el poder formal, sino a conquistar el sentido común de las mayorías. Para ello, instrumentaliza los aparatos de hegemonía —medios, think tanks ultraconservadores y la lógica mercantil de la educación— para inocular un nuevo “bloque histórico” regresivo. La obsesión discursiva por el “orden” y la simplificación de la “seguridad” operan como un “sentido común” conservador que propicia la asimilación acrítica de amplios sectores. El relato central de reducir el Estado implica, para la élite, menos impuestos y la liberación de la inversión; pero para los sectores populares, significa convertir la protección social en una simple mercancía, la eliminación de servicios públicos vitales y la condena a la precariedad permanente. En síntesis, buscan liberar al Estado de su rol irrenunciable como garante de derechos universales.

El proceso electoral chileno es un eslabón clave en la intensa dinámica del ciclo electoral latinoamericano de 2025. Nuestra región está sumergida en una crisis orgánica donde las viejas élites han perdido la capacidad de liderazgo, y la polarización dificulta la consolidación progresista. El destino de Chile tiene resonancia directa con las disputas en Ecuador, Bolivia, Honduras y Argentina, donde se confirma el triunfo de una retórica populista de derecha, sostenida en la manipulación del miedo y el desvío de las urgentes agendas de derechos sociales y soberanía. Una victoria conservadora en Chile, por tanto, sería un espaldarazo significativo para la restauración neoliberal a escala continental.

En el tablero internacional, la disputa chilena cobra una dimensión geopolítica crucial marcada por el ascenso indetenible del multipolarismo. La derecha chilena se alinea, sin ofrecer matices ni autonomía, con el proyecto hegemónico de Estados Unidos. Esta subordinación se traduce en su postura refractaria ante el acercamiento a los BRICS, a cuyas instancias Chile ha sido invitado a observar. Mientras la integración a este bloque —liderado por China en términos de intercambio— representa una oportunidad histórica de autonomía estratégica y diversificación frente a un Occidente en declive, la derecha lo demoniza como una amenaza ideológica. Su postura es inequívoca: rechazan el BRICS porque lo perciben como un desafío al orden unipolar, ignorando que el grupo busca un orden internacional más justo y respetuoso para el Sur Global.

Esta subordinación ideológica es peligrosa y se manifiesta en su silencio cómplice ante los conflictos regionales. El asedio militar de Estados Unidos sobre Venezuela, con maniobras del Comando Sur cerca de sus costas, es una realidad que configura una profunda amenaza a la paz regional. La derecha latinoamericana no solo mantendría un silencio inaceptable ante estas agresiones, sino que las legitimaría bajo la narrativa de la lucha contra el narcotráfico, evadiendo la condena a la violación flagrante de la soberanía.

El llamado a la ciudadanía chilena es un imperativo histórico y civilizatorio. La derecha, en Chile y en la región, se alza como el principal obstáculo al progreso, y cuya experiencia solo ha generado más desigualdad, miseria y concentración de riqueza en una élite. Los pueblos latinoamericanos entienden que este voto es la acción directa para defender la soberanía nacional contra la regresión y el vasallaje geopolítico. Elegir el camino conservador es consolidar la crisis orgánica regional, someter a Chile al centro hegemónico y silenciar la voz que urge en la arena global. Nuestra decisión debe ser un grito por la dignidad, para proteger las conquistas históricas y para aportar a la construcción de un orden mundial genuinamente multipolar. El futuro de la patria y su rol en la historia de los pueblos libres dependen de esta conciencia crítica.

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