Pinceladas de Montevideo: Culto al Dios Ra a lo uruguayo
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Al cabo de más de 40 años, aun revoletean los recuerdos en la memoria del uruguayo Carlo Stagnaro. “Fue una manifestación popular impresionante la de aquel 27 de noviembre de 1983”, rememora mientras entona los ojos como queriendo atrapar cada imagen y detalle del grandioso acontecimiento frente al Obelisco de Montevideo.
Un periodista al reseñar la noticia y escribir el pie de foto calificó la marcha de Río de Libertad, y ninguna otra metáfora más apropiada para describir el torrente humano que desbordó su “cause” entre el arbolado de la avenida Luis Morquio.
Aquel día memorable representó el desborde de emociones de alrededor de 400 mil voces que reclamaban a gritos el retorno a la democracia después de una década de la férrea dictadura cívico-militar impuesta al pueblo uruguayo.
Para la fecha, el monumento escultórico y principal escenario de la multitudinaria concentración ya era uno de los íconos de la capital de la República Oriental del Uruguay. Había sido inaugurado el 25 de agosto de 1938 en homenaje a los participantes a la Asamblea General Constituyente y Legislativa que sancionó la primera Constitución de la República Oriental del Uruguay en 1830.

El conjunto arquitectónico es un monumento de 40 metros de altura. Del diseño se encargó el destacado escultor charrúa José Luis Zorrilla de San Martín -autor también de otros importantes monumentos- con la colaboración del arquitecto Raúl Sichero.
La obra escultórica está integrada por el obelisco, propiamente dicho, construido de granito rosado e insertan en su base tres estatuas de bronce alegóricas y que representan la Ley, la Libertad y la Fuerza, ubicadas en las caras sur, norte y oeste, respectivamente, en alegoría a los principales poderes de la nación. En tanto, rodea la base una fuente hexagonal con seis esferas.



El también conocido por Obelisco de los Constituyentes de 1830 se encuentra situado en las intersecciones de la Avenida 18 de Julio y Bulevar Artiga, dos de las arterias citadinas más populosas y de mayor tráfico de la urbe, además de marcar la entrada del extenso y céntrico parque Batlle.
“Este sitio, opinan mucho de los montevideanos consultados, entraña un gran simbolismo para nosotros pues representa la democracia, la historia y la identidad uruguaya, como también representa la institucionalidad del país, por eso es lugar para grandes conmemoraciones”.
Según los historiadores los obeliscos tienen un significado multifacético. Cuentan que este tipo de monumento surgió en el antiguo Egipto como culto del Dios Sol Ra y del poder del faraón. Originalmente, representaban un rayo del astro rey petrificado que conectaba el cielo y la tierra, y se erigían en templos para honrar a dioses y gobernantes.
Con el tiempo, este símbolo se ha reinterpretado universalmente, utilizándose hoy en día a menudo de monolito conmemorativo para recordar eventos históricos y figuras importantes. Para muchos esta escultura se ha convertido en un ícono universal que representa eternidad, estabilidad y el ascenso espiritual.

Son numerosas las obras escultóricas de esta naturaleza en todo el mundo. Entre los más famosos se encuentran el dedicado a George Washington, en la capital de Estados Unidos, considerado el más alto del planeta, con 169 metros de altitud, y el del Vaticano (Roma, Italia): ubicado en la Plaza de San Pedro.
En América del Sur entre los obeliscos más notorios se encuentran el de Buenos Aires (Argentina), el de Altamira en Caracas (Venezuela), Plaza del Obelisco de La Paz (Bolivia) y, por supuesto, el de Montevideo. A propósito, en Uruguay existen otros monumentos similares como el de Las Piedras (conmemora la batalla con ese nombre), el de Treinta y Tres, además de otros en Artigas y Rivera, estos últimos erigidos en 1930 para celebrar la independencia nacional.
Para Carlo Stagmaro, al igual que los cientos de miles de uruguayos que como él se encontraron aquel 27 de noviembre de 1983 al pie del Obelisco de los Constituyentes, el Río de Libertad protagonizado por ellos significó un verdadero rayo de luz, en secreta comunión, tal vez, con el Dios del Sol Ra.
Además de histórico por naturaleza, ese sitio se convirtió ese día en símbolo de la voluntad colectiva y la unidad de los nativos en esta tierra de América en aras del bienestar común y el sentimiento patrio, a tono con la convocatoria hecha por los partidos políticos y las organizaciones sindicales y sociales para la ocasión.
“Ahí estuvo la esencia de la proclama escrita por Gonzalo Aguirre y Enrique Tarigo, cuyo texto fue leído por mi tío, el primer actor de la Comedia Nacional, Alberto Candeau, quien, ante la cerca de 400 mil personas congregadas en ese lugar, afirmó con profunda emoción: ‘los orientales ratificamos nuestra voluntad de constituirnos en nación libre y soberana”, subrayó Carlo.

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