La muerte tomó pasaje en el tren de San Lino

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A eso de las cuatro de la tarde del viernes 26 de diciembre de 1919 don Acisclo del Valle y Blanco tomó del brazo a su esposa, Amparo Suero, en el andén del ingenio San Lino y la ayudó a subir al tren que cubriría en unos minutos el trayecto hasta Rodas, la cabecera municipal.

En la villa del Lechuzo harían una conexión ferroviaria hasta Cienfuegos, que viviría aún la resaca gastronómica de la Navidad.

Don Acisclo del Valle y Blanco.

El asturiano tenía 54 años recién cumplidos en noviembre y era uno de los cuatro principales capitalistas de la comarca cienfueguera. Se había levantado bien temprano en su palacete de Punta Gorda, monumento al eclecticismo en la Isla, y por la mañana estuvo en la notaría que asistía legalmente sus múltiples negocios para estampar su firma en una escritura.

La víspera había recibido la noticia del fallecimiento en Madrid de una cuñada de su cuñado Leopoldo Suero, encargado del manejo administrativo del San Lino, propiedad que hasta el año anterior había pertenecido a la compañía que formaba Valle con Montalvo y Balbín.

Quiso don Acisclo informar verbalmente de aquella pérdida y se hizo acompañar por doña Amparo, durante lo que al propio tiempo podría significar un paseo navideño, época en que los cañaverales florecidos de güines semejaban campos nevados y los aguinaldos adornaban la campiña para delicia de las colmenas.

Cumplida la triste encomienda y compartido un almuerzo familiar en la casona del ingenio que sería demolido dos años más tarde, la pareja abordó un trencito de vía estrecha rumbo a la villa del Damují.

Y con ellos tomó pasaje la muerte, incapaz de distinguir fortunas o fortalezas físicas cuando quiere hacer bien su labor.

Un ataque de angina fulminó al industrial en medio del corto tramo ferroviario. Incrédula de la veracidad del desenlace, la mujer exigió con urgencia los servicios de un médico en la estación de Rodas. El doctor Ruiz llegó a tiempo para certificar que el estado civil de Amparo desde aquel momento era viuda.

Hasta aquella tarde en que la muerte lo citó entre jardines naturales de flores de caña y campanillas melíferas, Acisclo del Valle había sido presidente efectivo y honorario del Cienfuegos Yatch Club, a la vez que compartía la segunda condición en la Colonia Española, el Club de Cazadores, el Asturiano y el de Exploradores.

Era además el principal ejecutivo de la Compañía Industrial S.A. y de la de Mieles y Combustibles de Cienfuegos. Vicepresidente del Club Rotario, vocal de la Cámara de Comercio y de la Compañía de Seguros y Fianzas, amén de consejero del Centro de Propietarios Urbanos.

Parece ser que toda muerte de famoso se presta para incubar una leyenda. Lo mismo la de Michael Jackson que la de aquel asturiano fomentador de capitales en las riberas de la bahía de Jagua. La comidilla popular achacó el deceso del comerciante español a otra noticia ajena a la pérdida familiar que fue a comunicar en persona a casa de su cuñado. Decían que el hombre recién se había enterado de la brutal caída de los precios del azúcar que avizoraban la próxima crisis de las vacas flacas.

El cadáver llegó ya de noche a Cienfuegos, donde a muchos les asistió la misma incredulidad que a doña Amparo en los primeros momentos. Fue velado en la mansión que destacaba sobre la ancestral Punta de Tureira de los aborígenes de Jagua.

De manera curiosa, la prensa local no resultó pródiga en detalles como solía serlo con las ceremonias luctuosas de la alta sociedad cienfueguera. El entierro tuvo lugar a las 24 horas del momento en que el magnate tomó el trencito de San Lino a Rodas sin percatarse de la presencia de una pasajera vestida de negro.

El doctor Sotero Ortega despidió el duelo en el cementerio de Reina, donde el alma del potentado no iba a ser hueso viejo.

Una cuña al centro de la primera plana en la edición del 30 de agosto de 1922 del diario La Correspondencia daba cuenta de una nota publicada por un colega asturiano, que reportaba la llegada a Arriondas de la viuda de don Acisclo del Valle conduciendo los restos mortales de su esposo, los cuales reposarían para siempre en el panteón familiar en el cementerio de su pueblo natal.

La búsqueda del documento que amparara el traslado de Amparo con las cenizas a su destino final, resultó infructuosa para los investigadores cienfuegueros que hace unos años hurgaron en los archivos de la añosa necrópolis de Reina.

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Francisco G. Navarro

Periodista de Cienfuegos. Corresponsal de la agencia Prensa Latina.

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