Cuento de hadas interclasista en la alta burguesía mexicana

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De forma todavía tímida, pero loable, la teleficción mexicana incursiona en temáticas de imprescindible abordaje, a la manera del machismo y el reacomodo de los roles de género.

Hace unos meses fue estrenada en el planeta la serie humorística El rey de los machos (Star+, 2024), de la cual este comentarista esperaba muchísimo más, al ser creada por la ingeniosa dupla de los argentinos Mariano Cohn y Gastón Duprat, pero que al menos ya se atrevió a tratar de forma bastante cuestionadora un flagelo tan arraigado en México como el machismo.

Exhibida en la Televisión Cubana en el horario infanto–juvenil de las 7:30 p.m., estuvo otra serie que tiene de personaje central masculino a un niñero, rol que, tanto en la tradición audiovisual como en la vida real, se asocia allí y en todas partes con el sexo femenino.

Si bien El niñero (Netflix, 2023) solo eso tiene únicamente de audaz.

Éxito de recepción para su plataforma, el material forma parte de la alianza de la casa de la N roja con México. Tal acople le ha reportado pingües beneficios al gigante californiano del streaming. Sin embargo, los dividendos no son los mismos en el aspecto artístico.

Materiales del corte de ¿Quién mató a Sara?, La venganza de las Juanas, Oscuro deseo, Donde hubo fuego, Perfil falso o la recién estrenada Accidente, entre otras, cruzan la no tan delgada línea entre el terreno de las series y el de las telenovelas. También El niñero.

Son series–telenovelas, impersonalizadas por Netflix para destinarlas a un receptor global y convertirlas en productos sin identidad, invariablemente ambientadas en fastuosas mansiones burguesas.

A todas las protagonizan actores de cuerpos curados en gimnasio, o retocados mediante transformación física digital, a quienes la cámara observa de la forma más voyerista y exhibicionista posible.

Justo esto último ocurría en La venganza de las Juanas con el personaje defendido por el actor Iván Amozurrutia. Era cosa de tiempo, pues, que Netflix no pensase en él para convertirlo en el objeto del deseo de alguna serie–telenovela.

Y lo eligieron para escoger el niñero de la pieza del mismo nombre. Obvio, es un trabajo donde participan niños, el tono no puede ser el mismo. Salvo el episodio cuando sale de la piscina y su cuerpazo pone a temblar a su empleadora y a su amiga (también a algunos hombres, ya se verá minutos después), no ocurre como en los otros títulos antes mencionados, dirigidos a un público más adulto.

Las líneas de guion de este cuento de hadas interclasista en la alta burguesía mexicana que es El niñero se adivinan desde lejos, aunque no por ello deje de ser entretenida y de manejar con encanto la atracción entre Gabriel, el encargado de los pequeños, y Jimena, la dueña de la mansión y empresaria madre de tres hijos, algunos años mayor que él.

Hay empaste o química entre Amozurrutia y Sandra Echeverría, quien la incorpora. Ello coadyuva a que, cuando comparten cuadro, el material levante. De igual modo, a los diez episodios le produce un efecto beneficioso el componente humorístico incorporado a la trama.

La escena del 1×07, cuando Jimena se trepa al árbol para espiar al niñero y a su amiga Brenda, quien pretende llevarlo a la cama –con el consustancial desespero de la patrona–, resulta hilarante; no importa que se haya filmado antes un millón de veces.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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