Adnaloy bajo el cielo del teatro
Tiempo de lectura aprox: 3 minutos, 34 segundos
“El teatro es la poesía que se levanta del libro y se hace humana. Y al hacerse humana, habla y grita, llora y se desespera”. Federico García Lorca
El teatro puede tener su propio olor. Sus propios ojos, su propia voz; una garganta que vibre, un jadeo incontrolable. El teatro puede ser un frenesí. Una caricia, un guiño, un amante. Las personas que hacen teatro en algún momento, sea cual sea, cambian su vida. Porque el teatro puede ser tan accidental como la vida misma. Crecen. Intentan ser felices. Actúan mientras cocinan, en el baño, cuando caminan y en los arrullos a sus hijos.
Adnaloy Pérez es una actriz cienfueguera que no tenía como opción inicial las tablas. Lo primero fue el ballet. Hubiese sido una gran bailarina. El estilismo del ballet la acompaña. Ojos verdes y medianamente pequeños. Pelo castaño. Sonrisa perfecta: dientes lisos y blancos nácar. Estatura de 1.70 metros aproximadamente. Delgada. Tiene dos hijos. Uno de ellos la acompañaba mientras la actriz contaba parte de su vida. El niño estaba sentado encima de ella, eufórico y alegre. Mientras su mamá hablaba, él detallaba al público o se cambiaba de pierna.
“Lolita Pérez Acosta estudió en la Unión Soviética y su tesis de graduación la iba a realizar acá con la obra El pequeño príncipe. Ella quería en la adaptación, tener a tres niñas del ballet que fueran las musas del aviador. Ahí estuve trabajando en el Guiñol. Habíamos estado en ballet y desde ese momento no hice más nada hasta el 2003”, dice en los inicios del conversatorio-encuentro Café con Arte, auspiciado por el teatro Tomás Terry que rinde tributo a ilustres personalidades cienfuegueras durante la jornada por la cultura cubana, del 10 al 20 de octubre.
“Fui al Preuniversitario Vocacional de Ciencias Exactas y de ahí a estudiar psicología. Hice las pruebas de actuación en 12 grado para el Instituto Superior de Arte (ISA), pero no me llegó. No sabía lo que iba a estudiar, quería ser actriz. Al no poder optar por el ISA tuve que escoger una carrera universitaria. Jamás hice teatro en la universidad”.
La lluvia arreció y empezamos a mojarnos. A la actriz comenzó a caerle una gotera en la frente y espontáneamente ella conjugo la escena con un chiste cubano. Muchachos jóvenes y casi todos con gorras se movieron muy rápido (al punto de correr) para cambiar la estructura montada. En el nuevo espacio ya no fueron necesarios los micrófonos.
Continuaron ambientando el lugar dos mesas redondas, tazas blancas de café encima y una azucarera que hacia ondulaciones y simulaba una cúpula. Ahora ella estaba detrás del busto del gran actor Arquímedes Pous. Tenía un vestido largo con estampado blanco, naranja y amarillo.
Quizás el vestido también tenía algunas anclas. Mientras movían los puestos y se escuchaba aún el murmullo ajetreado, una persona del público le recordó algo, que luego ella expresó con los ojos encendidos.
“No puedo dejar de decir que con 16 años también fui modelo de Lourdes Trigo. Me faltaban centímetros para el 1.70 pero Lourdes y Pablo me enseñaron a caminar en tacones. Posteriormente esto ayudó a mi presencia escénica”.
“Cuando terminé el servicio social, hubo un momento que de malcriada dije que no haría más nada que no fuera teatro. Estuve cinco meses en mi casa, como si fuera una adolescente; hasta subí de peso. Empecé en el teatro por culpa de Atilio Caballero. Mi papá me avisa un día que este estaba haciendo una audición para un grupo en la CEN. Mi papá es mi agente. Pasé la audición, pero aún no daban las casas en la CEN para los actores.
“Al cabo de los meses, vuelve Atilio a hacer otra audición, no le bastó con que ya hubiese audicionado y me hizo audicionar dos veces. Vuelvo a quedar seleccionada, pero siguió demorándose el proceso. Mientras tanto, me ofrecen hacer teatro en el grupo Retablos. Los títeres no eran mi mayor atracción, pero aun así fui”.
Mientras habla, Adnaloy también actúa; utiliza su lenguaje corporal al ritmo de las palabras. Levanta las manos, cruza las piernas, mira al público una y otra vez, mira a su hijo y se ríe, lo contonea para que esté tranquilo y no haga ruido. Lo acaricia mientras él está encima de sus piernas. Su voz siempre de fondo.
“Me entero que en el Dramático iban a estrenar Petición de Mano y estaban buscando desesperadamente una actriz, eso fue en octubre y el estreno era en diciembre. Yo, un poco fresca, sin tener idea de qué era el teatro, llegué allí y no tuve que hacer audición, porque fue suficiente con las que había realizado con Atilio. Desde ahí comencé a trabajar”.
Cuenta que 2003, fue el último año de vigencia del artículo 260, el cual permitía entrar al teatro sin formación. Justamente en 2004, Adnaloy comienza el curso único de titulación para actores que estaban en medios profesionales y no tenían título.
Mientras tanto, en un televisor negro de más de 50 pulgadas desfilan fotos de ella. Un primer plano donde su cara está pintada de colores brillantes. Otro primer plano en blanco y negro. Un plano general de la obra Manera de usar el corazón por fuera. Un plano general del acto fundacional de la ciudad. Un plano detalle en tonos sepia.
“Me encuentro con Daisy Martínez en 2012, cuando me toca asumir la dirección de la sala A cuestas, pero no teníamos dirección artística. Ella regresaba de Malí y así comenzamos a trabajar. Los tiempos han cambiado mucho y de pronto una tiene que hacer otra cosa, dígase televisión, radio. Cada cual se abre brecha y además ayuda a la economía”.
“No sé cuántas obras he hecho, tal vez no tantas, pero sí unas cuantas”.
Los artistas deben perder la cuenta de sus obras, no deben encerrarse a un 50, a un 113, a un ocho. La vida es más que números. Ella sabe bien eso. Ella ahora hubiese podido estar bailando Cascanueces, en una consulta de psicología, en otro país, en otro cielo. Prefirió las tablas, el olor a madera mojada, los aplausos, las luces blancas y rojas que hacen sudar. Prefirió el teatro.
*Estudiante de Periodismo.
Visitas: 4