La bestia sanguinaria Batista, un “santo” para los medios anticubanos

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Mentir, mentir y mentir más. Esta constituye la línea de los medios de prensa anticubanos del sur de la Florida al abordar el tema de la Isla, en cuanto a asuntos de la actualidad pero también del pasado. El mandato en el último frente consiste en intentar borrar la historia y reescribirla de acuerdo con la plataforma editorial anexionista definidora de dichos portales

Cadenas de televisión, emisoras de radio, portales y periódicos instalados allí, cuentan desde hace años entres sus directrices discursivas —aunque la matriz se ha intensificado notablemente durante las últimas semanas— la reivindicación del tirano sanguinario Fulgencio Batista.

En plena campaña por el aniversario 70 del golpe de estado del 10 de marzo de 1952, motivo de celebración y no de luto para ellos, a lo largo de enero y febrero de 2022 se registró en tales órganos una congestión de artículos, comentarios y entrevistas de alabanza con familiares del dictador o presuntos expertos en su “legado”. Cuanto se ha dicho, en los referidos espacios, sobre este personaje terrorífico de la historia de Cuba es tan absurdo y mendaz, que roza el delirio, la alucinación.

Cualquier hagiografía o vida de santos empequeñecería ante tamaña avalancha de sofismas tendentes a ennoblecer la abyecta figura.

Pero para saber realmente quién fue Fulgencio Batista ni siquiera precisa acudirse a “la historia escrita por los comunistas”. La verdad histórica se encuentra recogida, también, en los propios medios occidentales, libros y declaraciones de altos funcionarios de Washington.

Ese señor instauró en 1952 la dictadura más sangrienta y corrupta conocida en Cuba a lo largo de su historia; solo con el precedente de la satrapía de Gerardo Machado en lo relativo al prontuario criminal.

Conocido por su anterior labor al frente del país, tanto en razón de su pasado golpista como de sus fervores pro-Washington —demostrados desde su alianza con el embajador Sumner Welles en 1933—, la asonada de 1952 contó con el total respaldo del gobierno de losEstados Unidos.

De Washington, él fue un peón que instrumentó las políticas para la región aconsejadas por sus mentores. Sus amos le brindaron sólido respaldo material y asesoría militar, similar a como procedieron, años después, con el desgobierno de Pinochet, en Chile, tras el golpe al presidente electo Salvador Allende, u otras dictaduras militares latinoamericanas.

Las inversiones de EE.UU. alcanzarían los mil millones de dólares en Cuba a lo largo de su mandato. Las visitas del entonces vicepresidente, Richard Nixon, a inicios de febrero de 1955; y la de Allan Dulles, director de la CIA, dos meses después, sirvieron para fortalecer los programas económicos e ideológicos del imperio en la Isla.

El jefe de la tenebrosa CIA le planteó al tirano la inquietud de su gobierno con la actividad comunista en Cuba, ante lo cual el dictador inauguró, en pocas semanas, el Buró de Represión de Actividades Comunistas (el temible BRAC).

La  “criatura”, de conjunto con el no menos pavoroso Servicio de Inteligencia Militar (SIM), la Policía Nacional y el Ejército, hizo del país un estado policial, en cuyo vórtice las personas vivían en permanente zozobra y donde las desafecciones políticas se castigaban con la muerte, sin medias tintas.

Mientras tanto, la mafia norteamericana hacía del negocio de la noche y del juego otro imperio en Cuba, llamada “el prostíbulo de América”, tema sobre el cual han sido publicadas valiosas investigaciones literarias.

Contentos todos en el norte, bandidos incluidos, Batista tenía barra libre aquí. Así, prohijó a grandes asesinos de la historia de América Latina (Conrado Carratalá, Pilar García, los hermanos Salas Cañizares —Rafael, Juan y José María—; y Esteban Ventura Novo) y a cohortes de criminales subordinados a ellos, para defender su siniestra estructura política.

Todos los anteriores eran “hombres de bajos instintos, criminales natos, bestias portadoras de todos los atavismos ancestrales revestidas de forma humana”, para decirlo con palabras de Fidel, quienes pusieron en vilo a la nación y especialmente a su juventud, la cual murió con los ojos sacados, sin uñas, reventados sus testículos o violada, en cuarteles, cunetas, descampados, ríos, mares.

En su reino de “sangre y pillaje” —términos empleados por el maestro Enrique de la Osa—, la corrupción sobrepasó todos los estándares históricos de una nación ya entonces experta en el tema. Batista, por sí mismo, se subió el sueldo presidencial de 26 mil 400 a 144 mil dólares; por arriba incluso que el del presidente de Estados Unidos, Truman, cuyo monto rondaba los 100 mil.

Sin embargo, gran parte de la población cubana estaba desempleada; al tiempo que la mayoría de los campesinos vivía en barracones con techo de guano y piso de tierra, desprovistos de servicios sanitarios o de agua corriente. En tanto, el 90 por ciento no disponía de electricidad.

Como recoge el profesor francés Salim Lamrani en su ensayo 50 verdades sobre la dictadura de Fulgencio Batista en Cuba, el economista inglés Dudley Seers afirma que la situación en 1958 era intolerable: “(…) en el campo, las condiciones sociales eran malísimas. Cerca de un tercio de la nación vivía en la suciedad (…) viviendo en barracones, normalmente sin electricidad ni letrinas, víctima de enfermedades parasitarias y no se beneficiaba de un servicio de salud. Se le negaba la instrucción (sus hijos iban a la escuela un año como máximo). La situación de los precarios, instalados en barracas provisionales en las tierras colectivas, era particularmente difícil (…). Una importante proporción de la población urbana también era muy miserable”.

Arthur M. Schlesinger, Jr., asesor personal del presidente John F. Kennedy, escribió: “Me encantaba La Habana y me horrorizó la manera en que esta adorable ciudad se transformó desgraciadamente en un gran casino y prostíbulo para los hombres de negocios norteamericanos (…). Uno se preguntaba cómo los cubanos —viendo esta realidad— podían considerar a EE.UU. de otro modo que con odio”.

Esta fue la Cuba de miseria, sangre y terror impuesta por Batista, el presidente “beatífico” que ahora nos quieren vender en la Florida. Solo pensar en pasado semejante redobla las fuerzas en la lucha, para no retroceder jamás hacia tan desolador escenario.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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