Puedo acordarme
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Hace aproximadamente seis meses escribí acerca de “los olvidos innecesarios”. Aquella vez advertí que no debíamos confiarle todo a la memoria; por eso sugerí lo importante que resulta anotar cualquier tarea pendiente. Hoy vuelvo sobre el tema para profundizar más.
Olvidar algo que debemos, necesitamos – incluso deseamos hacer – es un evento en que la memoria nos juega una mala pasada. Salimos de casa y, a mitad de camino sentimos que algo nos falta. Esos olvidos que son parte de la condición humana, despiertan más preocupación de la que merecen.
Lo primero que se nos ocurre pensar es que nuestro cerebro ha enfermado. Y lo hacemos sin considerar que son la prisa y la sobrecarga de información, los culpables de tantas omisiones. En ese torbellino de estímulos, la mente selecciona aquello que considera más urgente para dejar en segundo plano lo que supone menos relevante.
El resultado es que ciertas tareas se desdibujan y terminan olvidadas. No se trata de un fallo grave de la memoria, sino de una consecuencia natural de vivir saturados de prioridades y demandas que muchas veces nos parecen asfixiantes.
Lo anterior pudiera deberse a varias razones. La más frecuente, la distracción. Si intentamos hacer varias cosas al mismo tiempo, la atención se fragmenta y a la memoria le resulta difícil entrar en detalles.
Otra causa es el estrés, que actúa como ruido de fondo para impedir la concentración. También influye la rutina, porque las tareas repetitivas tienden a automatizarse y se vuelven menos visibles para la conciencia. Y, por supuesto, el cansancio físico y mental, que reduce la capacidad para retener información.
Lo importante consiste en no caer en la trampa de imaginar que cada olvido sea la señal de una enfermedad mental. Muchas personas, especialmente los adultos mayores, se atemorizan si olvidan una cita o confunden una fecha. La mejor noticia al respecto es que se trata de lapsos normales.
Lo angustioso se relaciona con la frecuencia, la intensidad y el impacto que los olvidos ejercen en la vida diaria. Aunque, un olvido ocasional, en nada significa motivo de alarma; en todo caso el aviso de que se deberá organizar mejor el tiempo, y cuidar la atención.
Además de la lista de tareas de la noche antes, propuesta en el trabajo anterior, existen otros recursos de los que nos podemos beneficiar.
Lo primero, en relación con la lista de tareas de marras, sería útil colocarla en un bolsillo de la ropa que usamos a diario, en la puerta del baño, el espejo o el refrigerador. Esto ayuda a que la estemos viendo continuamente.
Otro recurso consiste en crear rutinas fijas, como asignar un lugar específico para llaves, documentos o medicamentos de uso diario, lo que evita pérdidas o extravíos en medio del caos diario.
Muy de moda, junto a la mayoría de nosotros, los teléfonos móviles contienen calendarios y recordatorios que pueden avisar mediante alarmas sonoras. Configurar alertas para cuanto debemos hacer, será siempre una herramienta sencilla y eficaz.
Si de buenas a primeras algo se nos olvida, lo mejor es respirar profundo, con suavidad, y cambiar de pensamiento. Pasado un rato, aflorará a la conciencia lo que se había olvidado.
Nada de abrumarse con angustias. Los olvidos frecuentes son parte de la condición humana, así que evitemos creer que son una amenaza. Más que preocuparse por lo que se haya olvidado, conviene aprender a convivir con esos lapsos, organizarse mejor y aceptar que la memoria también necesita descanso.
El diario vivir está hecho de tareas cumplidas y tareas olvidadas. Lo importante es evitar dramatismos, dejar de pensar en enfermedades donde solo hay distracciones, y apoyarse en herramientas que permitan recordarlo todo.
La palabra de orden es que siempre “puedo acordarme”. Todo es cuestión de dar tiempo para lograrlo.
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