Patria y literatura en Manuel de la Cruz

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Un busto del Prado habanero honra la memoria de Manuel de la Cruz. De vida breve, fue uno de los más sobresalientes intelectuales cubanos del siglo XIX. Por añadidura comprometido con la causa independentista.

Nacido en La Habana el 17 de septiembre de 1861, desde joven le gustaba enterarse de los hechos acontecidos durante la Guerra de los Diez Años. Aquellas historias, muchas anecdóticas lo hicieron conocer la grandeza de la causa y los emprendedores de la primera contienda por la emancipación del yugo español.

Viajó a Europa y fue en España donde dio sus primeros pasos en el arte literario. Desde allá colaboró en publicaciones cubanas. En 1889 comenzó a trabajar como corresponsal del periódico bonaerense La Nación, para el mismo que escribió nuestro héroe nacional.

El accionar literario de Manuel de la Cruz fue amplio; sobre todo en lo concerniente a dar a conocer a personalidades cubanas de las letras. Aquel afán lo motivó a escribir y publicar la obra que tituló “Cromitos cubanos”, que contiene dos decenas de reseñas sobre escritores compatriotas suyos. Obra cuyo estilo evidencia a todas luces la influencia que la prosa martiana ejercía en él.

Su quehacer literario abarcó, además, la narrativa de ficción, labor en la que también se destacó.

Hacer plena justicia a Manuel de la Cruz como cronista y narrador, reclama la mención de un libro que leí a grandes sorbos en mi primera juventud. Una obra que ojalá muchos jóvenes y quienes no lo sean debieran degustar. Me refiero a “Episodios de la Revolución Cubana”.

Consta de 17 crónicas que si las leemos en el orden que aparecen nos sentimos ante una novela. No obstante, la obra tiene como virtud que puede leerse en cualquier orden, disfrutando la frescura de una prosa rica en detalles y descripciones elocuentes de sus protagonistas; muchas de ellas difíciles de hallar en otras fuentes.

Viene a mi mente el capítulo titulado “En la Crimea” donde ofrece un retrato del Inglesito al escribir: “Era el brigadier Henry Reeve de elevada estatura, nervudo y musculoso, dejando ver los ángulos de la osamenta, de rostro aguileño, el cabello de un rubio de oro y el color del cutis, salpicado de pecas, semejante a la rosa malva.” Más adelante dijo de él que era “de extraordinaria plasticidad de espíritu” y lo compara con “un ejemplar incompleto de Don Quijote de la Mancha”.

Su libro se asemeja al relato novelado de un corresponsal de guerra. La genialidad del libro radica en que el autor no fue testigo presencial de aquellas hazañas. Las conoció de boca de protagonistas y otros que sí estuvieron en aquellos parajes y acontecimientos y hurgando en la tradición oral, cotejando aquí y allá con el único propósito de ser consecuente con la verdad y no dejar que aquellos capítulos gloriosos parasen en el olvido.

Gracias a este escritor del siglo diecinueve cubano, conocemos la historia del rescate del brigadier Julio Sanguily, el 8 de octubre de 1871. Hecho protagonizado por el Mayor Ignacio Agramonte, fue una de las grandes acciones épicas del incipiente Ejército Mambí.

Cercano a Martí, Manuel de la Cruz colaboró con él en la preparación de la Guerra del 95. Por órdenes de nuestro Apóstol cumplió misiones dentro de Cuba. Durante su exilio en los Estados Unidos mantuvo su incansable accionar como uno de los más decisivos promotores del empeño liberador.

Martí fue uno de los primeros lectores de “Episodios de la Revolución Cubana”. En carta suya a Manuel de la Cruz, fechada en Nueva York el 3 de junio de 1890 le encomió: “¿Cómo empezaré a decirle el cariño, la agitación, la reverencia, el júbilo, con que leí de una vez, por sobre todo lo que tenía entonces entre manos, sus “Episodios de la Revolución” de Cuba?”.

Más adelante expresó nuestro hermano mayor: “Por supuesto que he de escribir sobre él, por gusto mío, para que sepa el mundo de nuestros héroes, y de su historiador, más de lo que sabe. Es historia lo que usted ha escrito; y con pocos cortes, así que perdurase y valiese, para que inspirase y fortaleciese, se debía escribir la historia”. (…) Más adelante, con la humildad inherente a su grandeza, Martí afirmó en aquella misiva: “Ya nada nuevo podremos hacer los que vinimos después. Ellos se han llevado toda la gloria”.

Manuel de la Cruz Fernández dejó de existir repentinamente en Nueva York, el 19 de febrero de 1896 a la edad de treinta y cuatro años. De haber sobrevivido, habrían sido muchas más las historias brotadas de su pluma, muchas de ellas como protagonista físico en el escenario de cada hecho.

Donde Patria y literatura se unen, “Episodios de la Revolución Cubana”, de Manuel de la Cruz, es un libro venerable, reliquia tallada en letras cuya lectura rinde culto al altar de la cubanía.

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