La biotecnología cubana tiene “pedigrí”

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La historia de esta Isla es pródiga en hechos y figuras de carácter científico, cuya impronta en la cultura nacional no es lo suficientemente conocida, menos aún justipreciada. Esta que les relato a continuación, es apenas una de esas hazañas que merecen permanecer en la memoria colectiva de la nación, pues nos ayudan a entendernos mejor como pueblo. El 8 de mayo de 1887, se inauguraba en La Habana una institución cuyo solo nombre hubiera despertado el interés del más indiferente de su época: Laboratorio Histobacteriológico e Instituto de Vacunación Antirrábica. Viajemos pues, hacia los años finales del siglo XIX cubano y situémonos en contexto para averiguar todo lo que podamos de esta joya decimonónica de la biomedicina en Iberoamérica.

Durante el período inter guerras, mejor conocido entre los cubanos con el certero apelativo martiano de Tregua Fecunda, el Dr. Juan Santos Fernández era ya un prestigiosísimo oftalmólogo. El galeno dirigía la no menos prestigiosa Crónica Médico-quirúrgica, revista de medicina, cirugía y ciencias auxiliares, cuyas páginas trascendían las fronteras insulares. Santos Fernández habíase convertido, además, en una de las figuras principales de la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana[i]. En 1885, durante una de las reuniones de los redactores de la Crónica… se comentaba animadamente la última novedad, conocida a través del cable telegráfico submarino: el ilustre científico francés Louis Pasteur había obtenido resultados asombrosos en el tratamiento de un niño mordido por un perro rabioso.

El asunto no era poca cosa. Hasta entonces la rabia o hidrofobia era una enfermedad incurable y mortal, así que la perspectiva de un remedio profiláctico eficaz para este mal entusiasmó a Santos Fernández y a sus compañeros: la idea de importar hacia la Isla los beneficios del método pasteuriano y crear un laboratorio propio, tomó cuerpo rápidamente. Por si ello fuera poco, el espacio serviría para adiestrar a los galenos y sus aprendices en los procedimientos de la moderna ciencia bacteriológica[ii]. Los obstáculos a vencer no eran pocos, pero el esfuerzo valdría la pena.

Secundaron al académico en sus gestiones fundacionales los eminentes médicos Diego Tamayo, Francisco Vildósola y Pedro Albarrán. Los dos primeros partirían hacia Francia a visitar a Pasteur para familiarizarse hasta el más mínimo detalle con el método de obtención del suero antirrábico y las nuevas técnicas bacteriológicas. El famoso investigador y sus colaboradores acogieron a los cubanos con las mayores atenciones y no escatimaron tiempo y esfuerzos para, en tiempo récord, ponerles al corriente de todo lo que necesitaban saber. Para entonces, Santos Fernández había comprado en Estados Unidos, con recursos propios, los materiales y dispositivos necesarios que le permitirían montar un laboratorio. Cuando Tamayo y Vildóso la regresaron a la Isla completaron la instalación y lo dejaron listo para su apertura.

El eminente oftalmólogo Juan Santos Fernández y la Quinta de Toca, su residencia particular y sede del Laboratorio Histobacteriológico e Instituto de Vacunación Antirrábica.

Santos Fernández fue elegido por sus colegas de la Crónica… como director de la institución que se estableció en la Quinta de Toca, su propia residencia, situada en la Avenida Carlos III. La creación y posterior sostenimiento del laboratorio correría por el propio galeno. Las diversas dependencias de la administración colonial no habían “disparado un chícharo” en este empeño. El detalle no escapaba a la atención del Diario de la Marina, que a la par de los merecidos elogios a sus promotores, llamaba enfáticamente a apoyar el proyecto:

El establecimiento del Laboratorio bacteriológico ó Instituto de Vacunación antirrábica señala un progreso científico en esta Isla, y presta un verdadero servicio á la humanidad. El Dr. Santos Fernández y sus perseverantes compañeros, así los que fueron á estudiar el procedimiento á París como los que le acompañan aquí en el trabajo, merecen el aplauso de todas las personas de buena voluntad. Su obra debe ser apoyada por cuantos se interesan en los progresos de la ciencia y en el bien de sus semejantes. Nada han pedido ciertamente para la instalación de ese Laboratorio; ningún lucro persiguen; pero sus sacrificios no deben ni pueden limitarse á ellos solos: es necesario que en otras esferas encuentren auxilio, para que perseverando la iniciativa obtenga el mayor desarrollo[iii].

La inauguración de la institución —como era de esperarse— fue todo un suceso y acaparó la atención de la opinión pública de la época. Una selecta concurrencia llenaba a la hora fijada el gran salón destinado al solemne acto que estuvo presidido por Nicolás José Gutiérrez, titular de la Academia. Al momento de su fundación el laboratorio se estructuró en cuatro secciones: Histología, Bacteriología, Rabia y Análisis Clínico. Como director científico fungió, por méritos propios, el Doctor Diego Tamayo Figueredo.

La vacuna contra la rabia era, desde luego, el “producto estrella” del laboratorio. Su obtención y difusión a lo largo de la Isla constituyó el objetivo central de sus fundadores. Se aplicaba rápidamente a las personas que habían sido mordidas por animales sospechosos de portar el virus de la rabia. Ello era decisivo, pues una vez que aparecían los primeros síntomas y signos de la enfermedad no surtía efecto alguno. Los primeros resultados ya se informaban en la edición del Diario de la Marina a los pocos días de la inauguración del laboratorio:

Sabemos que las cuatro personas sometidas al tratamiento de Mr. Pasteur, contra la rabia, en el Laboratorio bacteriológico de esta capital y que habían sido mordidas tres por perros hidrófobos y una por un caballo con la misma afección, han terminado ya aquel. Hay grandes esperanzas de obtener un feliz resultado en estos casos, y por lo mismo conviene que acudan á dicho Laboratorio los que, desgraciadamente, se hallen en Igual situación que los que mencionamos, ya que por suerte posée esta Isla un Instituto de vacunación anti-rábica, del que carecen aún muchos pueblos de Europa[iv].

Como puede apreciarse, la nota de prensa transmitía confianza en el tratamiento e invitaba a las personas que lo necesitaran a llegar hasta la institución. Pero el acceso a la vacuna no se limitó al recinto que ocupaba el laboratorio. Los doctores Tamayo y Vildósola tenían el encargo de extender su utilización hacia otras regiones cubanas sin distinción de clases sociales y sin costo alguno para las personas pobres. Pronto los efectos de la vacunación se tradujeron en una disminución de la mortalidad, apoyada, además, por la seguridad del producto: si la persona no tenía el virus en sangre no sufría ningún peligro.

Claro que no fue la vacuna antirrábica el único resultado de impacto que tuvo el centro. Con singular éxito se aplicaron en los años siguientes los sueros antidiftérico, antitetánico y antiestreptocócico, tan pronto se conoció en el mundo el modo de obtenerlos. Fueron ensayados tratamientos anticancerosos y antileprosos, aunque estos no fueron efectivos. Además de la línea de sueros y vacunas, otros frentes de trabajo arrojaron resultados alentadores. Se practicaban exámenes de histología normal y patológica, se realizaban diagnósticos bacteriológicos de diversas enfermedades que afectaban tanto a humanos como a animales, se ofrecía asesoría en materia de medicina legal y, como ya se refirió, se formaron profesionales de prestigio en el campo de la bacteriología[v].

Los médicos Diego Figueredo (izquierda) y Pedro Albarrán, dos de los artífices de la puesta en marcha del laboratorio.

Múltiples experimentos fueron realizados con éxito variable, en torno a enfermedades como la fiebre amarilla, el cólera asiático, el muermo y muchas otras patologías. Lamentablemente, la institución no arrojó “luces” sobre el esclarecimiento de la etiología de la fiebre amarilla, un verdadero azote para la época, ni logró apoyar las investigaciones de Carlos J. Finlay al respecto. Ello sin embargo, no debe empañar la inmensa obra desplegada por Santos Fernández y su equipo, principalmente durante la etapa colonial. Con la llegada del nuevo siglo, el laboratorio fue gradualmente perdiendo importancia, hasta desaparecer durante la década de 1940.

El Laboratorio Histobacteriológico de la Crónica Médico-Quirúrgica de La Habana fue el primer instituto de investigaciones biomédicas que funcionó en Cuba y constituyó el primer centro que en América Latina logró producir vacunas por vía experimental. Sus fundadores, con el Doctor Juan Santos Fernández al frente, se erigieron en dignos herederos del Dr. Tomás Romay, quien en 1804 introdujera en la Isla la vacuna contra la viruela.

Los desafíos que no solo en el plano estrictamente científico debieron enfrentar para concretar sus propósitos, su altruismo y vocación de servicio, pero sobre todo, los beneficios sociales que sus acciones reportaron, ofrecen suficientes argumentos para que sean considerados como legítimos precursores de la biotecnología cubana nacida después de 1959 y un referente genuino para las actuales y futuras generaciones de médicos y científicos en este hermoso “caimán verde”. La metáfora de Galeano sobre la historia como un profeta que desde el pasado nos dibuja el provenir se ajusta al caso como anillo al dedo ¿no creen ustedes?

Portada de la primera Memoria Anual de los trabajos del laboratorio en 1888.

[i] Juan Santos Fernández sería electo en 1897 como Presidente de la Academia y ratificado durante los años siguientes hasta su muerte en 1922.

[ii] Memoria Anual de los trabajos del Laboratorio Histo-bacteriológico e Instituto Antirábico de la Crónica Médico-quirúrgica de la Habana. Imprenta de Soler, Alvarez y Compañía, 1888

[iii] Diario de la Marina. Periódico Oficial del Apostadero de la Habana. Viernes 6 de mayo de 1887.Núm. 106

[iv] Diario de la Marina. Periódico Oficial del Apostadero de la Habana. Domingo 15 de mayo de 1887.Núm. 114

[v] Pruna Goodgall, Pedro et.al Historia de la Ciencia y la Tecnología en Cuba. Editorial Científico-Técnica, La Habana, 2014 pp.114-116.

* Profesor e investigador de la Universidad de Cienfuegos ¨Carlos Rafael Rodríguez¨. Miembro de la Unión de Historiadores de Cuba (UNHIC)

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Vero Edilio Rodríguez Orrego

Profesor e investigador de la Universidad de Cienfuegos ¨Carlos Rafael Rodríguez¨. Miembro de la Unión de Historiadores de Cuba (UNHIC) y de la Sociedad Cubana de Historia de la Ciencia y la Tecnología.

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