José Alberto Lajes Idías: “¡Lajote, se cae la dictadura!”

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Aunque nació en la localidad de Cartagena, en 1936, José Alberto Lajes Idías —conocido por Lajes— cree que lleva en la sangre algo de gitano, no solo por la ascendencia europea de su primer apellido, sino por los contactos de su abuelo con los cirqueros de la época, que transitaban como nómadas de pueblo en pueblo. A nadie asombraría si fuera cierto, porque ímpetu le sobró desde chiquito, cuando se escapaba al barrio humilde de Las Yaguas, en Ciego Montero, para compartir sus juguetes con los muchachos que no tenían ni zapatos ni nada.
“Ese es mi pueblo realmente, Ciego Montero: allí viví desde los dos años tras el divorcio de mis padres. Mamá trabajaba como modista, y con su esfuerzo y el de la familia, logré estudiar. Siempre gané el Beso de la Patria que le daban a los niños. Era un líder nato, solía defender a los pobres y me busqué varios problemas.
“Así terminé expulsado del Liceo del pueblo, porque al negrito que andaba conmigo, Mandiga, y a otro rubiecito vestido con ropa remendada, les prohibieron el acceso al lugar. Ya entonces le había «entrao a pedrá» a la Policía, y a los 14 años caí preso en Ariza por recoger firmas para que los cubanos no fueran a la guerra entre las dos Corea”.
Del abuelo (guiterista) heredó el espíritu rebelde, pues fue él quien lo enseñó a luchar contra los abusos. “Yo le llamo ‘El libro de mi vida’”, afirma, mientras persigue en el rostro las huellas de aquel encontronazo con la Policía, que lo llevaría a huir de Cienfuegos junto a su amigo ‘El Yanqui’. “¿No ves la herida de por aquí?”, pregunta casi entusiasmado, con la mano izquierda sobre la frente.
“Todas esas experiencias me formaron: la lucha cotidiana, las huelgas, la prisión en reiteradas ocasiones. En Rodas hasta llegué a ser masón, porque yo había leído que en dichas instituciones conspiraban a favor de la independencia. Maceo y Martí fueron masones.
“Entré al Movimiento 26 de Julio guiado por René Morejón (jefe de cédula), pero el teniente de Palmira, amigo de la familia, recomendó mi salida del pueblo durante poco tiempo. Residí en La Habana, de donde regresé después del asalto al Palacio Presidencial, con la encomienda de contribuir a la lucha clandestina, aunque sin poder participar en ninguna acción porque estaba proscrito por la Policía. Solo me dedicaba a la propaganda”.
Convivía junto al cuñado y el hermano en una habitación del Hotel La Unión, cuando en la madrugada del 5 de septiembre de 1957—mientras estudiaba para el examen de Matemáticas en la antigua Universidad José Martí—, sintió una bulla rara y acudió adonde el carpetero. “‘Pasaron una pila de carros dando vivas a la Revolución y abajo la dictadura’, dijo. ‘¿Tú estás borracho o qué te pasa?’, le contesté. Y respondió: ‘No, es verdad’. Salí disparado del hotel y en ese instante venía El Yanqui gritándome: ‘¡Lajote!, ¡Lajote dale «pa» el Cayo, dale que están «cogío», dale que se cae la dictadura!’.
“Al llegar, coincido con varios compañeros, nos abrazamos y pasé rápido a la azotea. Tomé el fusil y luego bajé, porque estaba el tiroteo armado en la jefatura de la Policía. Entramos por la calle Santa Isabel y, en la misma esquina de la Catedral, nos atrincheramos y comenzamos a disparar. Ocurre entonces el momento en que nos sacan el pañuelo blanco y se cree en la rendición. Un grupo de revolucionarios sale hacia el centro del Parque Martí, y allí les tiraron. De nosotros, el primero en morir fue el sargento Gregorio Morgan.
“Cuando supimos del arribo del Tercio Táctico nos pidieron desaparecer. Yo vuelvo al Unión con la idea de bañarme y partir, pero no pude hacerlo de inmediato, pues el ejército de Batista estableció en el hotel su puesto de mando. Entre los presos que traían, estaba un muchacho a quien liberamos durante el cambio de guardia. Le orientamos ir al baño, le presté ropa mía, escondimos la suya debajo de una losa del piso y lo dejaron marchar.
“Más tarde nos volvimos a ver, y el tipo me abrazó con su barba y grado de sargento. Se había alzado en el Escambray. No sabía exactamente quién era hasta que habló: ‘¿No te acuerdas de mí? ¡Tú fuiste el que me salvó!’. Esas cosas a uno lo emocionan todavía”.
Cerca de 20 meses permaneció luego en la clandestinidad, escondido en el pueblo de Esmeralda, allá en Camagüey, con el falso nombre de Domingo García. Por eso él dice que la gesta del 5 de septiembre constituyó su página de maduración, al arriesgar la vida en el combate y después. “Ambas circunstancias resultaron difíciles. Tuve mucho tiempo para reflexionar, crecí, y de regreso lo he dado todo por la Revolución. Algunos no lo entienden, yo sí: La Revolución es mi único entretenimiento”, sostiene Lajes, convencido de que sus palabras no lo engañan.

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Roberto Alfonso Lara

Licenciado en Periodismo. Máster en Ciencias de la Comunicación.

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