Chachi y su imaginario del cuerpo femenil

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El cuerpo como imaginario somático o alegórico ha sido sistematizado con cierta intermitencia a través de los siglos, toda vez que las mutaciones socio-psicológicas, religiosas y políticas han condicionado (y diferido) su emancipación como objeto artístico y contenedor de significados. Dentro de los predios del arte este suele ser un mediador que reconfigura los estadios varios de la conciencia social y la historia humana, desde la fabulación erotómana más tradicional hasta aquella que, en una dimensión simbólica, representa las conductualidades más poliédricas (Violencia, intimidación, actitudes pornográficas y de género, etc.). Claramente, los modos de preciar el cuerpo humano han evolucionado y se vierten en patrimonio de la sociedad. “El ser humano se volvió dueño de su individualidad, mientras que su cuerpo pasó a formar parte del acervo social” -refiere B. Lutz.

Chachi (Luis Miguel Rivero García, 1990) ha sido uno de los muchos cultores sureños (Julio Ferrer Guerra, Jesús A. Rebull Morales, William J. Pérez Fernández, Omar García Valenti, Ángel Peña Montalván, Elías Federico Acosta Pérez, Rafael Cáceres Valladares, Frank Iraola, Pavel Jiménez, etc.) que más ha insistido en el desnudo femenino como argumento, aunque difiere de sus coterráneos en los modos de acercarse a las latitudes físicas de la mujer, en la propia narrativa y los conexos que establece entre el cuerpo y la expresión artística y entre aquel y la sociedad. A todas luces, aporta nuevos entibos a la desnudez femenil (y participación del destape en la aventura corporal) a través de relatos que se despojan de las normas y censuras, desafiando a no pocas mojigaterías de las sociedades contemporáneas. No es fortuito que contados espectadores le acusen de concebir una estética obscena, que amenaza con rozar lo pornográfico debido a su exacerbación realista. El ángulo resulta atrayente, pero escapa de nuestra ruta promocional y crítica. Solo aclarar un sentido básico: su propósito no es excitar, sino incomodarnos dentro de la zona voyerista. Ni siquiera nos impele a detenernos en las zonas erógenas y vitales, sino en el todo de la escena, una vez que nos orienta con los intitulados.

En su obra puede apreciarse cierta connotación de la violencia a través del deseo, del espíritu de provocación, en un universo en que las féminas tienen el control de sus vidas y por sí mismas pueden conseguir eso que se parece a la felicidad. Ellas se revelan desafiantes en la plenitud erótica, presumen de la libertad para tasar su destino, figuran dentro de un tipo de representación simbólica, enrumbada por la voluntad de opugnar toda grafía humana falseada por la visión traumática del sexo y desnudez en la cultura socialista, claves de la identidad de los hombres y mujeres, y (sospecho que inconscientemente) con el propósito de vigorizar el Yo femenino del modo más transgresor, sexualizando a la mujer sí, pero como un signo de poderío. Y es que, lejos de lo que alguien pudiera asumir como acto segregacionista que encomia a las chicas a modo de producto de consumo, el artista desboca su interpretación de la belleza en términos de carácter y alegato, pues los sujetos femeniles someten a las hormonas masculinas ejerciendo ese control y echándole en cara a los espectadores la usual percepción machista, pacata y/o libidinosa del desnudo femenino, al menos cuando no sucede en términos privativos.

El artista (ganador de la Beca Mateo Torriente de la UNEAC 2023) opta en la muestra personal Cuerpo a cuerpo, inaugurada en la Galería Santa Isabel, por un discurso no academicista (aunque consciente de los provechos de la técnica académica), tal y como le habíamos visto hacer en otras exposiciones recientes (Relato épico, entre otras), donde presume de algunos vanguardismos, básicamente de tipo expresionista, acaso locuaz en el modo en que dibuja el rictus de los sujetos durante el acto del ofrecimiento y la entrega sexual. Chachi jerarquiza la coreografía de los cuerpos y los ambientes, las conmociones, no así las emociones (en verdad los desnudos y actos amatorios provocan un efecto de distanciamiento, probablemente por la agresión del monocromatismo). En todo caso, las emociones proceden de sus marcas de estilo: la propensión a la monocromía antedicha, que ayuda a equilibrar la morbosidad, el dramatismo escénico y la sensualidad del cuerpo femenino, la rítmica que ofrece el dibujo y la línea, la disciplina compositiva, el tino de la luminosidad y dinámica de los volúmenes, la conexión minimalista entre la figura y el fondo, y el modo de articular el cuerpo físico con el cuerpo social, mediatizado por la cultura y presionado por la sociedad.

En cierto modo, los fabularios de Chachi transitan por la llamada pintura sexual, que explora la sensualidad, el deseo, la intimidad y la anatomía humana, procurando reacciones o conmociones en los públicos, al tiempo que denotando la diversidad y complejidad de la sexualidad desde una catadura artística. ¿Qué su imaginario del cuerpo femenil fascina y provoca cierta controversia entre los públicos?. Es cierto; pero no lo aprecie con ojos ajenos. Visite la Galería Santa Isabel. Vista hace fe.

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Jorge Luis Urra Maqueira

Crítico de arte. Miembro de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC).

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