José Manuel Posada o la infinita solitud del ser

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Fue uno de esos creadores que en la segunda mitad del siglo XIX sorprendieron a no escasos públicos, artistas y pedagogos en Europa y La Habana; empero, durante el paso por su Cienfuegos natal apenas fue reconocido. Murió injustamente en el olvido; como muchos otros, sin ser profeta en su tierra.

En la Exposición General de Arte de Madrid de 1887, Posada recibe una Mención Honorífica con la obra Abandonada, que termina en París, en la galería particular de su descubridor y protector José Emilio Terry. José Manuel Bonifacio Posada del Castillo (Cienfuegos, 5 de junio de 1872), hijo de José Manuel, natural de San Antonio de los Baños, y Manuela Josefa, oriunda de Cumanayagua, nieto paterno de Francisco Posada y María Ricabar, ambos de Vuelta abajo, y materno de los trinitarios Manuel Castillo y María del Carmen Posada, es el cuarto de los cinco hijos de la familia, hermano de María  Eustaquia (1869), María del Carmen (1871), María del Carmen Ignacia (1873) y Nicolasa (1874). Cuentan que en una ocasión el descendiente de Tomás Terry se retiraba del teatro y le sorprende dibujando en la acera; le atra en las habilidades del muchacho y seguidamente convence a la madre para financiar su instrucción en Europa, en la Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid. Posada había sido discípulo de Camilo Salaya, pero la nueva alternativa le lleva a abandonar al maestro para estudiar por cuenta propia. En la academia madrileña llega a ser discípulo y amigo de Don Joaquín Sorolla, quien le obsequia un cuadro de su autoría durante un onomástico.

Durante la estancia en la capital española frecuenta el estudio de Pablo Donato Carbonell, quien le cede un espacio para que se adapte a las condiciones de aquel país. El encuentro se produce de manera accidental. Refieren que Posada estaba reproduciendo una obra de Carbonell en el Museo del Prado[1] en el momento que advierte detrás suyo a un señor atento a sus movimientos. Tan sólo le faltaba dibujar el almohadón, cuando el desconocido le pide el pincel y concluye aquel  respaldo sin censuras, expresándole: “Ahora puedes  decir que lo he pintado yo”. Pérez Morales asegura en La Correspondencia de 23 de abril  de 1909 que era “un hombre de exquisita sensibilidad y alma pura de artista. Su vida de triunfos y miserias se ignoran casi por completo. Era el único pintor de verdadero mérito nacido en esta ciudad. Conquistó fuera del país un puesto entre las primeras filas de los artistas de su tiempo, con la magia de sus telas”. Sus óleos Una mártir y Una flor marchita fueron igualmente premiados por la Reina Regente de España en otras emisiones de la Exposición  de Bellas de Madrid.

Ciertamente, la suya no es una historia inédita; muchos pintores corrieron la misma suerte en el deseo de emanciparse, vivir de su obra, convertirse en profesores y obtener premios y reconocimientos. De vuelta a Cuba, en 1888, se consagra al retrato, su especialidad;  despunta con la que parece ser mejor obra, San Francisco, y los cuadros de género, especialmente el óleo de asunto alegórico Los Apóstoles, que será reproducido en litografía y popularizado de esta forma. La ligereza en el dibujo, el color almibarado… obstruyen el ascenso de su discurso visual, pero los misterios del concepto humano que subliman los retratos, el tierno encanto que recuerda a Murillo, acapara la atención de los públicos.

En La Habana labora tenazmente y emprende una activa campaña periodística para crear una academia de pintura; mas, no alcanza a concretar el proyecto y regresa a Cienfuegos. La vuelta del becario predilecto de Cecilio Plá es amarga, confiesa Pérez Morales: “años de angustia e incomprensión lo aniquilaron hasta que murió prácticamente de hambre”. Sólo en febrero de 1889 logra abrir un estudio de pintura en los altos del Terry, gracias a su mecenas José Emilio Terry. De este modo, concreta los ideales sobre el arte que expresa con cierta sistematicidad en las páginas de La Tribuna: “Es indiscutible que no se formará un buen pintor si no se ha tenido en un principio una buena dirección; porque hay que enseñarle a ver con respeto el natural, no dejar hacer aquello que no esté dentro del modelo que tuviese delante, que así se formará un hombre recto y artista notable”. (La Tribuna, 18 de diciembre de 1889)

Posada aboga por el rigor académico y el uso del modelo; asimismo, considera la urgencia de estudiar la historia para conocer con profundidad sus ascensos y gestar una conciencia de la nacionalidad y la autoestima.

Debemos dedicarle más atención al noble arte de la pintura; la rueda evolutiva de progreso que se inicia en Cuba, necesita de este factor para su marcha, y hay que señalar el lugar que le corresponde, formando una escuela puramente cubana, dada a conocer la historia de sus luchas revolucionarias, la grandeza de sus hijos, definiéndolos hasta el pedestal conquistado con sus proezas.(La Tribuna, 18 de diciembre de 1889)

Cita a Pradilla: “Quien miente pintando es un informal en sus tratos y un mentiroso cuando habla”, y a Rosales, quien no daba una pincelada “sin haber estudiado antes al modelo”. Se enorgullece de conocer el arte de Murillo (había asimilado algo de su sincero misticismo y gusto por las escenas populares de gran realismo), al punto que reta al pintor José María Soler Fernández para demostrarlo públicamente.

El artista, que regresa con excelentes críticas de la prensa española y habanera, se asienta en la calle Cid núm. 63. El 6 de febrero de 1899 anuncia en La Correspondencia la apertura de su Academia de dibujo y pintura en los altos del Terry. Para que no quedase dudas de su talento y habilidades cubre las paredes del recinto con óleos suyos. El próximo año asiste a la Exposición Universal de París (1900). Entonces radica en la calle Cisneros No 63.


[1] Aunque es muy pintoresca la anécdota, no deja de despertar sospechas. Pablo Donato no tiene obra alguna expuesta en el Museo del Prado. ¿De dónde procede el original que estuvo copiando Posada? ¿Estaba en aquella institución realizando algún ejercicio para la academia? Probablemente, la historia fue desfigurada con el paso de los años.

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Jorge Luis Urra Maqueira

Crítico de arte. Miembro de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC).

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