Una trabajadora infatigable (+Foto)
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“Soy de Oriente”, es la tarjeta verbal de presentación de María de las Nieves, que después de medio siglo sosteniendo aquí esas luchas cotidianas que casi nunca aparecen en los libros de historia, puede considerarse tan de Cienfuegos como la marilope y el árbol de Jagua.
A continuación precisa que nació el 23 de junio de 1947 en Santa Rita, un pueblo partido en dos por la Carretera Central, a quince kilómetros de Bayamo, donde conoció temprano los rigores de la pobreza y los miedos de la guerra.
El matrimonio de Francisco Heriberto Probance y María Celestina Sánchez no paró hasta redondear la decena de hijos a mediados de los 60, con las mellizas Inés María y María Teresa. A ella le correspondió el tercer lugar en orden cronológico y el primero entre las niñas. “Una familia unida porque así nos criaron los mayores, y con una educación de cuna que es muy importante”.
El padre ganaba el sustento como palero en las minas de manganeso de Harlem, ubicadas en Charco Redondo, en las cercanías del pueblo. Paleaba el mineral extraído del socavón para las góndolas del ferrocarril, pero “la llegada del desarrollo con los camiones de volteo, lo dejó desempleado”.
Entonces el cabeza de familia fue a entregar su fuerza de trabajo en las plantaciones de maní de los latifundios que rodeaban el pueblo. En la casa esperaban que uno de los niños mayorcitos regresara del campo con unos huevos de gallina, para hacer trueque por otros víveres en alguna bodega.
De la Escuela Pública número 8, de Santa Rita, donde hizo toda la enseñanza primaria, María guarda un recuerdo especial de sus maestras Dulce Guada, de cuarto grado, y Ester Rodríguez, la de sexto. “A ellas les debo mi buena ortografía y dicción”.
Sus dos hermanos mayores no pudieron continuar estudios porque el padre no podía costear el transporte hasta Jiguaní, donde estaba la escuela secundaria más cercana. En 1961 la vida volvería a unirlos a los tres en la Campaña de Alfabetización.
Santa Rita estaba en el borde de la guerra de los rebeldes contra el Ejército de Batista. La niña de once años grabó en su memoria el paso metálico de los tanques Sherman por la Carretera Central, los ecos cercanos de la batalla de Guisa, el silbido de los obuses y el miedo que te deja en la piel el zumbido de la metralla lanzada desde los aviones. “En mi casa teníamos un hueco donde nos refugiábamos de sus ataques”.
En 1959 la Ley de Reforma Agraria convirtió al padre en propietario de una parcela, y la situación mejoró algo, aunque alimentar una docena de estómagos seguía siendo una tarea complicada.
De la cruzada por liberar a Cuba de iletrados recuerda los viajes de ida y vuelta en trenes improvisados desde Oriente, con pencas de guano por techo, que acercaban a los futuros alfabetizadores a los seminarios de preparación en Varadero. Con la cuartilla, el manual y el farol llevó las primeras luces del saber a cinco campesinos del cuartón Urquiza, cerca de Cautillo, Jiguaní.
Del plan de becas anunciado por Fidel en la Plaza de la Revolución durante el acto que declaró a Cuba como territorio libre de analfabetismo, María optó por unas de las 3 mil 500 carreras de formación de maestros primarios en un programa de cinco años que comenzaba por Minas de Frío en el corazón de la Sierra Maestra, continuaba en Topes de Collantes y concluía en la playa habanera de Tarará.
Graduada de la primera promoción en 1966, creyó que regresaba a su Oriente querido, pero la ubicaron como profesora de Historia en Topes, donde no llegó a completar dos cursos porque la llamaron para que asumiera tareas de dirección en el sector de la Educación, en la antigua región villareña del Escambray y el municipio de Trinidad.
En esos andares llegó el año 1976 con la nueva División Política Administrativa, y un equipo de trabajo liderado por Diosdado Gómez bajó de la región montañosa para conformar la Dirección Provincial de Educación en la naciente Cienfuegos. “El Escambray en el llano”, nos decían, rememora María el apelativo sacado por el gracejo popular de un verso musical de Benny Moré para identificar al colectivo “importado”, que dormía en Prado y San Fernando, “en los altos del médico Mantecón”.
“Eran tiempos en que salíamos de la ciudad a las cinco de la mañana y muchas veces dormíamos en las escuelas internas que inspeccionábamos”.
De esa etapa recuerda el magisterio del ministro Fernández. Así le decían en el gremio a José Ramón, El Gallego para sus compañeros de lucha y el pueblo. “Fue un dirigente que nos enseñó. Con el aprendimos a ser puntuales, era un reloj, a trabajar con el ser humano. Cuando te parabas frente a él tenías que estar muy bien vestido (de ideas). De su sucesor tengo muy malos recuerdos”. La viceministra Asela de los Santos también fue uno de sus paradigmas laborales, precisa.
“Aquí en el territorio tuve suerte porque soy de la época de Humberto Miguel Fernández, primer secretario del Partido en la joven provincia”.
En 1986, cuando de nuevo pensó que ya había llegado la hora de regresar al calor de la familia, allá en la tierra del bravo general Jesús Rabí, nuevas tareas la afincaron definitivamente en Cienfuegos. Las de gobierno, donde fue desde delegada de la circunscripción de los Tanques, Caunao, hasta diputada a la Asamblea Nacional en su IV Legislatura (1993-1998). En la boleta para las elecciones de aquel parlamento, su nombre aparecía en la lista de tres candidatos por el Distrito Dos de la Perla del Sur, nada menos que junto al de Carlos Rafael Rodríguez.
En ese ínterin pasó por los cargos de miembro del Comité Ejecutivo para atender los sectores de Educación, Ciencia, Cultura y Deportes, secretaria del Consejo de la Administración y finalmente de la Asamblea Provincial, en una etapa que se extendió hasta 1998, cuando le encargaron la delegación territorial del Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos(ICAP).
“La etapa del Gobierno me aportó mucho, tuve que hacer de todo y uno se acerca más a la vida del pueblo, lo cual no significa que yo fuera pueblo también”.
“Al ICAP fui algo temerosa, porque no domino el idioma inglés, pero tenemos una amiga en común, Mirtha Suárez Bolaños, con quien hice un buen dúo de trabajo. De sus casi catorce años allí, pasó una buena parte en medio del fragor de las batallas políticas por el regreso del niño Elián al seno de su familia cardenense, y la liberación de Gerardo, Antonio, Ramón, Fernando y René. Cómo olvidar al presidente (1990-2008) de la institución solidaria, Sergio Corrieri, “un referente”.
Allí se acogió a la jubilación en 2011, pero se integró durante los siete años venideros al equipo de la Unión Nacional de Historiadores, donde permaneció hasta que su salud se lo permitió.
María ayuda a sus pasos de septuagenaria con un bastón. Debido a la falta de equilibrio, ocasionada por el daño a su oído izquierdo, a raíz de una discusión personal en torno a ese flagelo social que es la música a todo volumen y a cualquier hora.
Al hacer un recuento de su extensa hoja de servicios, solo lamenta una cosa. “Si algo me faltó fue haber trabajado más en el aula. Aunque cuando tuve que coger la tiza, la cogí”.
“Mientras tuve salud trabajé intensamente, no como una gente acomodada, ni como alguien que vivió del cargo. Todavía hay personas que me dicen ‘María, como usted nos daba botella en su carro particular’. Mi máxima fue el ejemplo personal, no exigirle nunca a un subordinado lo que yo no fuera capaz de haber hecho antes”.
Así las cosas, la maestra María quiere que simplemente la recuerden como una trabajadora infatigable.
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Interesante crónica acerca de María Probance. Vivimos relativamente cerca uno del otro. Y si grande es su trayectoria, lo es aún más su grandeza como ser humano.