Frente al espejo de otra realidad económica

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Todavía mi bolsillo no se recupera del susto que vivió después del Día Cero. Iba preparado para lo peor, aunque nunca pensó que los precios ante los cuales cedería, tuvieran el efecto de un terremoto. Aquella noche, para acceder a una de las atractivas ofertas culturales del Café Teatro Terry, pagó 45.00 pesos por la misma opción que semanas atrás costaba diez; cinco más por el servicio sanitario que era a uno, y así… Cuando llegó a casa, frente al espejo, seguía siendo él, sin variaciones sustantivas, casi deshilado en el pantalón de hace un lustro, pero la realidad que sufragaba había cambiado drásticamente.

El inicio del ordenamiento monetario en Cuba impuso los términos, y, hay que decirlo, son caros. Si el salario a duras penas alcanzaba cuando el Estado mantenía subsidios a bienes y servicios imprescindibles, es muy difícil asirse a la esperanza de que esta vez será diferente si en otras ocasiones nunca lo fue. Lidiar con las nuevas y elevadas tarifas que pululan en los sectores estatal y privado de nuestra economía, genera, por pura lógica, actitudes de resistencia y rechazo que apuntan al desbalance entre el incremento de las remuneraciones y el costo real de la vida.

Muchos de los criterios esgrimidos en redes sociales tienden a legitimar la idea de que las matemáticas no dan la cuentan. Se afirma, por ejemplo, que resulta demasiado brusco y no existe la mínima correlación. “El almuerzo (en el trabajo) —opinó uno de los usuarios— me cuesta 240.00 pesos (mensuales), el transporte 250.00, sin sumar los gastos de la casa”.  Algunos refieren que “así es donde quiera que llegas: te asustas. Si el salario se multiplica, pero lo precios lo hacen mucho más, ¿cómo haremos para que nos alcance?”. “Creo —comentó otro internauta— que debe haber un organismo para supervisarlos, porque de lo contrario parecerá un ‘dale al que no te dio’”.

Buena parte de las preocupaciones responden también a la dispersión de importes por doquier, multiplicados por tres, cuatro, cinco y seis veces con respecto a la cuantía anterior, y, en casos específicos, sin nada más que justifique el aumento desproporcionado que no sea la sombra de la Tarea ordenamiento. Es una turbulencia de precios indescriptible que vienen de todos lados y poco ayudan a la comprensión del panorama económico que recién comenzamos a experimentar. No por gusto han debido modificarse varias de las tarifas aprobadas en primera instancia, no, únicamente, por las demandas del pueblo, sino porque muchas eran insostenibles. Esta práctica, de revisión  y rectificación, nos dice que el gobierno tampoco lo ve como un tema cerrado, y deberá mantenerse hasta tanto logremos el consenso requerido.

Conseguirlo dependerá en gran medida de otro asunto que ha tomado fuerza a la luz de estas transformaciones: la calidad. Si bien es cierto que muchos de los productos que adquiríamos estaban a un costo subsidiado, deviene oportuno aclarar que un número de ellos no valían más de lo que pagábamos y, a veces, menos. Que en los primeros días de enero alrededor del 15 por ciento de los consumidores de Cienfuegos se rehusaran a comprar el pan normado —que saltó de cinco centavos a un peso sin mejorar en casi nada—, visualiza históricas inconformidades de la población que precisan ser atendidas con acciones concretas. Igual ocurrió con el servicio del Sistema de Atención a la Familia, al que más del 50 por ciento de sus beneficiarios (personas en situación vulnerable) dejaron de concurrir y no solo por lo costoso del menú.

Estos hechos revelan un saludable nivel de exigencia al que no podremos continuar volteando la cara con ofertas engañosas y de poca monta que apenas valen lo que cuestan. La calidad de los bienes y servicios tiene que dejar de ser esa premisa tan pisoteada por los actores económicos para convertirse, desde ahora, en principio sagrado para establecimientos estatales y cuentapropistas. A todos, en los roles de clientes y usuarios, nos corresponde velar y reclamar por este derecho, para evitar los acostumbrados acomodos y atropellos que se burlan del sudor ajeno con desparpajo.

La unificación monetaria, el incremento salarial y el alza de los precios inauguran un escenario económico en el que aún ni siquiera gateamos. Primero toca asfaltar los senderos para caminar después, con los menos tropiezos posibles. En ese tránsito necesitaremos de una empresa estatal socialista eficiente y eficaz, de ofertas diversas y estables, y de otras decisiones enfocadas a eliminar los intermediarios, las entidades parásitas, y a revertir la reventa en el sector privado con la aprobación del mercado mayorista, de manera que vivir no cueste la vida. Para entonces, frente al espejo, quizás mi bolsillo se descubra en un nuevo pantalón.

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Roberto Alfonso Lara

Licenciado en Periodismo. Máster en Ciencias de la Comunicación.

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