Coronavirus y el abrazo guardado para después

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Hay unos brazos abiertos a la espera del cuerpo al que habrán de encerrar. Un beso que queda solo en el intento. El mundo se paraliza, aunque siga girando sobre su eje, aunque cada día salga el sol sobre buenos y malos, pobres y ricos, y la luna respete sus fases y continúe guiando el curso de las estaciones.

Hay unos brazos abiertos, a la espera del cuerpo que habrán de encerrar, un cuerpo que ha quedado más allá del Atlántico, o a la orilla del Pacífico, o en alguna frontera terrestre, atrapado también en la angustia de la eterna espera, entre el temor y la esperanza.

Hay un beso que queda en el intento, que lidia contra la fuerza de la costumbre porque son tiempos de no besar, de no tocar, de no aproximarse. Son tiempos de decir “te amo” con la mirada, de cerrar la boca para gritar “me importas”, porque si la abro contagio; de “hablar de lejos”, no para guardar distancia, sino para ampliar la brecha entre enfermedad y salud.

Coronavirus corona hoy nuestras mañanas y atardeceres. Se habla de él en chino, en francés, en castellano, en alemán, en italiano, en inglés, en tantas lenguas. Y no necesita traductor, ni intérprete para ser comprendido. Ya el mundo lo sabe, ya ha entendido su fuerza letal, su poder desgarrador. Y se apresta a combatirlo aunque solo Dios sabe quién ganará esta batalla, y cuándo, y cómo.

Hay un beso que queda en el intento y ese amago sabe a frustración en un país como Cuba, donde por costumbre ¿mala costumbre? nos besamos hasta la saciedad. Aquí la gente comienza a entender la necesidad de cambiar muchas cosas, porque suele, por ejemplo, tocarse al ritmo de la conversación aunque esta tenga lugar entre desconocidos, y le resulta imposible evitar arrimarse unos con otros, cuando comparten el mismo ómnibus.

Coronavirus corona nuestras mañanas y atardeceres y la gente empieza a comprender que toda medida es poca, aunque muchos tienen la sensación de que, al igual que el lavado de las manos, este virus nos impone también el lavado de nuestra cubanía. Porque las fiestas, los conciertos, los eventos deportivos, las reuniones masivas han quedado para después. Y la cerveza que se bebe en la misma jarra, y la botella de ron que pasa de mano en mano, y hasta el café que algunos tienen a bien tomar de la misma taza.Todo lo que une, ahora separa.

Hay unos brazos abiertos, a la espera del cuerpo que habrán de encerrar: un abrazo guardado para después.

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Yudith Madrazo Sosa

Periodista y traductora, amante de las letras y soñadora empedernida.

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