Mi profesor de Español (+Fotos)

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A mi profesor de español, al de décimo grado, digo, no le gusta que le llame croniquillas a mis criaturitas “literarias”.

Con toda la autoridad moral que la asiste me “regañó” en estos días.

Tampoco le agrada el título de juntaletras que me saqué en la universidad de las redacciones. Que a mí me encanta desde que lo encontré en una publicación española. La palabreja es parte de la clásica coña de los contemporáneos habitantes de la Piel del Toro.

Ese apelativo identificador del oficio es parte de mi particularísimo sentido del humor, maestro, algo tan ecléctico como el Palacio de Valle, al que solo le falta, a mi humor digo, el condimento de la guasa barata. Afortunadamente no me tocó por la libreta.

El bichito, de agrupar letras, palabras y párrafos, venía conmigo desde Dios sabe cuándo, pero en aquella aireada aula, del tercer piso docente a la izquierda, de la primera ESBEC cienfueguera, me acabó por infectar hasta el día de hoy.

“Siempre me quedó la duda, por ejemplo, de quién era el narizón y quién el cojo entre Góngora y Quevedo”, recuerda un personaje de ficción que asistió a la misma clase de la lengua materna en aquel bendito último año de la Secundaria, en la escuela a la que nacían inteligencias intramuros y naranjales periféricos.

Mi profesor de Español, de décimo grado especifico, tiene nombre de rey francés y apellido de fruto mediterráneo y esencial para una buena mesa.

Y autoridad magisterial para regañarme por alguna que otra coña. De esas que también sirven para no creerse cosas; y seguir juntando letras como si fueran ladrillos en la pared que aspira a ser la más vertical del mundo. A sabiendas de lo difícil del empeño.

Aunque, que yo sepa, mi profesor de Español en Carmelina no tiene siquiera un viejo fotingo, se merece una canción como la vieja y gentil Thabata Twischit.

(Tomado, con permiso, de mi muro de Facebook)

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Francisco G. Navarro

Periodista de Cienfuegos. Corresponsal de la agencia Prensa Latina.

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