Graciela Olmos: mujer con historia

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Comienzo estas notas mencionando varios títulos de canciones mexicanas que fueron famosas y aún lo son. Seguramente se acuerdan de aquello que dice así: “Siete leguas, el caballo que Villa más estimaba”; lo mismo que el referido a, las mañanas de Benjamín Argumedo, donde el personaje clama: “Oiga usted, mi general, yo también fui hombre valiente. Quiero que usted me ‘afusile’ en público de la gente”.

Esos dos corridos los compuso una mujer, de quien además lleva su firma “La enramada”, uno de los boleros más hermosos del pentagrama mexicano, apropiado para la más apasionada serenata. Afirman que también tenía una hermosa voz.

La mujer a quien me refiero es Marina Graciela Aedo, nacida el 10 de diciembre de 1895 en una hacienda llamada Casas Grandes, en Chihuahua. Muchos la han juzgado con no poca injusticia por algunos hechos durante su existencia, principalmente haber sido la propietaria de la más famosa casa de citas que hubo en la Ciudad de México en la primera mitad del siglo veinte.

Aquel lugar lo visitaban caballeros prominentes; lo mismo intelectuales, figuras públicas, compositores, cantantes y otros artistas que allí iniciaron sus carreras; aunque por “pudor” lo negaran después de alcanzada la fama.

Aquello era para cantar y tertuliar. Hubo quienes, ensimismados, olvidaron su sombrero sin atreverse a recuperarlo por miedo al chantaje de algún que otro malintencionado.

Conocida en el mundo musical como Graciela Olmos y por el seudónimo “La Bandida”, esta dama tuvo una vida llena de conflictos desde su temprana juventud. Un día la banda de Jesús Hernández, alias “El Bandido”, asaltó la hacienda de sus padres para robar y les dio muerte. Sobrevivieron ella y su hermanito Benjamín, de doce y nueve años respectivamente.

Ambos hermanos fueron a parar a Irapuato. Marina Graciela en un convento y Benjamín entró al Seminario para años más tarde ordenarse como sacerdote.

El azar fue irónico, cuando las tropas de Pancho Villa asaltaron Irapuato, Marina Graciela se enamoró de uno de los hombres del “Centauro del Norte” con quien contrajo matrimonio. El hombre –mayor que ella-, era ni más ni menos que “El Bandido” Jesús Hernández, asesino de sus padres. Poco tiempo después, él murió en una batalla. Al verse en la viudez, ella misma optó por el sobrenombre de “La Bandida”.

Por el dolor de la pérdida del esposo nunca volvió a relacionarse sexualmente con otros hombres.

Durante sus años de residencia en la ciudad estadounidense de Chicago, se involucró en el contrabando de bebidas alcohólicas con la mafia italiana. Una vez ordenada su captura, regresó a México. Con parte del dinero que obtuvo del contrabando se costeó estudios y conoció a la amante de un político de renombre con quien fundó, “Las Mexicanitas”, un prostíbulo que ganó renombre.

Años después decidió emprender su negocio. Fue así que fundó “La Casa de la Bandida”. A las muchachas que en aquella instalación “alquilaban sus caricias”, Graciela les impartía clases de varias materias, lo cual hizo posible que algunas de ellas estableciesen negocios propios y formaran familias dejando atrás aquel pasado.

Muchos artistas visitaron “La Casa de la Bandida”, entre ellos Los Panchos, Los Diamantes, Álvaro Carrillo y Marco Antonio Muñiz. La lista es enorme.

Su vida azarosa estuvo marcada por hechos violentos y traumas, muchos de ellos censurados, unas veces con razón, y otras sin ella.

Artísticamente Graciela Olmos, alias “La Bandida” escribió una historia con su propia existencia. Sumó el talento de compositora y el haber sido la aglutinante de una música y de sus creadores, quienes irrumpieron en la primera mitad del siglo pasado.

Pobre y olvidada, dejó de existir el 31 de mayo de 1962 a pesar del renombre que ostentó durante mucho tiempo.

Contrabandista, soldadera y meretriz de quien más allá queda su música, en primer lugar, varios corridos que narraron capítulos trascendentes de la historia de su país.

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