Expo con aroma de habano

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Luego de ser laureado en el Salón Mateo Torriente 2022, Lázaro Omar Valdés Quintana se lanza nuevamente al redondel y toma los causes de un recinto alterno (la casa sureña del ron y el tabaco El Embajador) para compartir otro de sus perfiles creativos, su vocación fotográfica. La muestra, patrocinada por el Teatro Tomás Terry, se intitula Habanos con aromas de mujer y se ofrenda, a través de 10 instantáneas, al tema de la mujer productora de tabaco. De modo que, esta suerte de homenaje a las féminas del ramo es la hilada de una serie que se concibe genéricamente desde la mirada de la fotografía documental, acaso domeñada por cierta dimensión realista, que insiste en la minutario de un proceso y no la jerarquización de los valores estéticos del relato visual.

Claramente, la propuesta ha sido concebida con un propósito socio-cultural, para registrar escenas de ese quehacer distinguido de la cultura cubana, por lo que en ella se constatan voluntades concretas y un propósito informativo.

Un colega ponía en duda la condición artística de la serie, toda vez que la intervención del joven miembro de la Asociación Hermanos Saíz en la realidad es de baja intensidad, tampoco se explicita un enfoque único ni revelan las anchuras emocionales. Es cierto, Lázaro Omar no crea significaciones que sobrevuelen el ritual de un sector distintivo de la identidad cubana; empero, convincentemente es una producción signada por la artisticidad.Tengamos en cuenta el subrayado de su designio, a favor de un discurso que constata la tradición, que existe una cierta deferencia conceptual (que ha sido bastante manoseada, pero que en su caso se localiza en el espacio local), que refiere ideas y, aunque sutilmente, alude a una visión del mundo del artista. Por demás, y no menos trascendente: hay un decoro en el uso de la técnica fotográfica, del lenguaje visual (composición, ángulos, encuadres, etc.), intencionado con la práctica del blanco y negro y un perspicaz dominio de la iluminación. Asimismo, Omarito asocia las imágenes de los procesos de elaboración y comercialización del habano, en el interior de la fábrica sureña, con célebres anillas a color, alusivas a marcas como Hoyo de Monterrey, Lucumí, Coronas, Cavada, Santa Damiana, entre otras. Esta combinación favorece el diálogo entre la tradición y la modernidad, desflorando cualquier inocencia.

La elección del espacio fue atinada, pues coloca el relato en un estado de empatía entre el tema y el entorno. El creador ha afirmado que no le concernían los “estándares curatoriales”, en todo caso el placer de los aromas naturales que se consuman en aquella instalación, y es justo tal dejadez el principal yerro de la puesta: por un lado, apenas permite el diálogo entre las fotografías y, por el otro, se afecta la propia percepción de aquellas, ubicadas como están lejos de la altura media del ojo público. Por supuesto, no es una completa responsabilidad suya, habida cuenta la instalación no posee galería y tampoco fue diseñada para este tipo de experiencia cultural; aunque el segundo piso (actualmente subutilizado) bien pudiera ser considerado en lo venidero como una posibilidad para las muestras de artes visuales.

Habanos… contentó a los públicos asistentes a la inauguración, incluido artistas y directivos de las artes visuales, toda vez que propició un resquicio para el debate colectivo, la disertación sobre el tema de la identidad y las tradiciones, justo en medio de un ámbito colmado por la fragancia del habano, la calidez humana y la convicción de los atentos laborantes de El Embajador de que la experiencia debe sistematizarse.

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Jorge Luis Urra Maqueira

Crítico de arte. Miembro de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC).

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