Juan Bautista Jiménez: ciencia agrícola y nunca “matar al viejo”

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Aunque a estas alturas todavía algunos pretendan ignorarlo, la relación agricultura-ciencia tiene una rica historia en nuestra isla. Desde la región cienfueguera, también hubo quien aportara a esa tradición en la que el conocimiento científico comenzó a fertilizar la tierra. Concretamente en la comarca Las Cruces se asentó durante el último tercio del siglo XIX un agrónomo e ingeniero civil cuyo legado es todavía desconocido para muchos. Su nombre era Juan Bautista Jiménez y González-Quevedo.

Valdría la pena apuntar antes que los primeros intentos sistemáticos de aplicar el conocimiento científico a la agricultura en Cuba vinieron de la mano de los representantes de Ilustración esclavista criolla, entre finales del siglo XVIII y las primeras décadas del XIX. De esta manera, figuras como Francisco de Arango y Parreño o el no menos ilustre Nicolás Calvo de la Puerta O’Farril fueron abanderados de un pensamiento que devino fundacional y buscaba solucionar los problemas que obstaculizaban el camino al pujante sector de la sacarocracia doméstica. Un poco más tarde, otro Francisco (Frías Jacott), mejor conocido por su título de Conde de Pozos Dulces; el español Ramón de la Sagra o el excepcional químico, agrónomo e inventor cubano Álvaro Reynoso, entre otros, profundizaron en el camino para una agricultura científica en la Isla.

Juan Bautista Jiménez no nació en tierra cienfueguera, como afirman algunos autores clásicos de la historia perlasureña, sino en el pueblo matancero de Alacranes el 29 de agosto de 1837. Su padre era el hacendado Antonio Jiménez y su madre Doña Rosalía González-Quevedo, así que, en un hogar como aquel, dispuso de la suficiente estabilidad económica y afectiva para que su inteligencia natural pudiera desarrollarse sin limitaciones. Desde muy temprano lo distinguió su aplicación al estudio y especialmente su interés por el conocimiento de la naturaleza. Muy joven marchó a Europa donde se tituló de Ingeniero Civil y obtuvo incluso un doctorado en Ciencias en 1862.Sus aptitudes no deben haber pasado inadvertidas en la corte pues el joven Ingeniero resultó seleccionado por el séquito de Isabel II para integrar la comisión española que debía estudiar los logros exhibidos por las naciones concurrentes a la Exposición Internacional de Londres que se realizaría entre mayo y noviembre de ese mismo año[1].

Publicación del Diario de la Marina el 14 de diciembre de 1886, anunciando la puesta a la venta de la segunda edición de Aventuras de un Mayoral, primer Libro de Jiménez.

¿Pero, cómo y cuándo llega JBJ a la región cienfueguera? ¿Cuándo empieza su fecunda obra agronómica? Según el respetable criterio de Manuel Moreno Fraginals, había heredado de su padre tres anticuadas manufacturas en la región cienfueguera: los ingenios venidos a menos «San Ignacio», «Dos Hermanos» y «Santa Rosalía»[2], que  lo situarían como colono en la zona de Cruces hacia finales de la década de 1880. Pero su obra científica ofrece evidencias de haberse iniciado cuando aún se encontraba en tierra matancera.

Durante esos últimos decenios del siglo, las transformaciones técnico-organizativas operadas en la agroindustria azucarera insular estuvieron estrechamente vinculadas al accionar del recién erigido Círculo de Hacendados de la Isla de Cuba y al desarrollo de la ciencia y los saberes agrícolas como componente fundamental, si se pretendía que la Isla recuperase el lugar privilegiado que ostentaba en el mercado mundial antes de ser desplazada por el azúcar de remolacha europeo. En tal escenario, la figura del experto resultó imprescindible y figuras como JBJ devinieron auténticos reformadores agrarios, aunque, como veremos, los intereses profesionales de este no se reducirían al cultivo de la caña.

En 1879 fue electo presidente de la sección de Ciencias del Ateneo de Matanzas y presidente de la Comisión Ejecutiva de la Exposición que tendría lugar al año siguiente en la Atenas de Cuba. También en 1880 publicó en el Diario de Matanzas su “Anteproyecto para una Escuela de Agricultura en Matanzas”. Su preocupación por articular un sistema de enseñanza científica para la agricultura respondía a una necesidad imperiosa de reformar la actividad agrícola en la Isla, vieja preocupación que el Conde de Pozos Dulces había dejado explícita por lo menos desde 1857 ante la desidia de las autoridades coloniales:

En Cuba se estudia todo menos Agricultura y sin embargo Cuba todo se lo debe a la agricultura. No hay una sola fibra de su constitución social que no esté más o menos enlazada con la producción de los campos. A pesar de ello, allí se os hablará de historia, de política, de literatura, de jurisprudencia, de medicina, con una copia de datos y de saber asombrosa. (…) ya se ve, es tan cómodo encerrar toda la agricultura en una fórmula sencilla: ¡Tierra y Brazos![3]

En 1882 publicó JBJ su primera gran obra: Aventuras de un Mayoral. Cultivos menores, pastos y prados artificiales, un texto bien conocido por los especialistas del tema, que dedicó a diversas materias teóricas y prácticas, asociadas fundamentalmente a la agricultura no cañera y a la actividad pecuaria. El propio Álvaro Reynoso tuvo a bien prologar la segunda edición del texto y no escatimó elogios al afirmar que: ” (…) el autor de este precioso libro ha dado la verdadera forma de propagar el conocimiento de las más racionales prácticas agrícolas poniendo su explicación al alcance de toda inteligencia” Don Álvaro había definido certeramente en el autor la capacidad innata de comunicar al hombre de campo el tópico más complejo del modo más simple: ameno, claro y sobre todo “muy criollo”.

Portada del Plan de Reconstrucción agrícola redactado por Juan B. Jiménez para el fomento agrícola de la Provincia Santa Clara en 1899.

Durante 1883 recibió la condición de Socio de Mérito de la Sociedad Económica de Amigos del País y publicaba El ingenio; segunda parte de Aventuras de un Mayoral; Caña de azúcar, su cultivo, producción… obra totalmente dedicada al ciclo agroindustrial azucarero y donde además denunciaba abiertamente la situación de los colonos cañeros como él. Ya asentado en Cruces, en su doble condición de agrónomo y colono cañero, JBJ fue contratado por la familia Terry para administrar las colonias que suministraban caña al Central Caracas. Con ello los empoderados propietarios de centrales “mataban dos pájaros de un tiro”: por un lado, podían controlar sagazmente las expectativas de los colonos al supeditarlas a las necesidades del central; por el otro, colocaban a la persona idónea que pudiera transformar el ineficaz sistema extensivo del cultivo cañero. Jiménez defendía la idea de que en las manos de los colonos se encontraba el progreso de la agricultura científica, habida cuenta de que en sus terrenos, no siempre caracterizados por el gran tamaño, resultaba factible la sustitución radical del sistema extensivo por el intensivo[4].

En 1887, con la disertación titulada Una escogida de tabaco Juan Bautista Jiménez fue aceptado como Miembro Corresponsal de la Academia de Ciencias, Médicas, Físicas y Naturales de la Habana. Se convertía así en uno de los contados profesionales no médicos de la Isla que ingresaba a la Academia durante el periodo y en el único de los radicados en la región cienfueguera. Al año siguiente, la selecta institución acogió con beneplácito su informe Notas sobre el cultivo del gusano de seda, basada en su experiencia en el desarrollo de la sericultura y en el que exponía la necesidad de intensificar esta práctica y de estudiar con espíritu científico un amplio plan nacional de diversificación agrícola.

También en 1888 publica en Santa Clara otra de sus obras curiosas y memorables El Potrero Paraiso (sic), un abultado manual sobre agricultura y zootecnia, con experiencias, consejos y procedimientos interesantes, pero que inteligente y creativamente entremezcla con el relato de una familia de Lajas que constituye el retrato de la vida del hacendado cubano de entonces. En la obra se presentan hechos cotidianos, costumbres, amores, creencias, rencillas familiares e incluso hacia el final del texto se deslizan moralejas sobre las situaciones acontecidas. Con Potrero Paraiso JBJ se consolida no solo como un agrónomo eminente sino también como un destacado publicista. Durante el propio año es convocado además para integrar el jurado de la feria expositiva que celebraría el bicentenario de la ciudad de Martha Abreu, por entonces cabecera de la otrora provincia de Santa Clara.

Otra de las múltiples ocupaciones de Juan Bautista Jiménez fue la de redactor y más tarde director de la Revista de Agricultura, órgano oficial del Círculo de Hacendados de la Isla de Cuba, institución promotora, de buena parte de las transformaciones agroindustriales de base científico-tecnológica acontecidas en el campo cubano por entonces. En 1890 la revista, bajo la conducción de JBJ, había establecido “una sección de consultas en las que se contesta con discreción y seguridad, a las preguntas que dirigen los suscriptores[5]. Otras dos obras medulares de Jiménez se publicaron  entre 1893 y 1894. En ellas ratificaba su condición de ideólogo de los colonos cañeros, fueron estas: Los esclavos blancos y La colonia. La publicación en 1894 del último de estos textos generó favorables comentarios aparecidos en el Diario de la Marina:

El mérito se comprende a la primera lectura: el método empleado, poniendo los textos a la altura y comprensión de nuestros campesinos, demuestra perfecto conocimiento del asunto y la gran experiencia del señor Jiménez en el cultivo de la caña de azúcar (…) Su utilidad es incontestable, pues fuera de la monumental obra del inolvidable don Álvaro Reynoso, apenas si se conocían en español, alguno que otro opúsculo, incompletos y desaliñados.[6]

El propio periódico habanero anunciaba el 14 de febrero de 1899, ya en plena ocupación militar estadounidense, el nombramiento de JBJ como Secretario de la Junta de Agricultura, Industria, Comercio e Industrias de la Provincia de Santa Clara, a la que –recordemos- pertenecía administrativamente entonces el territorio cienfueguero. Orientado a establecer las mejores prácticas agropecuarias fundó y dirigió la Revista el Agricultor Práctico, órgano oficial de la Junta que Jiménez dirigía. Las ideas del prestigioso agrónomo le venían como “anillo al dedo” al poder interventor que, en el ámbito agrícola, tal y como lo hacía en el terreno sanitario y en otras áreas de la economía y sociedad insulares buscaba legitimar políticamente el control imperial sobre el país.

Imagen del Centro Mixto “Juan Bautista Jiménez” situado en el municipio Palmira, que tiene entre sus misiones formar técnicos agrícolas para el territorio./ Fuente: perfil de Facebook de la institución.

Durante el propio año inicial de la transición “entre imperios” Jiménez recibió el encargo de José Miguel Gómez, a la sazón gobernador civil de la Provincia, de elaborar un plan de reconstrucción agrícola para el territorio. JBJ aprovechó la oportunidad y realizó una valoración crítica de la labor que debía hacer el gobierno interventor, si en verdad deseaba colocar a Cuba en las sendas del progreso científico agrario. Jiménez, advertía la necesidad de que en la reconstrucción agrícola los apoyos financieros y materiales fuesen destinados al pequeño propietario, campesino y agricultor, encargados del cultivo.Hacia 1905, durante el primer gobierno republicano el consagrado científico agrícola alertaba acerca del olvido de la labor de los precursores del estudio científico de los problemas agrícolas y afirmaba que:

En Cuba, tal parece que con nuestra joven república hemos traído aparejada una peculiaridad singular: la de “matar al viejo”; es decir la de hacer olvidar, empequeñecer y despreciar todo lo anterior a la República”[7]

De ese modo, arremetía contra quienes pretendían olvidar la encomiable labor de las figuras decimonónicas en el desarrollo de la ciencia agrícola insular, a costa no solo de talento y voluntad, sino también de sus propias fortunas. El 29 de septiembre de 1906, en Santa Clara, se apagaba la vida de Juan Bautista Jiménez y González-Quevedo, pero su enorme legado científico-práctico no debe ser olvidado, pues tiene mucho que enseñarnos todavía hoy:

“Sería una felicidad, (…) para nuestro abatido país, que tanto los hombres ilustrados como los de conciencia recta y sano patriotismo—prescindiendo, en absoluto, de argucias de escuela, de triviales conjeturas y de declamaciones políticas—pusieran resueltamente manos en la obra de la reconstrucción de la patria”[8].


[1] Edo y Llop, E. (1943). Memoria Histórica de Cienfuegos y su jurisdicción. Imprenta Ucar García. p.225

[2] Moreno Fraginals, Manuel. (1978). El Ingenio. Complejo económico social cubano del azúcar. (T3). Ciencias Sociales.p.227

[3] Frías Jacott, Francisco (1860). Colección de escritos sobre agricultura, industrias, ciencias y otras ramas de interés para la Isla de Cuba. TII. Imprenta Tipográfica de Jorge Kugelmann. p 23.

[4] Fernández Prieto, Leida (2008) Espacio de poder, ciencia y agricultura en cuba: El círculo de hacendados, 1878-1917. Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Universidad de Sevilla. Madrid. p.89

[5] “La Revista de Agricultura”. (1890, enero 31). Diario de la Marina p.2

[6] “Publicaciones”. (1894, agosto 2). Diario de la Marina p.4

[7] Fernández Prieto, Leida (2005) Cuba agrícola: mito y tradición, 1878-1920. Consejo superior de Investigaciones Científicas. Instituto de Historia. Madrid. p.84

[8] Gobierno Civil Provincia Santa Clara (1899). Un plan de reconstrucción. Quiñones impresor, Santa Clara.

*Profesor e investigador de la Universidad de Cienfuegos ¨Carlos Rafael Rodríguez¨. Miembro de la Unión de Historiadores de Cuba (UNHIC) y de la Sociedad Cubana de Historia de la Ciencia y la Tecnología.

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Vero Edilio Rodríguez Orrego

Profesor e investigador de la Universidad de Cienfuegos ¨Carlos Rafael Rodríguez¨. Miembro de la Unión de Historiadores de Cuba (UNHIC) y de la Sociedad Cubana de Historia de la Ciencia y la Tecnología.

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