Del podcast al Zanjón: cuando la historia estorba a los “independientes”
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Recientemente vi en una plataforma digital, de esas que se declaran organización sin fines de lucro y sin afiliación partidista, un podcast que presume de reunir voces de intelectuales “independientes” y no “institucionales”. Su misión –según dicen– es sacudir los cimientos del pensamiento dominante en Cuba. Me asombré al ver al invitado, pues no me parecía de la misma claque que los de la plataforma.
Sin embargo, en uno de los episodios, el invitado soltó una frase tan reveladora como preocupante: “Pretender responsabilizar a la historia de que tengamos que seguir resistiendo para prosperar es darle demasiada responsabilidad a la historia”, dijo. El comentario fue acogido con entusiasmo por los anfitriones, quienes remataron con un sonoro “No solo de historia vive el hombre.” A simple vista podría parecer una reflexión provocadora, pero el fondo de esta frase arrastra una postura que, lejos de subvertir el supuesto discurso dominante, reproduce la retórica de los que pretenden durante siglos dominar el mundo y desde el mismo ángulo.
Por eso me fue imposible no recordar a Francis Fukuyama, el célebre politólogo estadounidense y su famosa tesis del fin de la historia, aquel intento de clausurar el horizonte ideológico tras la caída del bloque socialista en 1992, expresada en su libro “El fin de la historia y el último hombre”. ¿Qué historia quería clausurar Fukuyama? La que resistía, la que no aceptaba el neoliberalismo como única vía, la que imaginaba alternativas a un mundo unipolar. Y en esa misma línea, los “intelectuales centristas” de hoy, bajo el manto de la moderación, terminan coqueteando con la rendición disfrazada de sensatez.
Aquí es cuando el término zanjonero para estos que hoy bajan las banderas, se vuelve más pertinente que nunca. Evocando el Pacto del Zanjón, donde se buscó concluir la Guerra de los Diez Años sin independencia ni abolición de la esclavitud, el “zanjonero” actual es aquel que propone abandonar la resistencia histórica por una falsa paz intelectual. No cuestiona el poder estructural, sino que lo reacomoda dentro de un marco de aparente civilidad.
Más grave aún es cuando este tipo de discurso se disfraza de lenguaje científico y proclama que “la historia no debe justificar la resistencia prolongada del pueblo cubano”. Esta postura, lejos de ser rigurosa, es anticientífica. Equivale para el autor, a que un ingeniero civil negara la importancia de la resistencia del suelo para construir un edificio, o que un epidemiólogo dijera que la cultura sanitaria no sirve frente a una pandemia, o que un economista minimizara el valor de la educación financiera ante una crisis.
La historia no es ornamento, es método, es instrumento. Es mapa para comprender las causas de nuestras tensiones sociales y brújula para decidir si nos rendimos o insistimos en transformar. En Cuba, la historia ha sido sustancia de la resistencia popular. Negarla es desconocer aquella frase de nuestro Apóstol en su artículo “La opinión nacional” y publicado en Carta a Nueva York en el año 1881, con solo 28 años de edad, cuando decía que “De amar las glorias pasadas, se sacan fuerzas para adquirir las glorias nuevas”. Negarla es arrancarle al pueblo su derecho a explicarse a sí mismo, y con ello, su derecho a persistir.
De esta forma, los de la intelectualidad “independiente”, tras el lenguaje de la neutralidad, intentan vaciar de sentido la memoria colectiva del pueblo cubano. Por supuesto que la historia no es responsable de todo; pero sin ella, la resistencia se vuelve ciega. Y eso, por mucho que se diga en tono culto y con voz engolada, nunca será científico.
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