Elegidos por la fortuna

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Sucedió en la ciudad de Durban, casi al otro lado del mundo, la noche índica de un viernes del séptimo mes del quinto año del siglo. La noticia subió al satélite, bajó en La Habana, y de rebote aterrizó en Zaldo y Tacón cuando aún vivíamos la tarde caribeña, con presagio de tormenta incluida.

En su apartamento de altos en esa esquina cienfueguera el arquitecto Irán Millán Cuétara, más que nuestro Urbanista Mayor, el Optimista Contumaz, fue el epicentro bidireccional de la buena nueva y las consabidas congratulaciones.

Cuando terminó de atender la llamada internacional (cuando aquello no había Wasap), este cienfueguero nato por la obra de la vida y marielero por casualidad, alma del empeño coronado en la ciudad sudafricana comprobó que en lo adelante podría prescindir de los servicios del cardiólogo.

El 15 de julio de 2005, el día que comenzamos a vivir en una ciudad Patrimonio Mundial, forma desde entonces, con el 22 de abril, el 5 de septiembre y el 8 de diciembre la tetralogía de las Fechas de Cienfuegos.

A quienes escogimos como residencia en la Tierra esta parcela situada justo al fondo de la bolsa de Jagua nuestros compañeros de archipiélago nos colocaron el cartelito de orgullosos.

Si algún condimento le faltaba a esa sazón de identidad, entonces el Comité de Patrimonio Mundial de la Unesco acabó de servírnoslo en bandeja de plata.

Somos los herederos de la génesis bautizada Fernandina de Jagua, con la sangre de un palomo y el vuelo de una paloma la mañana del 22 de abril de 1819.

Foto: Modesto Gutiérrez Cabo (ACN)

Y vivimos el sano orgullo de que nuestras anónimas y mortales existencias transcurran en el sitio exacto donde la Naturaleza y los hombres confluyeron para intercambiar las dotes de un matrimonio feliz.

Orgullosos de unas calles más rectas que la virtud, por donde todos los pasos conducen a la quietud de la mar, ese lago salado en cuyo telón de fondo se proyectan unos atardeceres capaces de ganar cualquier concurso mundial de crepúsculos.

Y de la armonía de los inmuebles que aprietan en un abrazo de cúpulas, tejas y ladrillos a esa plaza mayor que deslumbra al recién llegado y enamora al natural.

O de los adoquines sobrevivientes en la calle De Clouet y las paralelas de un tranvía que aún viaja a través de nuestros sueños hasta la estación de la Nostalgia.

Sentimos la satisfacción de habitar junto a las pompas de los palacios Blanco, Ferrer, Leblanc y García de la Noceda, las savias de la historia que mantienen en pie la Casa del Fundador o el hormigón del muelle Real, por donde la corona española evacuó su derrota en 1899.

Centro Histórico de Cienfuegos, declarado desde 1995, Monumento Nacional y en 2005 Patrimonio Cultural de la Humanidad./Foto: Modesto Gutiérrez Cabo (ACN)

Experimentamos la presunción de sabernos elegidos por la fortuna. Porque, ¿qué otra cosa puede significar la posibilidad de regalarle a los ojos cada día esa postal bícroma, aglutinadora en un solo brochazos de los azules de la bahía y los añiles de Guamuahaya?

Nos jactamos porque somos dueños del redondo vuelo de una gaviota entre los polines sobrevivientes del extinto muelle circular, lo mismo que de un solo de saxo en El Palatino o de los frescos del filipino-madrileño Camilo Salaya cobijándonos una función en el teatro Tomás Terry.

¿Orgullosos los cienfuegueros? Sí, y a mucha honra. ¿Quiénes con tales dones por hábitat se resistirían a la tentación de serlo? Y más después que empezamos a formar junto al cosmopolitismo de La Habana Vieja y la Trinidad de las leyendas y los ingenios, la tríada cubana con más abolengo internacional. (Luego se sumaría el legendario Camagüey).

Qué bueno que, junto a Irán Millán, aún en 2005 estaban Teresita Chepe e Inés Suaut, la cofradía fundadora del sueño patrimonial.

Como lo estuvo el más noble entre todos los espíritus residentes en los camposantos Tomás Acá y Reina, el de don Florentino, aquel Quijote llegado aquí desde las rojas tierras de Yaguaramas, sin rocín y con la adarga de su sabiduría, para andar, desandar, historiar, y amar las calles trazadas por De Clouet, Bouyón, Lanier y compañía en las tierras vírgenes donadas por Agustín de Santa Cruz, en Punta de la Majagua.

En tiempos de Internet y los satélites aquello del reguero de pólvora resulta un cliché demodé. La noticia venida de Durban pudo llegar igual en la proa de un velero decimonónico, en una columna de humo, o en alas de una paloma. A todos nos contagió con la magia del redescubrimiento.

Hasta los restos del fundador Luis De Clouet, insepultos entonces, temblaron de regocijo en la estrechez de su cofre de madera en un rincón del antiguo Casino Español, que su espíritu aventurero embrujaba por aquellos tiempos.

En la humildad de esta crónica viaja, Cienfuegos, el homenaje de este hijo adoptivo, que se autoconcedió el título, así con minúsculas y sin esperar a que se lo dieran.

Para ahorrar protocolos.

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Francisco G. Navarro

Periodista de Cienfuegos. Corresponsal de la agencia Prensa Latina.

Un Comentario en “Elegidos por la fortuna

  • el 16 julio, 2022 a las 9:52 am
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    Siempre disfruto las crónicas de nuestro colega, y ésta, a la declaratoria del centro histórico de la Perla del Sur como Patrimonio Mundial de la Humanidad, me ha deleitado…Felicidades a todos los cienfuegueros!!!

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