Un padre viejo con unos zapatos enormes

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La ciudad primero extrañó sus enormes zapatos que le traspasaron a la silla de ruedas la misión de sostener y echar a andar el cuerpo cansado. Hace casi quince años las ruedas del artilugio dejaron de trazar estelas de bondad sobre el pavimento de Cienfuegos.

Si tuviera que elegir entre dos imágenes para guardar al padre Panchito en la memoria, sin dudas serían sus zapatones y el beso que depositaba en la frente de quienes se acercaban a saludarlo. Con la suavidad de quien coloca un lirio en el ojal de una dama.

Nunca hablé ni media sílaba con el sacerdote-médico que fue Francisco Ortiz Muñoz. Jamás estuve a la sombra de un templo donde él dijera una oración. Pero lo sentía cercano, como el arroyo debe apreciar el agua que le acaricia el cauce.

Uno piensa que la gente buena siempre estará ahí, al alcance de una pregunta, y deja para mañana la entrevista que debió hacerle ayer. Por eso me dolieron tanto los repiques de la Catedral por el alma del cura personificador de la nobleza, que un día casi lejano ya me llegaron hasta La Habana a través de un teléfono.

Cienfueguero hasta la médula, Panchito fue concebido en Santander, España, por don Francisco y doña Josefa, quien se enteró de la presencia del primogénito en sus entrañas por unos mareos sufridos a bordo del vapor Lafayette, mientras la pareja navega rumbo a Cuba.

En Cienfuegos respiró el primer átomo de oxígeno el 11 de julio de 1928 y esta tierra se hizo seno eterno de su cuerpo desde la tarde del lunes 9 de marzo de 2009.

Como les sucede a muchos hijos pródigos, por complacer a sus progenitores se graduó de médico, con notas relevantes, en 1954, pero el interés por curar almas, además de cuerpos, pronto le llevó a los claustros del habanero seminario de El Buen Pastor.

El laico Rogelio Leal, personalidad de la cultura cienfueguera en el último cuarto del pasado siglo, dejó para la posteridad un apunte sobre la temprana vocación del futuro sacerdote: El niño Panchito levantaba iglesias con envases de detergente “Farola”. De cajas de tabaco hacía los altares, adornados con velitas de pasteles de cumpleaños y las tapas de frascos de perfumes le servían de floreros y vasos sagrados.

Si le preguntaban por el día más importante de su existencia siempre señalaba el 29 de abril de 1962, cuando el obispo Muller lo ordenó sacerdote, en la Catedral de Cienfuegos.

A partir de ese año y hasta 1970 fue el párroco, pero también médico, de Sagua la Grande. Luego las poblaciones de Rodas y Aguada de Pasajeros conocerían de su ministerio evangélico: Hasta que en 1984 regresara a la ciudad natal para oficiar en las iglesias del Patrocinio de la Virgen del Rosario y Cristo Rey.

Pero antes, en 1980, el Papa Juan Pablo II lo había nombrado Camarero Secreto de Su Santidad y otorgado el título de Monseñor Francisco Ortiz.

Mucho más allá del sacerdote católico y el médico que confluían en su ser, Pachito fue una personalidad y al propio tiempo un personaje popular de Cienfuegos.

En 1999 el trovador Roberto Novo dedicó tres meses a recopilar el enjundioso anecdotario del padre Panchito atesorado por sus seres más cercanos, 72 viñetas que nos lo presentan en su justa dimensión humana. Que no contraviene a la divina.

De la cosecha del cantautor tomo prestados algunos granos representativos del buen humor y los despistes que hicieron famoso al sacerdote de los zapatones, quien en sus tiempos de mozalbete durante una función de Josephine Baker subió al escenario y ganó un concurso bailando ula-ula, actuación que le valió como premio una corbata entregada por el esposo de la Miss Platanito.

O el cura que en busca de una casa donde velaban a un difunto entró en otra a cuya entrada se topó con un grupo numeroso de personas. Tras husmear por todas las habitaciones y no encontrar el hombre de cuerpo presente, uno de los moradores de la vivienda le aclaró que el velorio era en la cuadra siguiente. Allí sólo había una reunión del Comité. Y el párroco aprovechó para saludar a todos los presentes.

De todas las anécdotas me quedo con una, tipo bonsái, que Novo seleccionó para cerrar su cuadernillo “Nuestro Panchito de cada día”. Un niño cienfueguero que encuentra al padre una mañana y salir de un abrazo sentenció: “Panchito tu hueles a Dios”.

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Francisco G. Navarro

Periodista de Cienfuegos. Corresponsal de la agencia Prensa Latina.

4 Comentarios en “Un padre viejo con unos zapatos enormes

  • el 1 marzo, 2024 a las 2:45 pm
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    Que hermosa crónica, Froilán y yo conocimos a Panchito, le cantamos en su casa una tarde en uno de sus últimos cumpleaños. Era un ser muy dulce y simpático que trataba a todos con un cariño familiar.

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  • el 22 febrero, 2024 a las 10:00 pm
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    Por favor quisiera saber si lo van a canonizar como santo, lo merece y seguro estoy q si esto sucede sera un acontecimiento nacional en cfgos q los cienfuegueros y Cuba lo agradeceran eternamente.

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  • el 22 febrero, 2024 a las 9:56 pm
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    Hay una anecdota de panchito, un dia fue a la playa y qieria saber como estaba la temperatura del agua se quito su zapaton, la media, y se subio el pantalon pero metio en el agua su otra pierna con zapaton, media, y pantalon. Una verdadera personalidad cienfueguera que llenaba con su bobdad y despiste donde estuviera. Cfgos lo amara siempre.

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    • el 23 febrero, 2024 a las 8:59 pm
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      Si de anécdotas vamos a hablar, sirva está. La familia de un enfermo terminal convoca a Panchito para que extienda la extremaunción al moribundo. Sale y próximo a la dirección que le han dado, se encuentra a un grupo reunido en la sala, entra mirando a uno y otro lado, hasta que por fin pregunta por el mortal próximo a partir a reunirse con Dios. Piensa para sí que ha llegado tarde al oficio, pero un moreno alto que parece estar al frente de la congregación, lo saca de su error: “padre (quien no conoce a Panchito), parece que ud se ha extraviado. Nos agrada verle, pero ésta es una reunión del CDR”. Dicen que el presbítero levantó la mano derecha, bendijo a todos, besó a una pequeña en brazos de una joven madre, y con la misma parsimonia de siempre siguió su ruta en busca del lecho donde el alma de un cienfueguero se preparaba para el encuentro con el Hacedor.

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