Ciberpunk en tablas ilusorias
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La originalidad de Dreamer X (Mecenas, Marcel Méndez Fariña), obra a la venta en librerías y ganadora de un Premio Fernandina de Jagua en el apartado de Teatro, reside en el género que aborda: la ciencia ficción, clave ciberpunk. Quizás el dominio de las tecnologías y las megacorporaciones sobre la humanidad no es un tema habitual del teatro pero sus tropos acá van más allá de los efectos de la realidad virtual para los personajes implicados y ahondan en la naturaleza humana con la sutileza de lo etéreo.
El Dreamer X es una máquina de realidad virtual. El mundo está al borde de la más grande de las depresiones económicas. El presidente recién electo era modelo de Christian Dior. Su campaña presidencial se basó en un videojuego. Eric Fosten, el creador del Dreamer X comienza a volverse loco. Ron Feller, hombre de negocios, le propone vender su producto a la humanidad. Un mundo conectado a ese medio virtual, un mundo ajeno a sus necesidades políticas, sociales y económicas: el mundo de la alienación.
En este universo construido para las tablas, pero difícilmente materializable para el teatro cubano, la marginalidad del hombre como especie y su sumisión son imprescindibles para las empresas que rigen, incluso, al gobierno.
La utilización del equipo de Fosten se convertirá en ese entorno vivido y necesario para los personajes, sin explicar siquiera el grado de implicación de cada uno de ellos, todos serán afectados porque el Dreamer X es adictivo y se alimenta de la excitación y el desenfreno. Una vez que el sistema nervioso del individuo depende de sentir satisfacción y no la obtiene, el sujeto tiende a deprimirse y esa crisis abre la puerta para que una entidad virtual surja y emplee los datos inconscientes que del humano ha extraído la máquina. El desastre se sobreviene, porque el hombre es estimulado a imaginar nuevas experiencias y su sistema nervioso no escatimará para conseguirlo aunque desdibuje los límites de la moralidad.
Los escenarios se suceden. Deambulan entre la normalidad de una sociedad estrangulada por sí misma hasta la evocación de los recuerdos más preciados de los actores y sus emociones reprimidas. Así transitamos por el despacho de Fosten, por el metro, un barrio pobre, un bosque, la oficina de Feller, una iglesia y una noche de Walpurgis. Y sí, hay un héroe en medio del caos. Al menos uno que se rehúsa a ser absorbido por la marea tecnológica de su tiempo: Vincent. Unos pocos, los que integran la organización Deux intentan desinflar la burbuja que se ha creado y Vincent será quien llevará a cabo el último de los planes. El desenlace de esta historia espera tras pocas páginas donde personajes grandilocuentes, absortos en una demencia que lejos de aderezar las escenas nos aísla del eje central del texto; aparecen desperdigados en la brevedad del volumen. De vuelta a la injusticia de criticar un texto dramático, vale cuestionarse si esta trama no sería más palpable para los lectores, desde las páginas de un libro meramente narrativo sin el propósito de convertirse en espectáculo.
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Sería interesante, de hecho, poder llevar a las tablas un texto dramático de este corte, pero sinceramente parece utópico, porque esta obra precisa de cuantiosos recursos, al menos desde mi mirada. Muchas gracias por su comentario.
Sería interesante ver una puesta teatral de este texto. Coincido con la crítica, parece inmaterializable.