Nieve y sol

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La manera de escribir con que Isora Morales Suárez (Ciego de Ávila, 1965) se acerca a los niños y jóvenes, distribuyendo certeras dosis de fantasía, organizando el idilio, revistiendo ensueños de materia concreta e incluso alcanzable, maquillando la realidad para alertarlos acerca de los peligros que esconde, caja de pandora dentro de la cual —sujetos a la condición humana—deben llevar a cabo sus existencias como personas, ciudadanos, hombres o mujeres encadenados al género, nacionalidad, estado civil de sus padres, condición social e ideología es un estilo y hacen de Si la nieve cayera…(Ediciones Mecenas, 2021), un libro singular, atendible en el panorama de la literatura infanto-juvenil escrita en Cienfuegos.

Premio Fundación de Fernandina de Jagua, 2019, el texto es o clasifica como noveleta, novela corta o relato largo al que la autora fragmenta en ocho partes, “El escenario”, “Si la nieve cayera…”, “¡Ay, mi mamá es una poeta!”, “Dragones de mar”, “Charito y Baíto”, “Nubes negras”, “Se busca esta gata”, y “Ojos de maní”. Cada una puede leerse con independencia y parecer un cuento, aunque el gozo, la eficacia literaria se encuentra al seguir, en la interdependencia del conjunto, el recorrido propuesto de principio a fin.

La historia se ocupa de siete personajes, en La Ciudad Nuclear. Ese resulta el escenario elegido por la autora para contar que allí —en el cotidiano paisaje de edificios grises, esquinas rotas, calles maltrechas, afectados por la violencia familiar, miembros de hogares disfuncionales, donde miedos, incertidumbres y carencias son el pan de cada día— mal viven y a pesar de ello o por la velocidad que el sueño, obstruido, alcanza a partir de los exabruptos citados, los hace compartir un deseo. Poseen el mágico anhelo de querer ver, algún día, la nieve, tocar su perfecta blancura, sentir el frío, helarse, como en las películas románticas de Hollywood o en los dibujos animados de Disney, con el éxtasis de su pureza. La realidad, gracias a la literatura y la mano de Isora, no impide a los protagonistas cambiar el orden establecido y disfrutar la ansiada nevada cayendo sobre la Perla del Sur.

Además del disfrute que me ha producido la lectura, me ha hecho recordar y detenerme en dos cuestiones fundamentales: la obsesión que en el Caribe, donde el sol gobierna los 365 días del año, produce la nieve —sus distantes posibilidades— cambio, alternativa o escape a las llamas, el calor y los sudores como sinónimo de pobreza y subdesarrollo. La importancia simbólica del hielo, en este caso en forma de lluvia, blanca, para los cimientos de la cultura Occidental, digamos en la construcción de nuestros imaginarios tercermundistas, es el otro asunto.

La nieve, en literatura, es asunto revisitado, aparece, personaje omnisciente, goteando en la mano de muchos autores y llena páginas de cualquier índole, color, registro, sin embargo no se encuentra, aparece poco en nuestra literatura para niños. El riesgo, incluso el aporte o uno de ellos, de la autora, es el inteligente uso que hace de la inocencia representada a través de los copos, denunciando la grisura de su entorno social, afectado por la caída del Muro de Berlín, el derrumbe del campo socialista en Europa del Este y sus consecuencias en el resto del mundo, incluyendo Cuba.

El adolescente, a medio camino entre el niño que fue y el adulto que será, no sabe quién es aun, o qué será. Su imaginación, en edad sensible, es furtiva y alucina, plagándose de dudas, e incongruencias. No podemos nosotros, lectores adultos, ser ingenuos y dejarnos llevar por la calidad prosística de la autora; reconozcamos que escribe para un adolescente que despierta o se abre a un mundo hostil, en ocasiones despreciable, cada vez menos hecho a la medida de la infancia.

La literatura es una de las mutaciones de aquel fuego primigenio alrededor del cual el hombre —con él la especie completa— algún día se sentó a hacer cuentos, a contarse la vida, relatarse días y noches, organizar el futuro o imaginar —cuando fue prehistórico— cómo cazar el mamuts, planeando la hazaña. Scheherezada es continuación de ese fuego y lo personifica en el deseo de hipnotizar a quien le dará muerte si deja de entretenerlo. Entre los poderes del fuego, sus bondades, y la cronista de Las mil y una noche, contar, la posibilidad de narrar, permite a la familia reunirse en torno a la palabra escrita, poner al niño, a los adolescentes, al centro, devolviéndoles el sentido a los antiguos saberes que son la amistad, el compromiso, la bondad, el humanismo, la solidaridad, el amor al conocimiento.

La familia cienfueguera no dejará de encontrar en el libro que les presento una excelente oportunidad para reunirse y leer, acompañándose mutuamente a lo largo de las posibles edades mientras imagina la nieve, su significado.

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