Una mujer eterna

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Melba. Solo su nombre inspira respeto. Y si se le agregan los apellidos Hernández Rodríguez del Rey, el recuerdo se multiplica y el respeto y la admiración afloran para evocarla.

Hace hoy nueves años que partió al infinito. Dondequiera que se encuentre reparte ternura, consejos, cariños…, porque ella hacía que esos sentimientos siempre la acompañaran para regarlos a quienes, por un motivo u otro, se le acercaban.

Es conocida su amplia trayectoria de lucha en defensa de la Revolución definitiva.

Nació en la localidad cienfueguera de Cruces el 28 de julio de 1921. Desde muy joven se identificó con la causa dirigida por Fidel Castro y el 26 de Julio de 1953 integró el grupo de valerosos hijos de la patria cubana que asaltaron el cuartel Moncada, en Santiago de Cuba y el Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo, en una clarinada para no dejar morir al Apóstol José Martí en el año de su centenario.

El ejercicio periodismo me ha dado a través de los años sinsabores y disgustos, pero también infinidad de satisfacciones y momentos extraordinarios, como los de cubrir numerosos recorridos del Comandante en Jefe Fidel Castro y dialogar con él; compartir durante toda una jornada con el General de Ejército Raúl Castro, Vilma Espín, el Comandante Juan Almeida, el actual Presidente de la República Miguel Díaz─Canel Bermúdez y otros altos dirigentes del país; estar en varias ocasiones en la dirección del Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (Minfar) y específicamente ser atendido, junto a otros colegas, por Raúl…

Pero guardo con mucho cariño en mis recuerdos los momentos en que pude conversar con Melba.

Un día, en pleno período especial, me llamó por teléfono una amiga, a la sazón dirigente de la Federación de Mujeres Cubana (FMC) en la provincia de Cienfuegos, y me preguntó si estaba muy ocupado. ¿Para qué?, le respondo. “Para visitar a Melba Hernández que está aquí, en la ciudad”. Eché mano rápido a la agenda, el bolígrafo y la grabadora y la acompañé. Melba nos recibió con una sonrisa amplia. Me saludó como si me conociera de toda la vida. “¿Así que tú eres el periodista?”, dijo en voz baja mientras me daba un abrazo.

Mi propósito era entrevistarla. ¡Qué honor! Me invitó a sentarnos en la sala a conversar. “No enciendas la grabadora…, ya me dijeron que todo lo grabas en la mente”, afirmó y volvió a sonreír. Guardé las cosas en el portafolio.

Hablamos sobre su niñez y adolescencia en Cruces; la influencia paterna en sus ideas revolucionarias; la lucha clandestina; los preparativos y el asalto al cuartel Moncada; la prisión que sufrió junto con Haydée, la otra heroína de aquella gesta; de la valentía y decisión de aquellos jóvenes que murieron en la acción; de su viaje a México mientras se organizaba la expedición a Cuba…

“Te voy a contar una anécdota que está inédita, pero no la publiques ahora porque debo hacer la consulta con Fidel. En México él me indicó un día que lo acompañara a comprar algunos libros. Fuimos hasta una librería con muchos títulos en oferta. Escogió varios, entre ellos uno sobre la Gran Guerra Patria, otro sobre la Revolución Francesa… Solo llevábamos unos pocos pesos. Cuando fuimos a pagar, el total no cubría el importe total de los ejemplares. Entonces el dueño, un gallego de apellido Zapala, si mal no recuerdo, nos dijo que los lleváramos todos y que cuando pudiéramos le pagáramos”.

“Después del triunfo del 1 de Enero de 1959, estando en La Habana, Fidel me llamó e indicó que fuera a México e invitara a Zapala a venir a Cuba. Así lo hice. Cuando entré a la librería y pregunté por él, su hijo me dijo que había fallecido hacía unos días. Fue para mí un pesar enorme, pues pensé de inmediato que quizás imaginó que habíamos olvidado su gesto generoso. Fidel no olvida a nadie ni a nada”.

¿Y qué recuerda de Abel? Su voz fue entones más bajita y la vista la fijó en el piso. “Era un joven encantador, inteligente, valiente…”. ¿Y de Haydée? “De Yeyé no quiero hablar”, afirmó y las lágrimas le cubrieron los ojos.

La conversación prosiguió en un tono menos triste. Habló con entusiasmo de la obra de la Revolución, de lo hecho para mejorar la vida de los campesinos y de la gente que vive en las montañas, de la educación, la salud… “Con solo haber hecho eso se justifican tanta lucha, tantos sacrificios y tantas vidas entregadas a la causa”, afirmó.

Le extendí la mano para ayudarla a levantarse del sillón. Ya de pie me dio un beso maternal. Me pidió la acompañara a almorzar y me sugirió regresar al otro día para conversar algo más y tomarnos una foto de recuerdo. Asistí puntual a su pedido.

Poco después de ese encuentro se efectuó el VII Congreso de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC). Yo presidía en ese momento la organización en la provincia de Cienfuegos y asistí como delegado. Nos reunimos en la Sala No. 3 del Palacio de las Convenciones, en La Habana. En la presidencia estaban Fidel y otros altos dirigentes del Partido Comunista de Cuba (PCC) y el Gobierno. Melba ocupó un asiento en el lateral izquierdo. Desde allí me saludó con la mano. Me dieron la palabra y hablé de la importancia que siempre le había dado el Comandante en Jefe a la propaganda revolucionaria y cité una frase dicha por Melba al respecto, contenida en un libro que atesoraba como una joya preciosa.

En el receso me acerqué a ella y de inmediato me dijo, con esa extraordinaria humildad que la caracterizaba: “¿Para qué hablaste de mi…, hay tantas otras frases importantes?”. Solo atiné a decirle: Usted se lo merece.

Años después Melba visitó la localidad donde nació. Mis colegas entraron a la oficina del entonces Presidente de la Asamblea Municipal del Poder Popular a saludarla. Yo me quedé en la puerta, quizás por esa especie de inhibición que siempre he sentido, injustificadamente, ante las grandes personalidades. Ella levantó la vista y preguntó en voz alta: “¿Barreras, será que no me vas a saludar?”. Entré y nos dimos un fuerte abrazo.

La Heroína del Moncada se hizo acompañar en todo momento por la sencillez y el apego pleno a la humildad, a pesar de su admirable trayectoria revolucionaria.

¡Qué enorme razón tuvo el Héroe Nacional de Cuba, José Martí, cuan afirmo: “La muerte no es verdad cuando se ha cumplido bien la obra de la vida”!

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Ramón Barreras Ferrán

Periodista de la Editora 5 de Septiembre, Cienfuegos.

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