El bronce del Titán: los médicos de Antonio Maceo

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En la escultura de sus 175 años se funden incontables hazañas. Muy joven ingresó a las tropas del ejército mambí. Rápido alcanzó los grados de comandante y lugarteniente coronel, hasta convertirse, hacia 1895, en el segundo jefe militar de la Revolución. Escribió la página más intransigente de la historiografía cubana: Baraguá. Mereció, por obra de sus cualidades como combatiente y fortaleza física, el sobrenombre de Titán de Bronce. Se asegura que sobrevivió a 26 heridas de bala y arma blanca; pero, ¿cómo un hombre logró resistir tanto?

Un artículo publicado por el Dr. C. Ricardo Hodelín Tablada en la revista MEDISAN, reseña la atención médica que recibió Antonio Maceo y Grajales en diferentes momentos de su vida, a causa no solo de las lesiones que sufrió durante la guerra, sino de las enfermedades que también padeció. Cinco galenos se cuentan entre quienes atendieron al héroe, todos miembros del Cuerpo de Sanidad Militar del Ejército Libertador.

Félix Figueredo Díaz fue el primero de los médicos que asistió al “Titán” en el ocaso de la llamada Guerra de los Diez Años, luego de que el cuerpo de Maceo resultase blanco de ocho heridas en el combate de Mangos de Mejía, el 6 de agosto de 1877. Pudo ese ser el final de su existencia, según reveló el propio Figueredo en carta a Máximo Gómez.

“El estado del enfermo bastante grave y es de tenerse resultado funesto si no ceden los síntomas. La noche pasada ha podido muy poco reconciliar el sueño y en los momentos en que dormitaba lo hacía delirando”, escribió el doctor en la madrugada del 11 de agosto, a la espera del peor de los desenlaces. Sin embargo, el optimismo del líder convaleciente, los cuidados de su esposa María Cabrales y de su hermano José, y por supuesto, la esmerada asistencia médica, favorecieron la recuperación del estado de gravedad por el que se temía.

Otra figura importante y centinela de la salud de este insigne patriota fue el doctor Eusebio Hernández Pérez, muy cercano a la familia Maceo, al extremo de ser considerado el médico personal de Antonio. El galeno devino, incluso, el más íntimo consejero que tuvo a la hora de tomar decisiones estratégicas dentro del movimiento revolucionario y, de acuerdo con Hodelín Tablada, trasciende hasta nuestros días como una de las grandes personalidades de la ginecoobstetricia cubana de todos los tiempos.

Pero no solo heridas de guerra magullaron el cuerpo del Titán de Bronce. Los trastornos digestivos se hicieron recurrentes tras los banquetes con que solían celebrar las victorias contra las huestes españolas. En una de estas fiestas se afirma que Maceo ingirió carne de cerdo mal cocinada y ello le produjo una intoxicación muy grave. Guillermo Fernández Mascaró, coronel y jefe de Sanidad, debió atender con urgencia al líder mambí.

Tiempo después, el galeno contaría: “(…) comprendí la inmensa responsabilidad que asumí al tener en mis manos la salud y la vida de aquel gran hombre en quien se encarnaba, más que en ningún otro, el espíritu de la gloriosa revolución por la independencia. Lo encontré con cuarenta grados de temperatura, el vientre aumentado considerablemente de volumen, y él mismo hizo el diagnóstico de su dolencia al informarme que había comido carne de cerdo no fresca y que no le pareció en buen estado”.

Mascaró tuvo que imponerse con sus conocimientos ante la jerarquía militar y las creencias populares, que llegaron a sugerir la asistencia de una curandera por encima de la médica, frente a lo cual reaccionó: “(…) yo no puedo asumir la responsabilidad de aceptar un procedimiento que estimo muy peligroso dado el estado de distensión de su masa intestinal. No es inocua esa manipulación”.

El minucioso e interesante artículo del Dr. C. Ricardo Hodelín Tablada nos acerca a otros acontecimientos en la salud de Antonio Maceo fuera de Cuba, aunque entre lo más significativo está la alusión a Hugo Roberts Fernández, ilustre sanitario que por mayor tiempo cuidó de él en el transcurso de la contienda bélica. Se mantuvo a su lado desde octubre de 1895 hasta junio de 1896, siendo partícipe de la Invasión de Oriente a Occidente y de hechos tan memorables como la Batalla de Mal Tiempo. No por gusto ganó la admiración y respeto de un hombre que ya para entonces era venerado cual leyenda.

Máximo Zertucha y Ojeda fue el último galeno del Titán de Bronce y sobre el que se suscitaron todo tipo de especulaciones, pues a este médico correspondió asistir a Maceo en la dolorosa fecha de su muerte, el 7 de diciembre de 1896. “… lo encontré sin conocimiento; un arroyo de sangre negra salía por una herida que tenía al lado derecho de la mandíbula inferior, a dos centímetros de la sínfisis mentoniana. Introduje el dedo en su boca y encontré que estaba fracturada la mandíbula. A los dos minutos a lo más tarde de ser herido, murió en mis brazos y con él cayó para siempre la bandera”, relató.

Las precisiones científicas de Hodelín Tablada sostienen que “el proyectil había penetrado por el lado derecho de la cara, seccionando la carótida y saliendo por la parte izquierda del cuello”, lo cual hacía imposible salvar al paciente, mucho más en las condiciones de la manigua. No obstante, la repentina caída en combate de Maceo desató la desconfianza en torno a Zertucha que, agobiado por las acusaciones, decidió acogerse al indulto español. Ello  terminó condenándolo ante la historia como el culpable de aquella muerte, a pesar de que luego volvió a las tropas mambisas y resultó juzgado por un Consejo de Guerra. Pero el estigma de la traición lo acompañó por el resto de su vida, si bien hoy varias investigaciones le hacen justicia y confirman lo infundadas que fueron tales sospechas.

Cuando se habla de la épica de Antonio Maceo y de las proezas que encumbraron su estirpe, puede decirse que el bronce que moldeó su vigor frente a las numerosas heridas, salió de la fibra humana y profesional de los médicos que lo atendieron para salvarlo tantas veces como tantas fueron sus heroicidades. Detrás de esas epopeyas y del título de “Titán” que lo envuelven, se funden, en el mismo hierro, los nombres de cada uno de los galenos que custodiaron su existencia hasta verlo viajar a la inmortalidad.

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Roberto Alfonso Lara

Licenciado en Periodismo. Máster en Ciencias de la Comunicación.

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