Temprano después será tarde
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Más tarde, cuando la enfermedad se haya entronizado, en el afán de sobrevivir, quizás miren atrás y lamenten el haberse iniciado tan temprano en la adicción: el tabaquismo siempre cobra lo suyo. Y no lo digo yo, el grito de advertencia viene de las autoridades sanitarias, las investigaciones, las estadísticas. El consumo de tabaco cobra millones de vidas al año en el orbe y alarma, aun más, que cada día resulte superior el número de jóvenes iniciados en esta toxicomanía.
En Cuba, el 24 por ciento de la población mayor de 15 años fuma, mientras lo hace también el 10 por ciento de los adolescentes. La cifra no es inocua, sobre todo si tenemos en cuenta los peligros que entraña este nocivo hábito para la salud de quienes serán los adultos del futuro, los encargados de llevar las riendas de la economía y la sociedad. No por gusto desde la Organización Mundial de la Salud (OMS) y las propias instituciones cubanas se hace hincapié en la relación entre los efectos del tabaquismo y la aspiración al desarrollo sostenible.
Ya lo decía la Dra. Elba Lorenzo Vázquez, jefa del Programa Nacional de Prevención y Control del Tabaquismo durante una visita a Cienfuegos: “Si la generación que debe caminar hacia el progreso de la sociedad no está sana, tiene discapacidad, muerte prematura, entonces no podemos hablar de desarrollo, y en eso estamos trabajando, pues los jóvenes de hoy, que tienen una alta prevalencia de tabaquismo, van a ser los enfermos del futuro, lo cual afectará a la sociedad, tanto económicamente como desde el ámbito académico y científico”.
¿Por qué la inclinación de muchachos y muchachas a fumar? Difícil sería responder con acierto tal interrogante: a la causa de las adicciones puede llegarse por disímiles vías. No obstante, no pocos expertos coinciden en cómo una escasa percepción de riesgo conduce a los imberbes por las anchas puertas de esta.
En sentido general, la juventud es dada a buscar nuevas experiencias sin considerar las consecuencias a largo plazo. Algunos asumen la creencia de que fumar va a darles más personalidad, les permitirá ser considerados importantes, o les ayudará a evitar las frustraciones, el rechazo, mientras perciben los perjuicios como efectos remotos, que pueden o no sucederles a ellos. El pensamiento de “Fulano jamás se llevó un cigarro a la boca y murió de cáncer de pulmón” o “Mengano fumó toda la vida y falleció a los 90 años”, tan habitual en fumadores adultos, cobra mayor peso en este grupo etario.
Otros factores que llevan a muchos a consumir el primer cigarrillo residen en la presión del grupo: el (la) joven siente temor a ser ridiculizado, verse como el (la) anticuado(a) por no seguir el camino de sus amigos; y en el ejemplo de los adultos fumadores a su alrededor. Cual en el caso del alcoholismo y otras toxicomanías, la adicción al tabaco no se hereda, pero se aprende.
¿Cómo frenar el fenómeno? La educación en las nefastas consecuencias del tabaquismo desde edades tempranas sería un primer paso. Más pueden darse en el seno del hogar, espacio idóneo para fomentar en los adolescentes los mecanismos que les permitan decir NO al consumo.
En opinión de los expertos, conversar acerca de las enfermedades a las cuales son proclives las personas fumadoras, hablarles de familiares o conocidos con padecimientos atribuibles al tabaquismo, prohibir la fumada dentro de casa, entre otras medidas, contribuiría a alejar a los adolescentes de ese hábito y sus amargos desenlaces. Ayudaría, también, a rebajar los números que hoy hablan de una alta prevalencia en la nueva generación.
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