La bandera de la estrella solitaria, símbolo de veneración permanente de todos los cubanos

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Sin lugar a dudas, nuestra enseña nacional ha constituido, desde su creación, uno de los símbolos más representativos de la nacionalidad cubana. Desde la niñez se nos inculca un sentimiento de admiración y respeto hacia este emblema. Varios son los ejemplos que podemos mencionar en este sentido, como el momento en que la Brigada Henry Reeve es abanderada para asistir a otras naciones a prestar sus servicios o en el instante preciso en que los deportistas cubanos conquistan un título a nivel internacional. A ello se suma, ese sentimiento nostálgico de miles y miles de cubanos que residen fuera de la mayor de Las Antillas. No obstante, su significado se ha tergiversado con el paso de los años.

Desde las enseñanzas iniciales, se explica un significado para la bandera de la estrella solitaria que escapa a toda lógica de pensamiento humano y conduce a un error continuo. Al realizar un desglose de su interpretación, sus tres franjas azules si se corresponden con la división política-administrativa que existía en Cuba en el instante de su creación; como también, el que sus dos franjas blancas sean emblema de pureza y justicia. No obstante, la alusión al triángulo rojo como la sangre derramada por los cubanos en la conquista de su independencia contra el régimen colonial español sería anacrónico pues la bandera fue diseñada 19 años antes del estallido de la Guerra Grande. De igual modo, la estrella que simboliza soberanía de Cuba como nación independiente no puede visualizarse de esta forma, pues para ese entonces la Isla se mantenía bajo el control de la corona española. Ante las razones expuestas, resulta válido entender el legítimo significado de la bandera nacional a partir del contexto histórico en que fue creada, los hombres que participaron en este proceso y la simbología que emana de su representación física.

El comienzo de la década del 40 del siglo XIX cubano, estuvo matizada por el aumento demográfico de la población blanca ante la creciente reducción de la cantidad de esclavos existentes en la geografía nacional. Esta situación marcó la génesis en el deterioro de la sociedad esclavista cubana como resultado de la inestabilidad de la trata negrera, el desarrollo de epidemias y los procesos abolicionistas que tuvieron lugar en las colonias inglesas y francesas del Caribe. A pesar de ello, la consolidación industrial de los ingenios azucareros requirió un incremento de la mano de obra y reajustes en la estructura social de Cuba, pues coincidió con la puesta en vigor de la Constitución de 1837 en España. Pese a que la carta magna había sido elaborada por elementos progresistas integrantes del gobierno español, la misma mostraba un retroceso con respecto a la cuestión colonial. Ni los representantes de estas, ni sus proyectos políticos y económicos fueron admitidos en las Cortes. Como resultado de ello se operaron diversos cambios en la educación y en el pensamiento político-social de los habitantes cubanos.

Estos cambios estructurales viabilizaron por todo el país la consolidación de las variadas tendencias políticas que convergían en el mapa general de la Isla. Los grupos reformistas exigían a España la aprobación de reformas con el objetivo de salvaguardar sus intereses clasistas. Por otro lado, los abolicionistas, con la personalidad de David Turnbull como abanderado, se enfrentaban a las protestas y las amenazas abiertas de los propietarios de ingenios ante la idea de promover la abolición de la trata negrera y el establecimiento de las condiciones para darles la libertad a los esclavos introducidos en Cuba después de 1820. Contrarios a estos, se mostraron los anexionistas que, nucleados en tres grupos –La Habana, Centro y Puerto Príncipe–, se declararon a favor de la esclavitud y se opusieron a la dominación vigente mediante el cambio de la metrópoli a Washington.

Esta oposición poseía muchos puntos de contacto con el independentismo, que había ganado disímiles adeptos en el territorio nacional con el establecimiento de las repúblicas latinoamericanas. En tal sentido, en las conspiraciones que se suscitaron en Cuba durante la primera mitad del siglo XIX, tanto abolicionistas como anexionistas e independentistas, resulta complejo instaurar un límite justo en cuanto a sus propósitos, pues todas abogaban por el fin del sistema colonial español que impedía, con sus disposiciones, sentar las bases para el desarrollo y el progreso económico de Cuba. Entre las numerosas conspiraciones que tuvieron lugar por esta época sobresalieron la de Joaquín Infante y Román de la Luz (1810), la de Aponte (1810-1812), la de la Gran Legión del Águila Negra (1823), la de Soles y Rayos de Bolívar (1823), la Cadena Triangular (1838), la de la Mina de la Rosa Cubana (1847-1848) y la de Ramón Pintó (1852-1855).

Resulta válido señalar, que hasta 1849 cada conspiración contó con un símbolo propio como manifestación de la realidad en que se expresaban. La objetividad de los símbolos se constituye en el reconocimiento de una visualización inteligible, desde un punto de vista racional, de las personas que se aglutinan a su alrededor para desarrollar acciones que contribuyan al funcionamiento de una organización o institución. Es por ello, que la idea de crear un símbolo que representara la concepción de ruptura contra el colonialismo español nació de la mano del general español, de origen venezolano, Narciso López en 1848. Esta primera tentativa se desarrolló cuando Narciso López, al mando militar de la región central del país, encabezó la conspiración anexionista conocida como la Mina de la Rosa Cubana que tuvo adeptos en Manicaragua, Santa Clara, San Juan de los Remedios, Cienfuegos, Trinidad, Sancti Spíritus y Puerto Príncipe. Durante el malogrado intento, se enarboló una bandera ideada por el caudillo de tres franjas de manera horizontal y con los colores rojo, azul y blanco.

Tras la salida precipitada de Cuba debido a una delación, Narciso López se estableció en Nueva York donde fue auxiliado por varios separatistas que residían allí. En la populosa ciudad, se desarrollaban tertulias en las que se debatían el destino de Cuba. Es en una de ellas, celebrada en la casa de huéspedes donde vivía el poeta matancero Miguel de Teurbe Tolón, en junio de 1849, donde se instituyó la idea diseñar una bandera. En dicha reunión, además del ya mencionado poeta, se encontraban el novelista Cirilo Villaverde, Narciso López y Manuel Hernández, entre otros. El boceto inicial se basó en el estandarte acogido por los conspiradores del centro de la Isla el año anterior. De inmediato se añadió por modelo el pabellón de los Estados Unidos, del cual Narciso López aludía, que era el más bello y fiel representante de las naciones modernas.

Asimismo, expuso que se mantendrían las tres franjas horizontales, pero de un solo color para simbolizar los tres departamentos militares en los que se dividía Cuba desde 1829. Acto seguido, y de acuerdo con su experiencia en el arte de la guerra, propuso que entre las tres franjas azules se agregaran dos blancas con el propósito que dicha bandera pudiera visualizarse en el campo de batalla desde cualquier dirección. Para el color rojo de su antecesora solo quedaba, en semejanza con los pabellones nacionales, un cuadrado o un cuadrilongo. Sobre esta cuestión, es Cirilo Villaverde quien ofrece una claridad meridiana con respecto al diseño final, al expresar que: “López, que era francmasón, naturalmente optó por el triángulo equilátero”.[1] Ante la adopción de esta figura, Manuel Hernández propuso que en su interior se colocara el Ojo de la Providencia. La idea sería fuertemente rebatida por Narciso López, que al recordar la primitiva bandera de Texas, manifestó que debía colocarse una única estrella. Además, es imposible dejar de señalar la militancia del general venezolano la orden Estrella Solitaria de Louissiana, institución que obraba por la libertad de la Isla. De esta manera, quedó diseñada la enseña que hoy conocemos.

El elocuente testimonio del autor de la novela Cecilia Valdés, muestra el origen masónico de la enseña nacional cubana. Igualmente, durante su creación, Narciso López le confirió principios esotéricos. En esta dirección, el primer elemento visible son los colores (rojo, azul y blanco) que también son los presentes en las banderas de los Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia. Resulta válido señalar, que en su homóloga gala, hija de la revolución de 1789, sus franjas verticales esbozan la firme búsqueda de los pilares inalienables del ser humano: libertad, igualdad y fraternidad; tríptico esgrimido por los masones desde la instauración de la masonería moderna en Inglaterra, en 1717. De igual modo, los colores encarnan a los nuevos ideales republicanos y democráticos que se sintetizan en la figura de un ciudadano en clara contraposición al vasallaje y a las monarquías absolutas.

En segundo lugar, se destaca la figura geométrica del triángulo equilátero que se define por tener sus tres lados iguales así como sus ángulos. La proporción matemática antes expuesta se simboliza en nuestra bandera con la puesta en práctica del tríptico masónico enarbolado en la Revolución Francesa. Asimismo, representa a la equidad inviolable que debe existir entre los poderes que conforman al Estado: ejecutivo, legislativo y judicial. El triángulo, inserto en el cuadrilátero de la bandera, se muestra como la solapa o baveta que ostentan los mandiles masónicos, prendas imprescindibles en el quehacer de una logia y que rige el poderío entre lo material, lo espiritual y lo intelectual.

El otro elemento sobresaliente en el estandarte cubano es la estrella de cinco puntas, la cual posee una orientada hacia arriba. Ella expresa el equilibrio entre las cualidades cívicas y sociales que deben tipificar a un ciudadano y al Estado. La estrella igualmente personifica al astro que brilla con luz propia, lo cual en su sentido político se expresa en la independencia de una nación. En cuanto a las franjas, si bien existe una clara distinción en su número y colores, la unidad de las cinco personifica la unión, la fraternidad y la perfección en el obrar del Estado hacia su pueblo. Por último, la suma de todas las figuras que forman parte de la bandera (tras franjas azules más dos blanca suman cinco que unida al triangulo y la estrella hacen un total simbólico de siete) corresponden a los números sagrados de la Biblia y los llamados números pitagóricos. Mas, el contenido que Narciso López y, con posterioridad, quienes la adoptaron, tanto para movimiento independentista como para la República de 1902, le otorgaron una significación más política que masónica que trajo consigo el desuso de su origen esotérico.

La creación de este estandarte, conocido solamente entre un grupo de cubanos residentes en Nueva York, solo necesitó, para su sublimación, un bautismo en el fragor de la batalla. La materialización de tal empeño recayó en las manos de su creador, quien desembarcó en el litoral de la había de Cárdenas, el 19 de mayo de 1850. Aunque la bandera onduló por espacio de doce horas, tiempo que duró la dominación de los expedicionarios sobre esta región, el simbolismo de sus elementos tuvo la unánime acogida entre los separatistas del lugar que se encargaron de hacerla popular entre los cubanos que abrazaban la idea de visualizar una Isla desligada del régimen colonial español. Desde este momento, la bandera de la estrella solitaria se constituyó como gallardete de las acciones conspirativas que se desarrollaron a lo largo y ancho de la geografía nacional.

El efímero logro de Narciso López en Cárdenas, motivó el alzamiento de numerosos separatistas en la región de Puerto Príncipe, en julio de 1851. Encabezados por Joaquín de Agüero, los conjurados lograron establecer un campamento para la preparación militar y la organización de acciones bélicas de gran envergadura. Pese a ello, la inexperiencia, la falta de coordinación y la fuerte persecución de las autoridades españolas suscitaron su fracaso. Sin embrago, resulta válido señalar que por primera vez en la historia de Cuba quedaba redactada un acta de independencia en San Francisco del Jucaral, el 4 de julio de 1851. Además, el estandarte utilizado por estos conjurados en su rebeldía contra España fue el creado por el general López dos años antes en la ciudad de Nueva York.

En el propio año de 1851, se llevó a cabo otra conspiración en la urbe trinitaria dirigida por Isidoro Armenteros y secundado por diversos miembros de las familias más ricas e ilustres que residían en esta región. Hasta la fecha, no ha podido aseverar si la bandera utilizada para representar a esta conspiración fuera la enarbolada en Cárdenas, en mayo de 1850, pero entre su máximo artífice, Narciso López y Joaquín de Agüero existieron lazos profundos de amistad. Igual pasaría con las conspiraciones de Vuelta Abajo, en 1852, y la de Ramón Pintó, entre 1851 y 1855, donde las relaciones estructurales entre los organismos encargados de su organización así como sus miembros le unían fuertes lazos de pensamiento con el creador de la enseña nacional.

Si tomamos como punto de partida 1849, año en que se diseñó la bandera de la estrella solitaria, las conjuraciones que realizaron en la Isla contra el poder colonial tuvieron como epicentros desde Pinar del Río hasta Camagüey. Es por ello, que la idea de esta bandera no se difundió por la región más oriental del país. Por tal motivo, no resulta extraño que al producirse el inicio de las luchas por la independencia, el 10 de octubre de 1868, Carlos M. de Céspedes asumió otro estandarte que, aunque desemejante en cuanto a su diseño, respondía a los mismos principios masónicos y republicanos que su similar. Sin embargo, los alzamientos que tuvieron lugar en las Clavellinas, el 4 de noviembre de 1868, y en San Gil, el 6 de febrero de 1869, acciones que posibilitaron la entrada a la Guerra Grande de Camagüey y Las Villas respectivamente, si estuvo presente la bandera de la estrella solitaria como símbolo de independencia. En el caso villareño, la enseña fue bordada por la patriota santaclareña Inés Morillo quien, además, confeccionó las escarapelas usadas por los participantes en este suceso.

Con el desarrollo de la beligerancia, cada región adoptó las banderas asumidas durante los alzamientos. Asimismo, los avatares de la guerra dejaron de lado el posible consenso en cuanto a la admisión de un único símbolo que encarnara al nuevo estado. Guáimaro no solo sería el lugar elegido por los cubanos para presenciar el nacimiento de la República en Armas y las leyes que ampararían su funcionamiento, sino que constituyó el punto de inflexión para dejar definida la cuestión de las dos bandera. En la tarde del 11 de abril de 1869, el diputado villareño Eduardo Machado Gómez propuso a la Asamblea que la enseña izada en Cárdenas debía simbolizar a la revolución en toda la Isla. Esta moción sería secundada por Honorato del Castillo e Ignacio Agramonte. Este último, se opuso fuertemente a las modificaciones que, según las leyes de la heráldica, proponían Antonio Lorda y José María Izaguirre al expresar que dichos códigos estaban destinados al arreglo de blasones y timbres de reyes y nobles, pero la República en Armas podía vanagloriarse en ignorarlas. Asimismo, se propuso que la bandera de Céspedes estuviera presente en las sesiones la Cámara de Representantes.

A partir de este momento, la bandera de la estrella solitaria se convirtió no solo en un emblema oficial, sino en un símbolo de identidad nacional que trasciende a nuestros días. Esta enseña fue testigo permanente de las hazañas y sucesos más relevantes de las luchas por la independencia de Cuba. En esta dirección, nuestro Apóstol Nacional José Martí expresaría que la sangre derramada por la libertad de la Isla saneó el origen anexionista de la bandera, que se envolvía de gloria en los campos de batalla. Además, su imagen formó parte de disímiles escudos y logotipos creados por organizaciones anticoloniales y como legado simbólico una vez acabado el proceso de emancipación nacional. Es hoy la bandera de la estrella solitaria un símbolo de veneración permanente de todos los cubanos.


[1] Carta dirigida por Cirilo Villaverde al director del diario La Revolución de Nueva York el 15 de febrero de 1873. En: Ponte Domínguez, Francisco J. La masonería en la independencia de Cuba. Editorial Modas Magazine. La Habana, Cuba 1954. p. 39.

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Dariel Alba Bermúdez

Profesor e investigador de la Universidad de Cienfuegos ¨Carlos Rafael Rodríguez¨. Miembro de la Unión de Historiadores de Cuba (UNHIC)

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