Ese Caos que es JC o El abrevadero de la posmodernidad: 1988-2000 (II parte)

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Las obras de Juan Carlos Echeverría Franco (quien desde hace unos años firma como J.K) parecen asimilar preceptos de esa suma de estilos que es el postmodernismo:

a) por el jadeante subjetivismo.

La libertad y la ubicación del hombre en la nueva disposición de la crisis del socialismo son, esencialmente, los resortes de su violenta subjetividad; manipulado en términos abstractos, de connotación racional. El ejercicio se resuelve en esta contextura de aparente desvarío y naturaleza simbólica. Y es que el verdadero sentido lo ha depositado en la conflictividad social, aquella que va a promover la meditación. “Sus”conceptos acerca de lo industrial y lo estético, del arte y el antiarte, se disputan en cada una de sus obras, ubicando al espectador ante un cordelero donde la observación pasiva urgentemente se transforma en interactividad. Vía Crucis, por ejemplo, resulta un paneo subjetivo de tres “personajes” que históricamente han encauzado “el destino de las masas”: Gorbachov, Jesucristo y, ¡claro!, el propio escultor. De modo que, transparenciados por sus coqueteos sarcásticos, absolutiza al “hombre público”como artilugio manipulador de los procesos socio-culturales.

b) por la promiscuidad estilística:

JC admite la diatriba políglota y cambiante en su poética, procede con flexibilidad ante todo carácter asociativo entre el presente y el pasado, lo clásico y lo vernáculo, y la mixtura antinómica entre la conservación y la renovación, el modernismo y el realismo, el abstractivismo y la representación, la vanguardia y el kitsch. Esencialmente, su variante esteticista, plagada de citas y objects, focaliza la polisemia, de modo que terminan irreconocibles en la marea de la recontextualización.

Elocuentes son los préstamos del Pop Art, de aquellas inspiraciones en la publicidad, en la incorporación de los objetos industriales con discutibles valores plásticos y señaladospor la rutina: latas de conservas, envases de cerveza, maderas y metales expelidos, etc., un poco identificados con las pautas de “cubrir el foso que separa el arte de la vida”. En sus piezas están las huellas de Rauschenberg, Lichtenstein, Wharol y Jasper Johns.

Paradójicamente, por su oposición al pop norteamericano, cohabita a su lado el neorrea-lismo, hurgando en la realidad sociológica y polemizante. Baste recordar la aleación estilística de Coexistencia en la historia, tan ligada al objetualismo de Francken, a la facturación  Duchampniana, al arte povera y al surrealismo. Y es que su mundo es, sin dudas, el reino del pastiche, la paradoja y la parodia.

Si el pecado se convierte…¿vivirás?, un caso notable de los influjos de Duchamp.

 c) La primacía de los valores gráficos.

Durante la indagación en la arqueología de la sociedad; aunque distanciado, para posibilitar  analogías  y contrapunteos, JC acude a diseños formales y espaciales pletóricos de valores gráficos hibridados: juegos irónicos, texturas inesperadas, ambigüedades, etc.; recuperando el uso de las metáforas y los símbolos. Tanto es así, que en ocasiones las propuestas son exclusivamente morfológicas, como ocurre con la archipremiada  El amarillo no es sólo el color de los viernes o Llevaremos la misma vestidura.

d) por la problematización de la realidad. 

La existencia de una realidad traumática le orientó a discursos reflexivos acerca del lugar que ocupa el hombre en la historia: sobre su cultura popular, los estereotipos, los mitos, etc, de modo que constituyen la principal fuerza inspiradora de sus temas.

Su obsesión con los símbolos patrios y la huella de Jasper Johns.

Por los grifos de la tradición filosófico-espiritual se adentra en las isquemias de la modernidad y nuestra sociedad en tránsitos: la legitimación del poder, la diatriba del progreso, la crisis ecológica, la descomposición moral, la mitificación de la ciencia y la tecnología y el daño irreparable que estas ocasionan a la identidad cultural, etc. Con la misma mano de limpiarse el… es, de hecho, una parábola desprejuiciada sobre la confrontación entre el poder y sus condominios individuales y sociales. La actitud hierática de este quídam de un macrocosmos de harapientos sobre un sanitario imbrica el sostenido del anquilosamiento y la metáfora política.

JC evita los detalles rigurosos de la presencia del hombre para ascender a la objetividad plena; lo que ha transferido a su obra una cierta desolación, de intermitente frigidez. Esta impersonalidad, por cierto, ha sido frecuentemente vilipendiada por algunos estudiosos, a los que convendría recordar las aseveraciones de Liechtenstein “Todo artista intenta ser impersonal, aunque no sea más, en primer lugar, que para ser verdaderamente artista”.

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Jorge Luis Urra Maqueira

Crítico de arte. Miembro de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC).

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