El pasaporte del dolor: chikungunya en Cuba
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El chikungunya no es un visitante nuevo. Su pasaporte de alta movilidad está lleno de sellos desde hace más de medio siglo, cuando en la meseta Makonde, entre Tanzania y Mozambique, se registraron los primeros brotes que dejaban a comunidades enteras encorvadas por el dolor. Desde entonces, este virus ha viajado por África, Asia, Europa y América, acumulando historias de sufrimiento y resistencia.
Hoy, Cuba se suma a esa lista, enfrentando una propagación que desconcierta por su rapidez y magnitud, y que obliga a mirar más allá de la fiebre y la artritis: el pasaporte del dolor también se mide en salarios perdidos, aulas semivacías y sistema de salud saturado.
De África al Caribe: un viajero persistente
Según cuentan, el pasaporte del dolor comenzó a sellarse en 1952, en la meseta Makonde, entre Tanzania y Mozambique, donde el virus emergió en un entorno selvático favorecido por la abundancia del Aedes aegypti. Desde allí, el viajero invisible se desplazó hacia el sudeste asiático en las décadas de 1960 y 1970, con brotes en India y Tailandia impulsados por la urbanización acelerada, la falta de control vectorial y la movilidad internacional.
Para la epidemiología, la credencial sumó un sello decisivo a inicios de los 2000 en el océano Índico, con epidemias masivas en las islas La Reunión, Mauricio y Seychelles. Allí, una mutación viral permitió que el chikungunya se transmitiera de manera eficiente por el mosquito tigre (Aedes albopictus), ya instalado en climas templados. El resultado fue devastador: más de 250.000 casos en La Reunión, un cuarto de la población de la isla.
Entre 2006 y 2010, consolidó su presencia en Asia y el Pacífico, favorecido por ciudades densamente pobladas, viajes internacionales y deficiente saneamiento. En 2007, llegó a Europa con un brote en Italia. En 2014 y 2017, Roma y la Costa Azul francesa volvieron a recibir el sello del dolor. Finalmente, en 2025, Italia y Francia notificaron más de mil casos autóctonos, reflejo de una transmisión sostenida favorecida por veranos prolongados debido al calentamiento global, creando condiciones epidemiológicas que facilitan su expansión y movilidad internacional intensa.
Según registros sanitarios del Caribe, el virus cruzó el Atlántico en 2013, cuando San Martín se convirtió en la primera isla en registrar transmisión autóctona. Desde allí, se propagó velozmente por Puerto Rico, República Dominicana, Haití, Guadalupe y Martinica, acumulando cientos de miles de casos en apenas dos años. Finalmente, en 2025, Cuba recibió el sello más doloroso de este pasaporte. La isla, debilitada por una crisis sanitaria acumulada, abundancia de criaderos y vulnerabilidad social, enfrentó un brote nacional con miles de casos. Una población debilitada por los impactos de la crisis prolongada provocada por una guerra económica y genocida se convirtió en terreno fértil para la propagación del virus, mostrando que la epidemiología no puede separarse de las condiciones económicas, políticas y sociales que agravan la vulnerabilidad colectiva.

Una propagación que desconcierta
Según la evidencia epidemiológica, la llegada del chikungunya a Cuba fue tardía, pero su impacto resultó sorprendente: familias y barrios enteros se han visto afectados casi simultáneamente, con curvas epidémicas tan verticales que recuerdan más a enfermedades respiratorias que a arbovirus clásicos. Aunque el Aedes aegypti es el vector confirmado, la rapidez sugiere factores adicionales: condiciones urbanas hiperfavorables, aguas estancadas, microvertederos y una población debilitada por la persistencia de la crisis.
En Cienfuegos, la “Perla del Sur”, patrimonio cultural de la humanidad e históricamente reconocida por su limpieza y pulcritud, la acumulación de basura, salideros y aguas estancadas se ha multiplicado en los últimos tiempos, debido en buena medida a la falta de combustible para los vehículos encargados de la limpieza y desobstrucción, por el efecto del bloqueo estadounidense en la adquisición de combustibles.
También la indisciplina social, el deterioro acumulado de la infraestructura hidráulica y sanitaria, así como el resquebrajamiento del sistema de saneamiento comunal y del sistema sanitario han convertido un símbolo de belleza urbana en un terreno fértil para la expansión del pasaporte del dolor. La epidemia no se combate solo con hospitales y medicamentos, sino con calles limpias y comunidades protegidas.
Retirar el pasaporte
Según la ciencia médica, si el chikungunya viaja con un pasaporte viejo, la voluntad científica busca retirarlo. Al respecto, el World Mosquito Program y la Universidad Monash en Australia, proponen una estrategia preventiva: liberar mosquitos portadores de la bacteria Wolbachia, que bloquea la capacidad de transmitir virus. Esta solución natural y auto sostenible ha demostrado reducciones significativas en países como Indonesia y abre la puerta a un futuro donde el chikungunya pierda su pasaporte de transmisión.
En Cuba, el ensayo clínico con Jusvinza, desarrollado por el Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología de Cuba (CIGB), intenta aliviar la poliartritis residual en pacientes convalecientes, una de las secuelas más incapacitantes. Este esfuerzo representa una respuesta clínica a la carga crónica de la enfermedad, ofreciendo alivio y dignidad a quienes ya sufren sus consecuencias
Pero, para el autor, retirar la visa del sufrimiento no depende solo de la ciencia. También exige disciplina social y control riguroso a quienes incumplen las leyes de higiene y saneamiento. La salud pública no puede sostenerse sobre la indisciplina individual. El control institucional debe acompañar la educación comunitaria, porque la negligencia de unos pocos puede poner en riesgo a miles.
Igualmente, se requiere un saneamiento comunal con presupuesto y participación ciudadana. No basta con campañas aisladas: se necesitan recursos estables para limpieza de calles, drenajes, recogida de desechos y eliminación de criaderos. La comunidad debe ser protagonista, no espectadora.
Según la economía de la salud, su impacto no solo se mide en fiebre y artritis, sino en salarios perdidos, baja productividad del trabajo, aulas semivacías y un sistema de salud saturado. Cada brote implica hospitalizaciones, medicamentos, consultas, ausentismo laboral y escolar, pérdida de productividad, así como dolor, sufrimiento y disminución de calidad de vida. Entonces, el pasaporte del dolor, gastado de tantos sellos, no merece otra frontera; retirarlo es arrancar de la piel de la historia la vía que autoriza al sufrimiento a seguir viajando.
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