¿Cuál es el peor saldo de la pandemia de Covid-19?
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Es viernes, y tomo el día para compartirlo con un familiar nonagenario que anda encaramado en una especie de nirvana y solo me reconoce a retazos, de modo que la jornada rezuma tristeza. Voy hasta la parada de ómnibus más cercana, se prolonga la espera y directamente proporcional, mi ansiedad. Le doy “el último” a una señora, mulata, alta, con una pesada mochila a la espalda que llega con cara de trasnochada, y al poco rato entablamos una conversación.
Tras una hora, y ante mi visible desespero, la compañera de viaje (nos dirigíamos al mismo lugar) me conmina a tomar un ómnibus que nos deja a un kilómetro de nuestro destino. Y caminamos como terapia.
Todo el trayecto, la mujer de mochila a la espalda me cuenta que trabaja por turnos, y de esa manera evade un poco los problemas del transporte, y así le queda tiempo para la familia, apoyar a su hija, que ya estuvo en cooperación médica allende los mares, quien ahora es residente y no tiene tiempo para la casa. “Durante la epidemia mi muchachita ha trabajado mucho”. Esta mujer no perdió oportunidad para darme una lección de vida: “No se puede andar apurado porque te enfermas, esta caminata te va a venir bien”, dijo, y nos separamos unas dos cuadras antes de mi destino, sin intercambiar nombres, ni otros datos personales, pero le di gracias y deseé buen día. Resultó una cura que mejoró mi jornada, que había comenzado mal.
Y el mea culpa lo traigo a colación a propósito de tiempos de pandemia, en los que las plagas y sequías hacen mella en lo humano y social; ese ese que será el peor daño que nos dejará la Covid-19, mucho más allá de economías maltrechas, sistemas de salud resentidos o un mundo inestable en lo político, cuando muchos gobiernos invisibilizan la Covid-19 y no priorizan el acceso a la producción de vacunas, que no puede ser un producto para ganar dinero de quienes encontraron la fórmula de la inmunización.
Por eso se aprecia cuando una persona que aparenta ser común, ofrece una lección de vida, un consejo práctico, o simplemente extiende su mano para ayudar, sin condicionamientos ni intereses, desde la humildad y sin llamar al universo.
Yo no voy a decirles que soy pura ni perfecta. Entre otras cosas falta saber si es que lo puro existe, al parafrasear a Guillén (ese poema que se ha hecho trending literario por estos días, por suerte). No quiero hablarles desde la perfección, sino que al usar este espacio, me gustaría invitarlos a mirarnos por dentro, desde la introspectiva, tal como me sucedió en la anécdota que les conté al principio.
Hemos vivido días muy duros en este último par de años que terminaron, me atrevería a aseverar que los más difíciles para la mayoría de nosotros, porque esta vez la crisis no resultó solo económica sino sanitaria, vimos morir a familiares cercanos, amigos, vecinos…; y sin embargo, todavía se abrigan espacios para sentimientos tan feos como el egoísmo, la envidia, los celos profesionales, el odio.
Creo que abundan los que incluso, ni lo reconocen, y vuelvo con Nicolás Guillén:
“(…) La pureza del que se da golpes en el pecho, y
dice santo, santo, santo,
cuando es un diablo, diablo, diablo.
En fin, la pureza
de quien no llegó a ser lo suficientemente impuro
para saber qué cosa es la pureza (…)”
Más de un millón de cubanos, han enfermado de Covid-19 desde el comienzo de la epidemia acá y el reporte de los primeros casos, el 11 de marzo de 2020, y a partir de entonces, en los hogares nos hemos debatido ante las crisis que genera una situación sanitaria de esta magnitud, y cabría encuestar a estar alturas, sobre cuánto hemos contribuido en lo social, ayudado al vecino, los familiares, colegas, a compartir las horas más difíciles; ese será un saldo que nos recuerde la condición humana. No importa que usted tenga la compañía de María Luisa Carrasco (MLC) o de Ulises Sánchez Domínguez (USD), como de manera jocosa interpretamos la realidad económica; si no mira para el lado, estará solo.
No van estas líneas a modo de crítica ni para juzgar, porque lo escribo desde la imperfección misma; van a modo de invitación a mirarnos por dentro, porque la raza humana no se puede permitir la involución. Ponerle actitud positiva a la vida no es la cura perfecta, pero la ayuda, comprensión y solidaridad, cuando son verdaderas, sí. Para algo la Naturaleza nos dotó de un cerebro superior.
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