No soy un profesor popular

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Así se auto define este Doctor Honoris Causa en Ciencias Técnicas por la Universidad de Cienfuegos, a 51 años de haber consagrado su existencia a la enseñanza de la Física en la Educación Superior.

“Siempre he sido exigente, pero a la vez desarrollo una gran empatía con el interés y me pide ayuda, ese es un hijo para mí”, completa la caracterización de su singladura docente el profesor Arcelio Aramís Hernández Fereira. “Con una R sencilla”, precisa la singularidad del apellido materno que le ha deparado más de un engorro en cuestiones de trámites legales.

Vaya a saber por qué, así lo llevaba su abuelo Andrés, un hombre de costumbres liberales para la época que solía desaparecer del hogar y regresar cuando menos lo esperaban, al extremo de que una ocasión su abuela ya había invertido sus pocos recursos en comprar ropa de luto cuando un buen día el “muerto reapareció”. ¡Pero en su corta familia también lo recordaban por la participación en la Guerra de Independencia y su deportación al presidio de Ceuta, donde al pasar entre dos hileras de lugareños a los reos cubanos encadenados las mujeres les gritaban “¡Mambises, mambises!”, a manera de insulto, y le agregaban un escupitajo a la supuesta ofensa.

Arcelio, el octavo de la ristra de nueve hijos procreados por el matrimonio de Antero y Berta, nació en la calle Hourruitiner, entre Hernán Cortés y Colón el 30 de marzo de 1952. “Siempre digo que 20 días después del golpe de estado”.

Por el padre camionero de la Compañía Interamericana, cuando “los camiones más grandes eran de diez ruedas”, la familia debía cambiar de domicilio con frecuencia, pero al final regresaban al punto de partida, el barrio de Punta Cotica, “que entonces se llamaba Pueblo Nuevo”.

De aquella convivencia la mente del niño Arcelio guarda aún el recuerdo del vecino Lázaro Regidor Torres, un joven que militaba en la lucha urbana contra Batista. Atrapado por el jefe policial de Cienfuegos, Antonio Ruiz Beltrán, fue víctima de una paliza que casi le cuesta un ojo. Lo salvó la intervención del futuro presidente Osvaldo Dorticós Torrado y sobre todo su esposa, María Caridad Molina. Junto con la “carta de liberación” llegó la frase lapidaria del gordo Ñico Ruiz: “Si te vuelvo a ver en Cienfuegos, date por muerto”.

Entonces, como los Hernández Fereira se habían asentado en Santa Clara, le dieron cobijo en su nuevo hogar a Regidor, quien pasaba por sobrino de Berta. Pero en la capital provincial Lázaro cayó en manos del cabo “Puchindrún”. Nuevamente los buenos oficios de los Dorticós- Molina le devolvieron a la libertad. El niño Arcelio retuvo para siempre la imagen de quien llegaría ser su cuñado, “bocabajo en la cama del tercer cuarto, con la espalda destrozada por los vergajazos”.

Cuando la familia regresa definitivamente a la Perla del Sur, en julio de 1959, ya el octavo de los nueve hermanos, cuyos nombres todos empezaban por la primera letra del alfabeto, venía con el segundo grado aprobado, a pesar de sus cortos siete años. Y cursó de tercero a quinto a en la escuelita Mercedes Matamoros, en la calle Santa Elena y Boullón.

En sexto fue parte de la matrícula que estrenó el Centro Escolar José Gregorio Martínez, Prado, entre Padre Las Casas y Cervantes, la manzana donde estuvo el decimonónico Hospital Civil, demolido en 1959., cuyo derrumbe presenció en primera fila.

Para entrar a la Secundaria Alfredo M. Aguallo, Arguelles entre San Luis y Boullón, en el curso 1963-64, fue necesario presentar una dispensa, debido a sus escasos 11 años. A mediados del séptimo grado vivió el traslado hacia la “5 de Septiembre”, en el edifico del Colegio San Lorenzo.

Debido a la escasez de profesores, toda la matrícula de noveno grado de la ciudad fue concentrada en la Secundaria Atilano Díaz Rojo, que había sido una de los planteles de las Dominicas Americanas.

Que un adolescente de 14 años sea solícito con los deberes hogareños puede darle giro, para bien, a su vida futura. Arcelio fue a comprar carne y el carnicero envolvió la falda y las costillas en papel periódico. Al desenvolver el paquete sanguinolento en casa se topó con un reportaje sobre el Preuniversitario Especial Raúl Cepero Bonilla. Lo entusiasmó tanto que “decidí pedir la beca”.

Con María de los Ángeles Tovar, Roberto Ripoll, Mario Pomares, José Díaz Quiñones y Arcelio, Cienfuegos estuvo representada en la generación 1966-69, del plantel que funcionaba en los que habían sido Los Maristas, de la Víbora.

“Aquello fue un hito que me marcó, el primer intento (del sistema educacional) de dar un tratamiento al talento. Mucha exigencia, unos programas de estudio que nada tenían que ver con el resto de los institutos, utilizábamos libros de la universidad, recibíamos dos ciclos de idiomas: Inglés-Francés e Inglés-Ruso. En la preparación para entrar a la enseñanza superior leíamos en inglés los libros de Cálculo Diferencial Integral”.

Captado junto a muchos más del “Bonilla” para estudiar en el recién fundado Instituto de Física Nuclear, en el poblado habanero de Managua, que contaba hasta con un reactor subcrítico; al final sufrió la desilusión de que la posibilidad no cuajara, y en su lugar estudiara la licenciatura en la llamada Física pura en la Universidad de La Habana.

Por una de tantas coyunturas la Universidad Central Marta Abreu de Las Villas abre la misma carrera y viene a hacer tercer y cuarto años allí, hasta graduarse en octubre de 1973.

En la última semana de febrero de 1974, Arcelio, que en sus tiempos capitalinos ya había tenido una ligera experiencia pedagógica con alumnos del Pre del Vedado, inicia su carrera profesoral en el alma mater del centro de la Isla. De pronto se vio impartiendo Mecánica Cuántica II a estudiantes a quienes solo aventajaba en un semestre. “Algunos eran medio cabezoncitos”, recuerda, y le ponían las clásicas “tiñosas”, del mundillo académico. Se pasaba la semana entera preparando la siguiente clase, pero llegaba al aula con la respuesta.

Para resumir su extensa hoja de servicios académicos sería necesario un espacio similar al de esta página. Fundador de la Universidad de Cienfuegos (UCf) en diciembre de 1979, director de su naciente Centro de Estudios de Energía y Medio Ambiente, Doctor en Ciencias por el Instituto Politécnico de Kiev en 1984, docente en centros de Ecuador, Venezuela, Colombia y Zimbawe, nación africana donde cumplió el sueño, y a la vez reto, de impartir docencia en idioma inglés. “Trabajar en el extranjero, aparte de la cuestión monetaria, era una forma de probarme y me fue bien”.

En la actualidad sigue produciendo ciencia. Trabaja de manera conjunta en la redacción de artículos con el doctor Boris Potekhien, del Instituto de Ingeniería Forestal de los Urales, uno de los tantos asesores soviéticos de entonces en la UCLV, de quien había recibido cursos en 1974.

Profesor Emérito y Consultante de la casa de altos estudios cienfueguera, se confiesa un enamorado del trabajo experimental y por ende del laboratorio y defiende las prácticas reales en un tiempo cuando están de moda las virtuales.

Casado con su colega Marisela Gessa, es padre de Arcelio y Ariel, egresados en informática e ingeniería mecánica de la UCf.

Lector voraz (“me parezco a mi papá camionero que tenía una biblioteca en casa”, cinéfilo (“he perdido el entrenamiento, pero antes solo ver un cuadro y te identificaba el título de la película y el nombre de los protagonistas”) y “cacharrero”, “tengo un taller en un cuarto de la casa donde hago trabajos de electricidad, plomería o carpintería”, son otras de las facetas de la intensa vida de este hombre de ciencia que milita en el bando del materialismo dialéctico y que desearía ser recordado “como un buen profesor, un buen compañero”. Así de simple. Sin reparar en que ha sido acreedor de la totalidad de las distinciones y medallas posible en su ámbito, incluida la Carlos J. Finlay, “a la que nunca pensé que iba a llegar”.

A modo de resumen, el profesor Arcelio puntualiza que la Física en la ciencia que estudia a la Naturaleza, pero en el campo de las interacciones, y abarca desde lo muy muy pequeño hasta lo muy muy grande. Y por hablar hablamos, de Newton, Carl Sagan, Planck, Einstein (quien no le debe su Premio Nobel a la tan publicitada Teoría de la relatividad), Stephen Hawkings y la Teoría de las Cuerdas, formulada por Joel Sherk y John Henry Schwarz en el mismo año que él debutó como docente. Aunque el recopilador de su historia sienta que pisa un terreno demasiado movedizo para su aparato neuronal.

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Francisco G. Navarro

Periodista de Cienfuegos. Corresponsal de la agencia Prensa Latina.

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