La promesa que nunca fue rota, sin importar que fueron enemigos

En la noche del 27 de mayo de 1895, en el cementerio de Santa Ifigenia de la ciudad de Santiago de Cuba, un grupo de oficiales españoles se reunió para darle sepultura a un hijo de esta tierra que cayera en combate para ver a una Cuba independiente del régimen colonial español. Uno de los militares allí presentes no solo fue el encargado de pagar el féretro y el nicho donde fueron depositados los restos mortales, sino también de hacer uso de la palabra para venerar al caído ante el lúgubre silencio que reinaba en la necrópolis.

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