El poeta, el linotipo y los pulmones rotos

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Saturnino Tejera es hoy un ilustre desconocido en el mundillo periodístico cienfueguero. Justo a 66 años del día que escogió por hábitat la eternidad.

La noche del sábado 17 de noviembre de 1956, minados por los efluvios del plomo inhalados en tipografías de dos islas, los pulmones del linotipista-poeta, del columnista-filósofo, se negaron a respirar sobre una cama del Sanatorio de la Colonia Española de Cienfuegos.

Hacerle justicia a la memoria de quien dejó, de manera literal, su vida en los talleres de La Correspondencia y El Comercio es el afán de esta columna laudatoria.

De Saturno, como le llamaban en la cofradía de las letras de plomo, el olor a tinta fresca y las bobinas de papel gaceta, conocí primero por boca de Gilberto Vilches, que coincidió con él en Argüelles, entre Bouyón y San Luis, última sede de El Comercio.

“Qué clase de isleño era ese”, decía mi suegro cuando le hablaba de Tejera, y entre ambos recordábamos un intento de acercamiento biográfico al intelectual canario que dejé trunco a principio de los noventa (*).

Por aquellos días recurrí a la sapiencia histórica y humanista de don Florentino Morales, quien tenía grabada para siempre en la memoria la imagen del hombre que en su lecho de muerte hizo las últimas correcciones a las pruebas de galera de su poemario Vesperal.

Me estremeció el ruego que en vez de dedicatoria estampó el poeta en la portadilla: “Con perdón de Nivaria, mi hija, me doy esta escapada por la puerta lírica antes que se ponga el sol, para dejarle siquiera unas raíces verdes del árbol que quiso ser y no fue”.

El cuadernillo lírico vio la luz en la imprenta Bustamante, de San Fernando 126, en marzo de 1957. La edición corrió a cargo de la Sección de Literatura del Ateneo de Cienfuegos, dirigida entonces por Florentino.

Guardo aquel texto poético como un tesoro bibliográfico que cotiza al alza en la bolsa de mis emociones. Porque una mano de quijote criollo escribió con tinta temblorosa y roja. Para Francisco, Afectuosamente. oct 23/90. F. Morales.

Alrededor de 1923 debe estar fechado el arribo a Cuba del inmigrante canario Saturnino Tejera García. Como la mayoría de los paisanos que le acompañaron en aquel boom migratorio, primero probó suerte en la más dulce de las industrias cubanas.

Ya en los últimos años de esa propia década se había casado con la cubana Zoila Montejo y plantado tienda en Cienfuegos. Entre 1928 y 1930 su prosa y su poesía encontraban espacio en las páginas de La Correspondencia, el diario vespertino que dirigía Florencio Velis en San Carlos, entre Hourruitiner y De Clouet.

A su Tenerife natal regresó a principios de los 30, con la familia agrandada por el nacimiento de una pareja de cubanitos: Nivaria y Tinerfe. El nombre de la primera es el que los aborígenes guanches daban a la mayor isla del archipiélago canario, y el segundo es un anagrama de Tenerife. Menuda manera de expresar amor al terruño primigenio.

En esas circunstancias el trauma de la Guerra Civil cambió el curso de la historia española. Y Saturnino pagó sus ideas de izquierda con la estancia en el campo de concentración franquista, experiencia de la cual la joven Nivaria cosecharía luego el amargo trigo de Barranco, su primera novela.

A mediados de los ’40 Tejera estaba de vuelta sin retorno en Cienfuegos. La casa aún hoy marcada con el antiguo número 72 en la calle de San Fernando sería el refugio al que irían a visitarlo las musas. A solo tres cuadras de El Comercio, donde sacaría el sustento familiar de las teclas melodiosas de un linotipo.

Quien quiera historiar la prensa cienfueguera tendrá que hurgar en las esencias de Pequeños comentarios, la columna que Saturno escribió durante los años 50 en La Correspondencia.

Estremece aún, a más de seis décadas de distancia, La musa de Caryl Chessman, un acercamiento al hombre que en el corredor de la muerte de la cárcel californiana de San Quintín había descubierto sus dotes de escritor.

Ni la cámara de gas ni la silla eléctrica conseguirán ya ponerle el capítulo final a su obra”, concluía el hombre de pulmones rotos al momento de escribir aquella columna, en cuya lectura encontré las angustias que solo quien haya vivido el miedo del presidio podría traducir.

De noviembres estuvo acotada la existencia del escritor. El día 22 del onceno mes en el año de gracia de 1900 había venido a la Tierra por San Cristóbal de La Laguna, asiento de la primera universidad canaria; y en cuyas limpias y frías calles, en la primavera de 1998, traté de encontrar su espíritu por siempre enamorado de la poesía.

(*) Por suerte la doctora Victoria M. Sueiro Rodríguez (1957-2018) publicó en 2008 su Perfil biobibliográfico del tinerfeño Saturnino Tejera García.

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Francisco G. Navarro

Periodista de Cienfuegos. Corresponsal de la agencia Prensa Latina.

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