El abrazo de las maestras

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No había mayor alegría que llegar cada día al aula, correr hacia ellas y sentir el abrazo cálido de las maestras. Nos esperaban con una sonrisa. Y nos exigían lo mejor de nosotros, porque sabían, más que nadie, que en sus manos estaba la tarea de enseñarnos a descifrar el mundo a través de las letras y los números.

Eran Ana Moreno y Ramona Cepero, o simplemente “la maestra Ana” y “la maestra Ramonita”. Mujeres que entregaron su vida entera al magisterio. Aún llevo con orgullo el ser alumno de aquellas dos profesoras de primer grado que formaron a generaciones enteras en Horquita.

Las recuerdo elegantes, con carácter firme, pero dueñas de una ternura que solo afloraba entre pupitres. Nos enseñaron más que gramática y sumas, nos hablaron de la vida, de la patria, de nuestra historia grande y de la pequeña, la del pueblo.

De ellas aprendí a mirar con madurez, a decidir con seguridad cuando un problema pedía solución. Tanto me marcaron, que ya en cuarto grado, y con Ana jubilada, volvía a su casa para repasar lecciones. No había encuentro que no terminara con un abrazo. Ambas calaron hondo en mí, y en todos aquellos niños horquiteños que hoy somos hombres y mujeres, que tratan de vivir con bien.

El tiempo pasó. Como suele ocurrir, los caminos se separaron, hasta que la vida, con su ley inevitable, las convirtió en memoria.

Llega diciembre, y con él, el momento de evocar a quienes nos educaron desde el silencio luminoso de las aulas. A quienes, sin aspavientos, nos ayudaron a ser.

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