Blancanieves, espejito, espejito

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La historia de Hollywood se comprende por oleadas, coyunturas, tendencias e intereses de mercado e ideológicos definidores de las producciones a rodar. De las primeras hemos conocido muchas en las tres recientes décadas, expresadas en el antojo o predilección simultánea hacia determinadas figuras: Choderlos de Laclos, Robin Hood, Colón, el marqués de Sade, Wyatt Earp, Truman Capote… Tras varios de dichos proyectos estuvieron firmas pesadas como las de Stephen Frears, Milos Forman, Philip Kauffman o Ridley Scott u otras menos conocidas. El saldo fue irregular visto en conjunto; pero puntualmente provechoso, ha de reconocerse.

Ahora ya hace unos añitos estamos en tiempo de adviento para las readaptaciones, únicas o paralelas, de cuentos o relatos clásicos infantiles. No solo dentro del celuloide; también en predios televisivos. Luego de las versiones fílmicas de Alicia en el país de las maravillas, según Tim Burton y Caperucita Roja, bajo la égida de Catherine Hardwicke —la primera más respetuosa del original y la segunda en una cuerda estilizada-crepusculiana del terror teen: no desdeñables a la larga ninguna de las dos, criterio en virtud del cual me granjearé el varapalos de algún colega— las majors le cedieron el turno a Blancanieves, cuya historia un Disney fundacional del largometraje animado trasuntase a la pantalla hace la friolera de 78 eneros. De no ser porque el histórico estrellón en taquillas de John Carter le impidió al sello del castillo azul dar luz verde a su nueva versión (la nonata Order of the Seven) hubiéramos tenido una tercera Blancanieves sajona en 2012.

Tarsem Singh, perpetrador de Inmortales (2011), donde remedara de forma miserablemente espartarquiana la estética 300, dirigió Blancanieves, espejito, espejito (Mirror, Mirror), estrenada poco antes de Blancanieves y la leyenda del cazador (Snow White and the Huntsman), del debutante Rupert Sanders.

Si bien con un sentido contrario al de Danny Boyle en Slumdog Millionaire, el realizador del Indostán cierra con bollywoodenses -de Bollywood, el cine hindú- bailes un filme que mediante ello le está diciendo al espectador, por si aun no lo había entendido a lo largo del visionaje, cuanto de desenfado, humor, revisión, mixturación, barroquismo, integración cultural pop post-Shrek e iconoclastia le pretendió regalar. De tal que un posible entendimiento de la cinta pasaría por reasimilar el espíritu lúdrico del registro DreamWorks Animation imbricado por supuesto a la ordalía colorina visual del video clip pop corte Poker Face más socarrón, explícita en el delirante diseño de producción preferido aquí por el acaso demasiado relamido proestetecismo a ultranza del realizador de La celda (2000). Nada nuevo bajo el Sol en ningún caso.

Cuanto menos debe impúgnarsele al firmante de The Fall (2011) es su contaminación del cuento clásico de los Grimm con aportes argumentales novedosos, acomodaticios a los tiempos corrientes o a la trama (la cuestión del oficio de los enanitos y el modo cómo la madrastra contacta con el famoso espejo, por ejemplo) pues no hacerlo hoy tras tanto precedente en el camino sería impensable, sino su indecisión de situarse en un determinado tono narrativo, genérico; a la postre fílmico. Fruto menos ello de una decisión profesa que de la deslavazada materia escritural del guion elaborado por Melissa Wallack y Jason Keller, cuya mayor herejía sin embargo no radica tanto ahí como en no haberle conferido aun mayor preeminencia dramática a la malvada compuesta con solvencia, ganas, sentido autopárodico e hilaridad por Julia Roberts (lo mejor de la función) porque la Blancanieves de Lily Collins a mi criterio más insípida no puede ser, pese a cuanto la hayan alabado por su desempeño aquí.

Lo restado de foco a la hija de Phil Collins -no sin razón- durante parte del metraje se lo incorporan en cambio durante la zona resolutiva, donde la sufrida huerfanita resulta elemento dramático determinante, en tanto debe emprender, peleando, la tarea definitiva por el triunfo del Bien de casi toda historia de magia y fantasía. Ello cobra explicación en parte debido al buen tino del libro cinematográfico de tirar a relajo al príncipe, quien ni tiñe ni da color, con lo cual trastocan la visión patriarcal de estas historias, de hecho ya subvertida en recientes producciones: incluida algún dibujo animado del conservador estudio Disney.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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