Horacio de América, el cantar del Sur

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Su voz fluye al oído como los granos de maíz y de girasoles se desgranan al aire en su natal Santa Fe. Así percibí el canto del poeta, guitarrista y filósofo de la vida Eraclio Catalín Rodríguez Cereijo, conocido en el arte como Horacio Guarany.

Los cantares que integraron su repertorio fueron en su mayoría de autoría propia; se inspiró en la humildad del hijo de hachero y campesina que fue.

Vio la luz en el pueblito de Alto Verde, enclavado en el litoral argentino, el 15 de mayo de 1925. Las privaciones familiares sufridas lo marcaron desde niño; le sirvieron de caudal para transformarlo en música y poesía con una enseñanza emergida de su experiencia, más que de la sapiencia teórica.

Con sus 13 hermanos sufrió el dolor de sus padres al serle tan difícil darles de comer. La miseria empujó hacia la separación cuando Eraclio fue enviado a vivir y trabajar en un boliche (1) que era propiedad de unos parientes. Allá aprendió de payadores (2), y mujeres de mal vivir quienes terminaron de formarlo como el gaucho que fue.

A los 17 años viajó a Buenos Aires añorando iniciarse como cantante. Durante mucho tiempo la necesidad lo obligó a interpretar diversos géneros, entre ellos tangos. Paralelo a ello se desempeñó en otros oficios, como el de marinero; hasta un día que pudo dedicarse de lleno al canto folclórico, que había sido siempre su pasión. Virtud suya fue imprimirle un estilo propio.

En 1957 debutó en la Radio Nacional. Aquella vez interpretó El Mensú, pieza inspiración del cantautor argentino Ramón Ayala (Ramón Gumersindo Cidade), que cuenta las privaciones de un peón rural. Desde entonces consagró todo cuanto compuso y cantó a las historias de los explotados y humildes.

Dedicó cantares al amor, a la gente que se gana la vida con el sudor de la frente, a condenar las injusticias y a los regímenes autoritarios. Acompañado por la orquesta de Herminio Gómez emergió el cantor Horacio Guarany.

Fue un maestro de la Zamba y la Milonga, esta última que con acompañamiento de guitarra se expresa a través de coplas melancólicas.

Su obra musical titulada “Si se calla el cantor” fue el gran sello de presentación de Horacio durante toda su existencia. Así también se tituló un largometraje suyo realizado por Olga Zubarry, que cuenta la vida de un hombre que triunfa en el canto luego de pasar experiencias dolorosas. En su letra poética despliega su filosofía de vida y el compromiso social que fue para él un cociente creacional.

Por haber permanecido del lado de los humildes y explotados tuvo que pagar un precio tan alto como el del exilio en la década de los años 70 del pasado siglo, cuando él y su familia fueron puestos en la “lista negra” de la dictadura militar argentina, amenazados de muerte. Todo porque las dictaduras contienden mejor con las balas que con el arte, cuya expresión libre representa la mayor amenaza.

Regresó a su patria en diciembre de 1978, y en enero del siguiente año una bomba estalló en su hogar de Buenos Aires. Tuvo que esperar hasta 1983, con el fin de la dictadura militar, para volver a las presentaciones públicas y de televisión.

Además de poeta-compositor, Horacio Guarany se dedicó a la narrativa. Escribió tres novelas: El Loco de la Guerra, Las Cartas del Silencio y Sapucay.

Horacio fue con su música y sus letras un canto a la nostalgia, el desarraigo y el dolor. A ese sentimiento le imprimía su voz, como en Memoria de una vieja canción.

Hasta su muerte, acaecida a la edad de 91 años, el 13 de enero de 2017, fue el artista que comprometió su arte como elemento consustancial a su existencia. De ideales nobles, combatió las injusticias, la explotación y las ambiciones tal como proclama sin rodeos en Milonga de la riqueza.

Horacio Guarany es y será de esos grandes de la América Latina continental. Víctima de la persecución y consecuente con la realidad vivida, su canto es el de tierra adentro, ese que brota como mismo rompe el tallo pequeño a flor de tierra. Igual que manifesté al comienzo, su voz  fluye igual que los granos de maíz y girasoles santafesinos, al dispersarse por el aire con aroma gaucho.


(1 ) Establecimiento en el que se escucha y se baila música grabada y se pueden consumir bebidas.

(2) Cantantes folclóricos que improvisan.

 

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