Mi (nuestra) generación

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Mi generación nació en la franja divisoria de un par de épocas, como decir en el caballete de un techo a dos aguas.

Nos tocó la suerte de descubrir el mundo en medio de la vorágine de un mundo en transformación. Fuimos los niños de los 60, años de los alzados, los Beatles, Matojo, minifaldas y los diez millones van.

Algún Serguei y dos o tres Vladimires aparecieron en el mapa de los listados escolares. Por suerte nuestros padres no fueron alquimistas de nombres exóticos. Eso sería mucho después, cuando la X, la Y y las Leydis en un santiamén derrotaron al santoral. Nosotros los del parteaguas seguíamos llamándonos Juan, María, Pedro y Lucía.

El azul y el blanco compartían a partes iguales la pañoleta de los primeros pioneros. Un día la aritmética comenzó a llamarse Matemática moderna, algunos le decían alemana, y la Lengua Española fue simplemente Español.

Los uniformes no alcanzaban para todos y las madres hacían maravillas en las viejas máquinas Singer para solucionar el problema textil de las tardes dominicales, cuando solíamos visitar a los abuelos.

O el día que nos llevaban al médico, quien casi siempre y a sugerencia de los mayores nos recetaba Bicomplex para mejorar el apetito.

Crecimos con la compañía de El Vengador en Radio Rebelde, y Nguyen Sun y Guaitabó en Liberación, la antigua CMQ; y en televisión en blanco y negro cruzaban espadas y machetes Los Bucaneros y Los Mambises.

El postre humorístico que protagonizaban Rita, Paco, Estelvina y El Encargado, nos aligeraba las digestiones, lo mismo en los almuerzos que en las comidas de Radio Progreso.

En ese mismo punto del dial del viejo aparato RCA Victor apareció Nocturno en la voz engolada e inconfundible de “Juan Ramón González Ramos que les habla”, para embriagarnos de Mustang, Brincos, Bravos, Pasos, Juan y Junior y Los Dinámicos. Los que alardeaban de su gusto por la música cantada en la lengua de Shakespeare echaban en falta la ausencia de un mítico cuarteto formado en Liverpool por jóvenes nacidos durante la Segunda Guerra Mundial. Para muchos, chapurrear sus estribillos en un inglés muy rudimentario era una válvula de escape a la rebeldía de la mocedad. Una época de la vida en que las gónadas suelen estar en pleno zafarrancho de combate.

Todavía faltaba muchísimo para que un Lennon de bronce se sentara en un parque del Vedado.

Un día nos dimos cuenta que en cuanto a academia se refiere sabíamos más que nuestros padres, alumnos en las aulas nocturnas de la Educación Obrera y Campesina, pero lejos de enorgullecernos sentimos un poco de pena por las oportunidades que a ellos les negaron anteriores urgencias.

Nosotros fuimos los adolescentes y los jóvenes de los 70, cuando con un par de botas rusas de suelas rebajadas por los bordes y un pitusa virado al revés, nos creíamos los dueños de la vida.

Seguíamos descubriendo un mundo que ahora era el del fútbol total de la Naranja Mecánica, el de un rubio alto con un zapato negro, el de Serrat, que nos ayudaba a enamorar con su Poema de amor y asomarnos al Mediterráneo sin viajar en Iberia; el de las ESBEC, casa y escuela nueva; las revistas Sputnik y Novedades de Moscú, Elpidio Valdés y el espeldrum de Juantorena “con el corazón en la boca”.

Unos nos apuntamos en el Destacamento Pedagógico Manuel Ascunce Domenech y otros decidieron que el país también necesitaba físicos nucleares, diplomáticos, generales y doctores. Entonces nuestros caminos se bifurcaron en aulas diferentes.

Nuestros padres nos dejaron crecer. Ni muchas visitas a la Escuela al Campo, ni pasarle la mano al profesor porque nos llevó recio en la Matemática, que a algunos nos resultaba tan abstracta que “de flores y banderas le llenábamos toda la página”.

Era muy raro el espécimen en aquella fauna escolar que cogía 100 puntos en todas. Si lo había se llamaba Abelardito, “el que filtraba un mazo”. Luego fueron “los tacos”. Mucho más tarde proliferan los de puntuación perfecta y se autoproclamaron “los escapa’os”.

Musicalmente, además del catalán Joan Manuel Serrat, asistimos al inicio del boom de Silvio y Pablo, sufrimos las manos cercenadas de Víctor Jara en un Santiago ensangrentado, cuyas calles volveríamos a pisar nuevamente.

Los oídos se nos atiborraron de quenas y charangos y “ándate por los Andes”. Cualquier gorda con buena voz se ponía un poncho y ya teníamos a Mercedes Sosa en la escuela.

Fue una década muy latinoamericana, en la que algunos sintonizaban escondidos la Dóbliu y se sabían de memoria la Escala. Simple rebeldía imberbe ante lo prohibido a la cual le llamaban diversionismo ideológico.

Cuando pasó la furia de los pantalones campanas el diversionista se ponía unos “fardos” de tubo y el director de la escuela se empeñaba en pasarle un limón entre la piel y la tela.

A las muchachas les encantaba dejarnos ver mucha más cantidad de muslos de la permitida por el reglamento escolar y había profesores que se encantaban midiendo milímetros de más y de menos sobre aquellas epidermis alucinantes y marmóreas.

Debería llover cantidad para que los amantes de la música foránea pudieran ver tranquilos en la sala de su casa Colorama, A capella o cualquier concierto de heavy metal.

Otros soñábamos con el perfecto acople de Mocedades y la voz de Amaya Uranga acompañaba nuestras soledades. Época además de Bonny M con sus mulatas en la pista, del falsete de los Bee Gees sudando con John Travolta su fiebre del sábado por la noche. (¿O todo eso fue después, cuando ya comenzábamos a ser mayores?)

Fueron años de amaneceres en la beca con el dúo Los Compadres y “si no fuera por Emiliana nos quedaríamos con las ganas de tomar café”. Faltaba muchísimo para que a Compay Segundo lo recibiera el Papa. Así fuimos. Como en la viña del Señor, también había niñitos bitongos e hijitos de papá. Por suerte, estos últimos no eran tantos.

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Francisco G. Navarro

Periodista de Cienfuegos. Corresponsal de la agencia Prensa Latina.

3 Comentarios en “Mi (nuestra) generación

  • el 17 febrero, 2022 a las 1:21 pm
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    Me encantó este relato de parte de mi época para no decir toda, pero eramos felices y toda la diversión era muy sana y sin maldad y mucho menos broncas al salir de una fiesta, los novios eran muy respetuosos.

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  • el 15 febrero, 2022 a las 11:35 am
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    me gustó ésta crónica del recorrido por los años de nuestra adolescencia y juventud, pero qué felices y sanos éramos, en aquellos tiempos habia que ser muy “taco”para llegarle con 100 puntos a todas las asignaturas y sí se estudiaba, pero los que sabían, sabían y si por casualidad habia un desaprobado, qué problema!!, cuando nos llevaban al médico en vacaciones para hacernos un chequeo para ver como estaba la salud y entonces el médico decía a nuestros padres – es usted el que necesita el chequeo, esos niños están bien, no los ves usted?-. usé minfalda con 128 libras de peso y 1.69 de estatura, me encantaban las escuelas al campo, 45 días recogiendo café en el Escambray, qué frio y las visitas de los padres eran solo los domingos, donde solo iban hembras a un campamento y varones al otro. Qué epoca más bonita, cuanto nos divertimos sanamente, las descarguitas eran solamente con música de la época, refresco y algun vinito, nada de borracheras y botellas de ron ni cigarros, se bailaban los 15, ensayando los fines de semana hasta la fecha, se hacian ruedas de casino para el honomástico, fue una época linda y muy sana, se respetaba, en fin fue una época de elegantes.
    saludos

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  • el 12 febrero, 2022 a las 11:36 pm
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    Me ha encantado ese viaje por la historia de nuestra juventud, así la vivimos en nuestro Palmira añorado.
    Así la recuerdo y cómo no!!,la adoro aunque ya peine canas que esconda debajo del tinte indispensable de mis cabellos.Saludos !!

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