El milagro de un abrazo

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Existen abrazos y “abrazos”. Todos lo sabemos; es más, un poquito de perspicacia basta para descubrir la diferencia entre uno y otro. Está el de cumplimiento, cuando la acción no es otra cosa que el “cumplido”, el – lamentable – “cumplo y miento”, que como lo explica el diccionario de la Real Academia, se hace por “pura urbanidad o ceremonia”.

Hoy quiero referirme a al otro abrazo, para mí el que único que debiera existir; el que es auténtico, edifica y manifiesta un sentimiento nacido desde lo profundo del ser. Espontáneo y carente de afán posesivo.

Ese, tan inefable, que al abarcar el cuerpo de la pareja amada, padres, hermanos, hijos, nietos, abuelos o amigos lo aproximamos al pecho para hacerle saber que nuestro corazón le pertenece.

El abrazo no es cadena que oprime ni exige retribución; se da porque sí. Es solamente expresión de una entrega desinteresada.

Después de leer lo anterior, tal vez se pregunten: ¿a qué tanto efluvio sentimental? Es porque muchas personas celebran hoy “el Día del Abrazo”.

Parece que los trescientos sesenta y cinco días del año – uno más cada cuatro -, ya no alcanzan para dedicarlos a algo. Los hay que celebran insignificancias, pero esto de dedicarle un día al abrazo, al menos a mí, me parece bien.

Eso tiene su origen. Se le ocurrió a un estadounidense llamado Kevin Zaborney, quien fruto de sus cavilaciones empezó a preocuparse por las pocas muestras de afecto que las personas manifestamos en público unas a otras. Su idea me pareció genial. Aunque todos sentimos cariño hacia otras personas, sean familiares o amistades, salvo excepciones  nos les acercamos para pronunciarles un “te quiero mucho” y apretar a ese ser querido a nuestro pecho.

Por si alguien lo dudara, el abrazo lima asperezas, profundiza afectos y sana. ¡Cuánta plenitud en un gesto aparentemente simple! Dejamos de darlo porque damos por descontado que la otra persona sabe cuánto la queremos; nadie lo pone en duda. Pero ¡que maravilloso resulta escucharlo una y otra vez! Mucho más cuando el gesto deja de lado las palabras.

El Día del Abrazo se celebró por primera vez el 21 de enero de 1986 en un pueblo del estado norteamericano de Michigan. Pronto se extendió a otras partes, y en eso tuvo que ver el abuelo de una amiga de Kevin Zaborney, quien imprimía cada año un Calendario de Eventos.

El abrazo no es cadena que oprime ni exige retribución; se da porque sí. Es solamente expresión de una entrega desinteresada.

A propósito, hoy desearía imprimir un abrazo a cada persona que aprecio. Por ser tantas, se me hace imposible. Entonces, aparte del abrazo a mis próximos entrañables, comparto algo para que lean en sus ratos libres; me parece que al hacerlo doy a todos una pequeña muestra de afecto y buenos deseos. La obra no es mía, se la debo, o mejor se la debemos, al escritor y periodista uruguayo Eduardo Galeano (1940-2015). Me refiero a “El libro de los abrazos”, que junta experiencias personales y reflexiones sobre la propia vida del autor. Es, además, revelador para todos.

Son reflexiones breves y hermosas, dotadas de mucha poesía como ésta que da comienzo al libro:

El mundo

“Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo.

A la vuelta contó. Dijo que había contemplado desde arriba, la vida humana.

Y dijo que somos un mar de fueguitos.

-El mundo es eso -reveló- un montón de gente, un mar de fueguitos.

Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás.

No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tanta pasión que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca se enciende.”

¿Qué les parece esa definición? Es un libro para leerlo poquito a poco, de la misma manera como degustaríamos un buen vino en esos exiguos ratos que restan para el solaz en medio de una vida agitada y de vértigos y que merece vivirse porque sus lados buenos tiene.

Hace algunos años – no muchos -, fue publicado por el Instituto Cubano del Libro. Puede encontrarse en cualquier biblioteca; los libromaníacos como este componedor de sintaxis pueden hacer una pesquisa donde vendan libros de uso. También está en Internet y lo pueden descargar de modo gratuito en PDF. Jamás se arrepentirán de descargar y leer “El libro de los abrazos” de Eduardo Galeano.

Para concluir por hoy, recordemos lo saludable y necesario que resulta un abrazo; digo el verdadero, el que se da con total entrega. Es un surtidor de felicidad, optimismo y confianza. Por eso jamás dude en darlo ni en decir el “te quiero” que desbordándose del corazón nos resistimos a pronunciar por pena, prejuicio o hasta por miedo escénico.

No hace falta esperar ocasiones especiales que, al final, son meros convencionalismos. Aprovechemos y pongamos en práctica en cualquier momento ese gesto tan vital como el aire, el agua y el alimento. Nada tan bueno como el milagro de un abrazo. ¡Siempre que sea verdadero!

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