Los 490 Mandamientos (D-K (Logos) de Carlos Esquivel)

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Ustedes conocen que muchos escritores han realizado decálogos sobre el arte de escribir mejor. Consejos a los narradores noveles o, simplemente, un resumen de la propia estética. Carlos Esquivel también quiso incursionar en el género, pero a mitad de camino se entusiasmó y en lugar de uno, escribió 49 decálogos.

Claro, como buen poeta, narrador y conocedor de la psicología humana, se ha percatado de que la gente tiene tantas creencias (o puede tenerlas), que en lugar de imponer diez sentencias (“Harás esto… o No harás esto otro”, como los Diez Mandamientos bíblicos), prefirió de manera jocosa decirle a sus lectores: Aquí tienen 490 mandamientos, elijan los que les convengan. O como diría Groucho Marx: “Estos son mis principios, señora. Si no les gusta, tengo otros”.

De lo que se sigue que este medio millar de sentencias concierne no solo a los escritores (premiados o no), sino también a otros especímenes no menos raros como los artistas, los lectores, los investigadores, los profetas y políticos, y los partidarios de diversos tipos de erotismo y vidas sexuales.

Pero vamos a hacer al revés. No hablaremos de los escritores y artistas. Vamos a centrarnos en ustedes: el público, los lectores. Y después, si queda tiempo, hablaríamos de sexo y de política.

Yo tengo una amiga que se lee casi todo lo que escribo y lo que leo. Algunos creen que es una amiga imaginaria. Lo cierto es que me dijo:

—¡Qué original que Esquivel haya incluido a los lectores en sus reflexiones sobre la literatura!

—¿Por qué? —le pregunté.

—Porque muchos escritores actuales, que se las dan de elitistas, no piensan en los lectores. Y en realidad no son los escritores taaanto como los lectores quienes mantienen vivo a un libro. Si nadie lee un libro, ese libro muere.

Yo no estaba taaan de acuerdo con la idea. De hecho, el propio Carlos escribe en su decálogo 48: “Cambian los tiempos, las personas. Los libros no cambian”. Ella entrecerró los ojos y replicó:

—Pero en ese mismo párrafo dice: “El olvido depende de uno y del otro.”

Yo, como todo hombre, todavía conservo mi poco de machismo y no quería salir mal parado en la controversia y repuse:

—Ahora muy poca gente lee, excepto las cosas que se postean en Fb, Instagram, X (antes Twiter). Eso no quiere decir que los libros murieron. Un buen libro toca los grandes conflictos, los instintos más fuertes. Eso no pasa de moda.

Yo sabía que Esquivel había escrito: “Entendamos a un libro como una prueba de tiempo, especie de nave espacial hacia épocas futuras”. Se lo dije a mi amiga, muy ufano. Y añadí con pedantería: Decálogo 18: Del ladrón de libros.

—Sí, está bien —respondió ella—, pero para garantizar ese futuro debes ir a los orígenes de esos instintos. El origen del amor, del odio, el origen de la muerte, de lo cómico y lo trágico; los orígenes de lo bello y lo feo. Tienes que viajar en retrospectiva. Hacia el inicio del tiempo. El propio Carlos sentenció: “Procura nacer antes de tiempo. Antes que tus maestros incluso”. Me miró con ojitos y añadió: Decálogo 1: del escritor subversivo.

Mi amiga me estaba dando una paliza sobre la interpretación del libro D-K (Logos), Mecenas 2024.

Nos sostuvimos la mirada un rato, midiéndonos, en esa mal llamada guerra de sexos. Al cabo, ella propuso una idea extraña:

—Si tú fueras un libro, ¿te leerías a ti mismo?

—¿Eso no es narcisismo? —dije.

—O autoconocimiento —replicó ella—. Es una actitud importante. Ser sincero como escritor y como lector. Carlos dijo: “Probablemente dije mentiras cuando debí decir verdades; y verdades cuando las mentiras tenían que ponerse delante”. Decálogo 17.

De pronto me percaté que estábamos citando a Esquivel como si fuera la Biblia. Un Patriarca, un profeta como Moisés o Noé. Había metido en su libro, en su arca, cosas peligrosas. ¡Y hasta lo reconocía en su Decálogo 6!: “Lleve en un arca cosas indeseadas, especies que nadie quiso tener.”

—¿Y a qué especies raras se refería además de los lectores? —pregunté con cautela a mi amiga.

—A los artistas, a los públicos, a los políticos, a los parafílicos, a los guerreros sexuales —enumeró sin titubear.

Se me pusieron frías las manos. Con esas especies raras, nuestras interpretaciones se podían intensificar, nuestro drama podría coger temperatura.

—Me tengo que ir —dijo ella y se alejó.

Yo me llevé las manos a la cabeza, como en el meme del lector que está terminando un libro y los conflictos de los personajes aún no se solucionan:

“Solo faltan diez páginas —Esto terminará mal —¿Será un final abierto? —¿Y si no hay continuación?”

—Oye, espérate ahí, que no hemos terminado —le grité a mi amiga, nervioso.

—Dile a los lectores del público que te ayuden —me respondió de lejos.

En eso entró un mensaje de Esquivel. Y bueno, aquí estoy. Ya que mi amiga se ha ido ¿ustedes pudieran leerse el libro y continuamos el debate?


El libro se encuentra disponible en la tienda virtual Ruth

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Ernesto Peña

Narrador y crítico. Premio Alejo Carpentier de Novela.

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