Los pequeños poderes de los hombres pequeños

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Todo poder se ejerce, sea de forma correcta, irregular, moderada, fuerte o extrema, en dependencia de quien o quienes lo detenten. Hacerlo es inherente al hecho de asumir semejante responsabilidad, resulta consecuencia del puesto para el cual se ha designado a la determinada persona que lo asume. Rebatir tal verdad va contra el orden mismo del mundo, que sea cual sea nuestra opinión ya está establecido —con muchos parecidos doquiera, más allá de las ideologías—, de modo que el asunto a aludir aquí estriba solo en los métodos mediante los cuales es ejercido en el ámbito doméstico de servicios públicos, reparar en las gradalidades del acto en sí dentro de ese escenario cotidiano local.

Desafortunadamente, en la Cuba que vivimos hay muchas, quizá demasiadas, personas que detentan poderes mal empleados en instituciones, organismos, oficinas de trámite, registros, bancos u otras entidades de atención directa al público o contacto sistemático con este.

Son, vistos bien, pequeños poderes, pero con la capacidad de anular la soberanía de tu jornada, posponer empeños, retardar cuanto pudiera resolverse de un plumazo. Por consiguiente, desaniman, incomodan e incluso quiebran a ciertas personas ya cansadas de vencer tantos problemas en el camino diario.

Ahí están desde el reclamo de una coma o un punto poco legibles en cualquier documento, el sello que no se acepta porque está falto de color, un doscientos que le falta alguna de sus dos s en un cheque bancario; ahí están la solicitud de requisitos innecesarios, hasta legajos prescritos; o cuanto cosa se le ocurra a quien disfruta de su pequeño poder, sin escuchar razones de nadie ni dejarse convencer por ningún argumento.

Él o ella no pueden permitirse ser convencidos, porque de hacerlo reconocerían que incurrieron en un extremismo innecesario con seres humanos con ocupaciones, dificultades, quienes quizá en algunos casos madrugaron, se sienten mal de salud o debieron hacer difíciles combinaciones de transporte para llegar a la unidad a efectos de cumplir con el cometido propuesto.

Suele ocurrir algo casi invariable en tales casos: ese ciudadano mal atendido toma la parte por el todo y no empieza a despotricar justamente de quien se extremó consigo, sino de la institución, el ministerio al cual pertenece, el país. Luego, no pocas veces desplaza el asunto al paño de lágrimas en que se ha convertido la red social preferida de los cubanos. Y ello genera a su vez otra ola de comentarios e insatisfacciones, reales o inventados.

Pero en la mayor parte de estos hechos, la culpa no es del sistema sino de la persona encargada de asumir la responsabilidad del servicio en cuestión.

En innumerables ocasiones durante visitas de ministros, altos funcionarios, representantes de diversos frentes de la dirección del país cubiertas por el autor de estas líneas, dichas autoridades recaban un correcto trato al público en las dependencias estatales, algo que además también está legislado en el objeto social de las dependencias. Mas, la exhortación se expresa en la asamblea de balance o el encuentro equis, sin embargo en la práctica cae en oído sordo de estos pequeños hombres tan satisfechos con sus pequeños poderes.

Son los señores de sus feudos personalizados y quienes acuden a sus ventanillos se convierten, tanto en sus mentes como en la realidad, en sus súbditos. Por fortuna, no son todos, y de igual manera que existen sujetos dados a entorpecer, a convertir en un NO infranqueable el mínimo asunto del cliente, hay otros muchos, fabricados de una madera diferente o asidos a divergentes preceptos éticos, quienes escuchan y comprenden, quienes no incurren en posiciones extremas, para así contribuir a hacer más llevadera la rutina de sus propios hermanos.

Del mismo modo que toparse con los segundos se torna en bendición del día, hacerlo con los primeros puede convertirse en un calvario.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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