Los caprichos de Fela

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Uno llega a pensar que lo ha visto casi todo. Por tal motivo, maravillarme ante cualquier suceso ocurre cada vez con menor regularidad. “En la radio dijeron que hay una niña en Las Tunas de siete años y domina a la perfección tres idiomas”. Mi raciocinio enseguida: ¿Y? “¿Pero no viste el programa tal de Telesur? Allí mostraron un hombre que magnetizando el agua conserva el filo de una misma cuchilla de afeitar por décadas”.

Por no parecer indiferente, aunque me importe un rábano, asiento con la cabeza o aporto un exclamativo: ¡Oh! Y es que tolerar la cotidianidad y no sucumbir al asombro pueril, descubrí hace ya tiempo que eran dos de mis escasas cualidades. Pero entonces escuché hablar de Fela.

Mi intención era conocerla de inmediato, pero motivos laborales hicieron postergar la visita previamente anunciada, hasta que replanifiqué las actividades a cumplir en el día y llegué sin avisar a “Fernando Pérez Guadarrama”, una de las dos escuelas primarias asociadas de la UNESCO en esta provincia. Ya en la institución, el murmullo distante de las voces infantiles contagia el entorno, cual enorme panal de laboriosas abejas zumbando en plena faena.

Preferí escudriñar, favorecido por el amplio ventanal, el interior del aula donde impartía clases. Pasado un rato, me atreví a saludar y fui correspondido a coro por el alumnado, con la afinación que solo puede lograr la práctica, más por voluntad que por mera repetición. Le pedí dedicara unos minutos de su valioso tiempo a platicar conmigo. Accedió entusiasta, dejó sus educandos al cuidado de la auxiliar pedagógica y nos sentamos con total informalidad en la oficina de Manuel, el director de la institución escolar. Ahora, mientras escribo, me acecha el fantasma de la incorrección, por la posibilidad de no justipreciar las palabras de esta ilustre hija del Macizo de Guamuhaya.

Y preferí dejar a la grabadora del móvil la tarea de no perder una sílaba y me concentré en el armónico relato que me transportó a la etapa cuando, ya graduada de maestra normalista, fue ubicada en Topes de Collantes, precisamente para inculcar los valores de la pedagogía en la escuela formadora de maestros emplazada allí.

“Estas cargaron cada piedra de las utilizadas para construir los hoteles de la zona. Llegaba un camión, a la hora que fuera, trabajadores y estudiantes formábamos una cadena por el camino hacia lo alto”, revela, mientras zarandea las manos con gestos explicativos.

Se define caprichosa, desde joven. Lo asume como una distinción. Y es que no le bastan las horas dedicadas a la enseñanza. La planificación de clases y preparar materiales didácticos de apoyo absorbe parte del fin de semana. “A decir verdad, eso y el café, bien recibido a cualquier hora del día y de la noche”. Pregunto si tal hábito no la desvela y riposta entusiasta: “¡Hombre no, me desvela no tener café!” Y los apagones, agrega en un susurro cómplice.

Insisto en develar en su opinión, las diferencias entre los discípulos de ayer y hoy. Una vez más, la respuesta desborda sabiduría. “Muy fácil, la diferencia está dada por los padres, ahora se preocupan menos por la educación de los hijos.” Aboga por retomar la estancia en los campamentos de exploradores, pues la integración con la naturaleza, subir lomas, bañarse en el río, contribuye a la independencia y formación temprana de valores.

En diálogo franco con sus compañeros de labor aseguraron la necesidad de ciclón, diluvio y hasta un tornado para no encontrar a Fela en el aula, pese al perpetuo inconveniente de vivir en Tulipán y oficiar en Los Tanques, como se denomina popularmente a esa barriada de Caunao.

Felicita Borges Lima acumula muchos años de quehacer ininterrumpido en la esfera educacional. Desde 1995 ofrenda el conocimiento atesorado a los alumnos de nivel primario de la escuela antes referida. Mientras la acompaño, de vuelta al salón de clases evoco en mi memoria a mis maestras de antaño con total agradecimiento. Y tengo que apurar el paso, o me quedo por detrás del inquieto andar de mi entrevistada. De haber llevado sombrero le reverenciaría como en tiempos del medioevo hacían los embajadores en presencia de una reina. A falta de ello, estampé un sonoro beso en una de sus mejillas, emocionado por el privilegio de conocerla y haberme reflejado en esos diáfanos ojos pardos, que, a sus 85 años de edad, irradian una vitalidad extraordinaria.

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Frank Losa Aguila

MSc. en Estudios Sociales de Ciencia y Tecnología.

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