Un Ciego que me da luz

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Los domingos en la tarde mi padre me llevaba a ver los juegos de pelota en el terreno de Fillo. De regreso pasaba por lo de Majín o lo de Manía, en la calle principal, y me compraba una empanada de picadillo. Un día de lujo el presupuesto alcanzó para un bocadito de puerco asado, con dorados pellejos crujientes incluidos.

Aquellas meriendas eran fruto del ahorro porque antes habíamos presenciado el juego sin pagar la peseta que costaba la entrada.

Desde el palco ambulante que era el lomo de nuestra yegua alazana buscábamos algún resquicio entre las pencas de palma delimitadoras del terreno y situados detrás de la banda de primera base esperábamos a que El Gato Clavero desapareciera la pelota en la arboleda de Fillo, límite forestal del jardín izquierdo.

El gordito Ibrahím pitchaba un domingo y el mulato Mario Rojas al siguiente. El Gato, o en ocasiones Guerra, le recibían; y en el cuadro interior defendían Imbe, Paco Ture, Insurrecto y El Ruso. Como los jardines quedaban más lejos hasta allá no llega ahora la memoria de mis siete años.

A quien si no olvido es a Marcialito Cabrera, el dueño del bar Dos Hermanos, que anotaba los partidos, sentado allá por la banda de tercera. Luego supe que él era el promotor de aquellos domingos de pelota manigüera, tempranos culpables de mi pasión por una de las esencias vitales de la cubanía.

Me afloraron estas remembranzas en fechas cercanas al Día del Ciegomonterense, celebración a cuyo nacimiento en 1991 asistí desde la modesta condición de cronista deportivo de este medio de prensa, y más en la de hijo agradecido del terruño secular.

Todavía se escuchaban entonces ecos de los aplausos tributados a Antonio Muñoz en su reciente despedida de los diamantes, por lo que con el Gigante del Escambray como protagonista de lujo organizamos un juego de veteranos en medio del programa del primer 13 de Mayo, el de 1991.

Alma de aquel parto fundador de una tradición necesaria fue mi coterránea y coetánea Consuelito Cabrera, la hija de Marcial, el anotador en el terreno de Fillo, el promotor deportivo cuando ese concepto estaba por nacer.

Y con ella Tati Seijas, la delegada y luego diputada, Robertico Cabrera, entonces director municipal de Cultura, Alberto Vega Falcón, embajador de Ciego Montero en el Parnaso, y la museóloga Zuleida López.

Consuela saber que Consuelo dedicara sus mejores empeños a la investigación y que gracias a ella Ciego Montero cuente, a la espera de una imprenta generosa, con el borrador de su primera historia escrita.

De los pueblos cubanos de categoría aldeana quizá ninguno tenga mejor marketing que Ciego Montero.

Porque de sus entrañas minerales brota el agua más famosa de la isla. Luego un enjambre de botellas plásticas con sus etiquetas blanquiazules pasea el nombre de la villa por las tribunas del Palacio de las Convenciones o las mesas del Comedor de Aguiar, en el Hotel Nacional.

Primas hermanas de las aguas con que el gallego Urbano primero, Tiano García después, y luego Julio El Guayabito aliviaron el dolor de las quemaduras a miles cubanos.

Si fuera necesario algo más para encontrar un sitio propio en la geografía insular ahí están el balneario y las canteras de Arriete.

El primero con raíces hundidas en más de siglo y medio de historia, cuando los cienfuegueros y trinitarios de la época oyeron hablar por vez primera de los baños termales del Príncipe Alfonso, y la segunda fomentada por el yanqui Míster Allen, para alargar carreteras y vías férreas con la piedra triturada en sus molinos y humedecida por el sudor de decenas de proletarios locales.

O el manantial sulfuroso de Doña Beija, que brotó allá por 1989 cuando la escultural brasileña Maite Proenza nos enamoraba desde la pequeña pantalla. Luego fue rebautizado con el más criollo apelativo de El Chorrito.

La cultura dejó por allí huellas antiguas en la tonada Carvajal de Luis Gómez, residente temporal en la vecindad, y en los bailes protagonizados por agrupaciones locales al estilo de la orquesta danzonera de Casiano Portela alrededor de 1920, y más tarde sus sucesoras bajo las batutas de Julio Portela y Félix Cairo.

Decimistas como Berto Morales han sido los juglares que hicieron con sus espinelas la crónica de la aldea y sus sitierías adyacentes.

Ese es el pueblo en cuyos recuerdos habitan enmascarados por la pátina del tiempo el sacerdocio médico de Rafael Roffe, el doctor de todos, los inventos de Majín, la vida solitaria del Jamaiquino, la estirpe mambisa de los Jassa, los aportes pedagógicos de don Ricardo de la Torre y de Mimí, la leyenda del esclavo cuyas llagas sanadas anunciaron la existencia de un prodigio natural en forma de acuífero, las consultas espiritistas de Maríita Bravo, dos desaparecidos como la grúa cañera y el hotel Andaluza de, David Salvador, la cerrajería de Casildo, y los 20 años que duró el noviazgo del sastre español Benedicto Sordo con la lugareña Eloína Figueroa.

Es el terruño, la patria liliputiense, la comarca de gallos finos y caballos trotones, el sitio a donde regreso siempre (aunque cada vez menos), a pesar de sus calles polvorientas y trazadas por algún borracho antiguo o según los trillos marcados por los cascos de la ganadería trashumante.

Porque más allá de sus fealdades, es un Ciego que me da luz.

 

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Francisco G. Navarro

Periodista de Cienfuegos. Corresponsal de la agencia Prensa Latina.

5 Comentarios en “Un Ciego que me da luz

  • el 17 junio, 2023 a las 8:58 am
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    Pancho tenía el criterio que no existió un sucesor exitosos como Urbano en la cura de las quemaduras

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  • el 17 junio, 2023 a las 8:56 am
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    Hermosa crónica de un aldeano, auténtico y comprometido con su terruño, del cuál han salido no pocos amigos míos, entre los cuales incluyo al autor. Cada vez que visité Ciego Montero sentí la satisfacción de visitar tierras amigas y realmente nunca tenía el afán para devolverme, incluso, las últimas veces lo hice en bicicleta para no depender del siempre inexacto servicio de transporte público. Felicidades para mis vecinos de Ciego Montero y especialmente a Pancho

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    • el 17 junio, 2023 a las 11:35 am
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      Gracias, hermano, por los elogios, pero más por ser el lector fiel que eres. Una vez le escuché decir a uno de los maestros del género en Cuba que la crónica no era una lectura de masividad. Que con 4 o 5 lectores (si, asiduos mejor) era suficiente. Y yo tengo la tranquilidad espiritual de que entre las murallas o extramuros de Cartagena la Heroica, cada mañana de sábado hay uno que busca la última entrega de quien fuera su condiscípulo en los días lejanos y felices de la Gil Augusto González, Un abrazo.

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    • el 17 junio, 2023 a las 11:43 am
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      Crónica de lujo, también creo que la patria es la niñez,por eso no hace falta volver muchas veces,siempre está ahí ,en nuestra mejor versión

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      • el 17 junio, 2023 a las 6:37 pm
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        Gracias, Dagnara. Muy amable . Un abrazo.

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