Los relevos dorados del nieto del billetero

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De muchachón andaba las calles de Cienfuegos al paso de su abuelo Félix Leyva, de quien heredaría el apodo, El Curro, luego su santo y seña en el béisbol cubano de los 60 y principios de los 70, cuando el mote llegó a ser sinónimo de control y guapería encima de la lomita. Sobre todo, tras firmar desde el box de los carmelitas de Azucareros dos relevos de oro ante el Habana y Mineros. A la hora de los mameyes. Cuando la candela se ponía bien brava.

Andrés Cristóbal, el hijo de Andrés Vicente Leyva y Francisca Rodríguez, nació “en Hourrutinier y Padre Las Casas, Punta Cotica, cerca de donde radicaba la orquesta Aragón”, el 16 de noviembre de 1941. Dos meses después que Cienfuegos festejara su último campeonato en la historia de la pelota cubana. Aquel que colgó del brazo de Conrado Marrero en la vieja grama del estadio Trinidad y Hermanos.

Aprendió las primeras letras y los números iniciales en la escuela pública de San Lázaro, un barrio a donde no llegaba el brillo de la Perla del Sur. La fiebre beisbolera lo atacó en las proximidades del colegio, los terrenos de Míster Win, asiento actual del parque González Guerra. “Cuando aquello no existía la Doble Vía”, aclara quien concluiría los estudios primarios en la escuela de Marsillán. Paso previo a la Intermedia Félix Varela, aledaña al periódico El Comercio, en la calle Argüelles.

“Míster Win era un placer grande con varios terrenos. Parecido a Los Amarillos, donde después estuvo el Asilo Anita Fernández, actual Hospital Pediátrico. Estaba el Arizona, donde ahora está el Mercado (de avenida 50 y calle 63). Que tenía matas de álamo cercando los “files” y a veces se fildeaba bajo la fronda de los árboles.

“No llegué a integrar el “Arizona”, pero sí los vi jugar, ahí estaba “Wilili” Tartabull, futuro jugador de Grandes Ligas.

Cienfuegos llegó a tener 32 terrenos de pelota”, añora El Curro. Hoy casi basta con los dedos de una mano para contarlos. Y él, a sus más de 83 años, trabaja todas las tardes con niños entre seis y ocho años en uno de ellos, el Beisbolito de la Plaza, donde hace mancuerna con una leyenda llamada Antonio Muñoz.

Entre pasaje y pasaje de su existencia, el ex lanzador derecho recuerda que estando en la escuela de Marsillán asistió con ese plantel a su primera competencia nacional, un evento sub-12 que previa clasificación reunió en 1953 a seis novenas infantiles en La Habana.

Después hubo episodios de aprendizaje, de la mano de entrenadores empíricos, “pero se ocupaban mucho de la pelota”. Y cita los nombres de Cándido Puig y Manolo “El Bizco” Fernández, con quienes practicaba dos veces por la semana en el terreno del flamante Instituto de Segunda Enseñanza.

Por esa época jugó pelota fuerte con el equipo de la Catequesis de los Maristas. Y pintó de blanco a Cigarros Eva en su debut. Con anterioridad había vestido la franela del “Firestone”, una de las cuatro novenas patrocinadas por marcas comerciales que engrosaban la liga local de “Los Cubanitos”.

No logra precisar por qué razón no jugó la categoría juvenil. La historia caminaba con pasos de siete leguas y despide el 1959 con el uniforme de las Milicias Nacionales Revolucionarias y al propio tiempo lanzando por el equipo de aquella organización en Cienfuegos, trampolín de su llegada a las Series Nacionales en su segunda edición, la de 1963, con el equipo Azucareros. En la máxima instancia de la pelota criolla existe un récord del que casi nadie habla. El Curro cienfueguero encadenó 208,1 entradas sin cometer wild pitch.

Pero la biografía peloteril de Andrés Leyva no pudiera escribirse sin mencionar a la selección del CVD Cienfuegos, cuyo staff llegó a encabezar. Y con el cual firmó once victorias en la racha de 33 éxitos en fila

Aquel equipo pilotado por Jacinto “Tito” González, aglutinaba entre otros a los también lanzadores Olayo Argüelles, Lázaro Cuéllar y Urbano Díaz. A los jugadores de posición Julito Bécquer, Francisco Cantero, “Veguita” Fernández, “Pavín” Rivero, Orlando Castellón, Roberto Ferreiro, Rafael “Guantánamo” González y “El Bomba” Ferrer.

Un par de relevos de campeonato, literalmente, bastarían para que el Curro Leyva tuviera su página en la pródiga historia de la pelota cubana.

En el justo epilogo de la X Serie Nacional los Azucareros llegaron al Sandino a falta de una sola victoria para coronarse por segunda vez. El rival era el Habana, “una guerrilla peligrosa” comandada por Pedro Chávez que de barrer empataba. Y estuvo a un tris de conseguirlo. El sábado Rolando Macías perdió 10-0 y en el primer duelo dominical los marrones no creyeron ni en el mismísimo José Antonio Huelga, al as del pitcheo cubano de la época.

A segunda hora el mentor Pedrito Pérez le dio bola al diestro Gaspar Legón, que llegó al “lucky seven” con empate a una, pero se le llenaron las bases de habanistas, sin out. Era el momento que la vida le tenía reservado al derecho cienfueguero. Ñico Jiménez le conectó línea al guante del jardinero central, Silvio Montejo, que acuñó el doble play en la mascota del receptor Lázaro Pérez. Y Urbano González murió en elevado a la pradera derecha. “Después metí otras dos argollas”. Fin de la historia.

Al otro año Mineros ganó 27 al hilo en el tramo final y terminó igualado (52-14) con los Azucareros de Servio Borges. La escena quedó lista para el segundo play off de los Series Nacionales. En Santiago, el 1 de abril de 1972, la victoria visitante (2-1) cuajó con relevo del Curro, que relevó en el sexto a Sergio “Noche Oscura” Ferrer, con orientales en las esquinas y un out. Primero abortó una jugada de squezze play que terminó con el corredor de tercera, Ramón Hechavarría rindiéndose en el “round out”. “Después saqué el tercero en fly al izquierdo”.

Mineros igualó la serie extra en el Sandino (3-2) y trasladó la decisión al terreno neutral del Latinoamericano. Donde Huelga tiró blanqueada de 2-0, válida para el tercer y último trofeo de los Azucareros.

En el verano de 1974, al terminar la campaña, El Curro decidió llegada la hora de colgar el guante y guardar los spikes. Había notado que ya su brazo de “matador” no respondía igual cuando la caña se ponía a tres trozos.

En el verano (austral) del siguiente año volvió a lanzar. Ráfagas de BZ-51 y AKM. Contra las milicias de Jonás Savimbi. En las selvas de Huambo y Menongue.

Por esa fecha ya crecía la familia que había formado con Celerina. Este mes hace un año que extraña la presencia de la mujer con quien compartió anhelos desde 1963.

Camino a sus 84 años, Andrés está casi seguro de que él es el más longevo de los entrenadores cubanos de béisbol en activo. Y lo hace con el mismo ahínco que les ponía a las caminatas de pequeño escudero del viejo Félix, el billetero dueño del apodo original, que luego la pelota sesentera se encargaría de popularizar desde San Antonio a Maisí.

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Francisco G. Navarro

Periodista de Cienfuegos. Corresponsal de la agencia Prensa Latina.

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