Fanáticos del verano
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Julio y agosto irrumpen en el año como una especie de temporada relajada y diferente, que los vapores del trópico no logran empañar en el disfrute de los cubanos.
Pantalones cortos, camisetas, trusas, chancletas y prendas mínimas, salen a coger aire por las calles de cualquier ciudad con el desenfado que solo el verano es capaz de proporcionar.
Las vacaciones dicen sí y el movimiento de gente se multiplica en un ir y venir constante hacia playas, presas o algún pedacito de agua refrescante para espantar calores, tensiones y agobios, mientras el transporte hace maravillas para el traslado de personas hacia lugares solamente visitados una vez al año. Los cubanos asumen los días de asueto por su cuenta y riesgo, con sus propias posibilidades a cuestas, en una etapa que se les antoja distinta, quien sabe por qué caminos de la imaginación y la iniciativa.
Ya la escuela recesó sus actividades y los padres guardan las esperadas vacaciones para disfrutarlas junto a sus hijos, visitar a la familia lejana, esperar la media noche entre vecinos frente a un reñido juego de dominó, destapar aquella botellita guardada por tantos meses a la llegada de algún amigo caído del cielo desde cualquier provincia de la Isla…
Las arterías se tornan más populosas, rebosan actividad y se multiplican los caminantes y los compradores en busca de ofertas realmente novedosas y otras no tanto, que durante esta etapa son más necesarios y perseguidos que nunca por lo que “resuelven” en el hogar cuando los muchachos, casi siempre con voracidad de dinosaurios, no paran de masticar y tragar.
Son ellos quienes más se apegan a cada minuto veraniego con la pasión de la mocedad, arrastran en la piel todo el sol al que “los mayorcitos huyen”, huelen a sal y arena, ponen a prueba la vitalidad del esqueleto durante interminables horas de bailes, pedaleo de bicicletas o prácticas deportivas, transgreden los horarios de sueño solo por el placer de saberse trasnochados, son capaces de ignorar los vapores del trópico y hasta disfrutar las temperaturas volcánicas.
Hay quienes aprovechan estos días en reparar aquel desperfecto que por meses permaneció en casa a la espera de ser solucionado y que el indetenible ritmo de la vida diaria, las responsabilidades laborales y sociales fueron dejando para el período vacacional. Es el momento en que las mujeres piensan cambiar de imagen si la suerte les acompaña y los peluqueros no se han sumado también a la vorágine vacacionista, para regresar al trabajo transformadas y nuevas, hacer un tiempecito para la recogida de escaparates y gavetas, botar lo inservible, arreglar los uniformes de los niños para el próximo curso…
Las atracciones culturales, deportivas y de esparcimiento elevan su demanda, mientras los bolsillos hacen peligrar la economía doméstica por aquello de que “una vez al año no hace daño”, cuando impulsados por el calor o el desprendimiento, adquirimos artículos vedados en los restantes meses.
Aquellos que prefieren quedarse frente a la TV con un vaso de limonada en la mano y un ventilador al lado, tienen una oferta más o menos decorosa en la programación veraniega, que atrapa a algunos como un imán y los arraiga a la casa como si en ello les fuera la vida. No importa si ya vieron once veces Lo que el Viento se llevó y se dejan llevar por casi tres horas fílmicas atados a los caprichos de Scarlett O’Hara, los tormentos entre el amor y la carne de Ashley Wilkes y el cinismo de Reth Buttler.
Y es que en las vacaciones “cada cual se divierte a su manera”, como reza una añeja canción infantil, aparentemente nimia y sin mayores trascendencias, pero que encierra toda esa disposición para el disfrute y el esparcimiento, porque los cubanos somos fanáticos del verano.
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