Abuelas de todo tipo

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No las recuerdo únicamente en días señalados. Eso sería un falso homenaje a su memoria. Habitan en mis pensamientos siempre, en buenos y malos momentos, cuando las cosas salen bien y les dedico cualquier pequeño logro; o cuando la vida no muestra su mejor rostro y entonces reaparece su presencia a manera de manta protectora, que devuelve fuerza y optimismo.

Las abuelas se marchan a veces prematuramente, cuando ni siquiera tenemos conciencia de lo valiosas que son. Sin embargo, quedan ancladas a cada evocación de nuestra infancia que anda por ahí haciendo de las suyas, mostrando el pasado como un tiempo verdaderamente feliz, porque en la inocencia de la niñez no cabe la infelicidad o desesperanza.

Si fuéramos a clasificarlas, ¿cuántos tipos de abuelas existirían? Todas cuantas permita nuestra imaginación. Existen las abuelas de todos los días, con la inmensa suerte de estar cerca de su descendencia; o esas allende fronteras o mares, que acurrucan a sus muchachas o muchachos corazón mediante, con cada recurso tecnológico disponible, porque la distancia física ha marcado su “abuelitud”.

Las que leen a sus retoños ese cuento para dormir, o las que sobreprotegen ante un regaño ajeno, en franca vocación consentidora. Las abuelas/padre o las abuelas/madre, que suplen durante la crianza la ausencia de sus hijas o hijos, y hacen más llevadera esa falta para nietas y nietos.

Las que llevan al Círculo Infantil todos los días, o las que cuidan en semanas de receso escolar y meses de vacaciones. Las que estudian, trabajan, bailan danzón los domingos, o ya dominan a la perfección los entresijos de Facebook y Whatsapp.

Sin ánimos de caer en estereotipos, existen las encanecidas y también las de cabello teñido, las sencillas o las presumidas, las sedentarias o las superabuelas capaces de derribar ciudades o campos en una bicicleta; las que ya llegaron a la tercera edad y las menos “entraditas” en años.

Y todas, absolutamente todas, tienen el mérito indiscutible de habernos regalado a nuestras madres y padres, de propiciar que cuando las miremos o pensemos en retrospectiva, sepamos inmediatamente de dónde venimos, quienes somos, a quienes nos debemos.

No existe un tipo mejor u otro peor de abuelas, siempre y cuando por amor salten muros por sus nietos. Independientemente de su físico, personalidad, preferencias o adicciones, mantienen esa condición que la vida les otorgó, de maternar por partida doble, con doble cuota de amor.

Llevo muchos años queriendo escribir una crónica sobre las abuelas, pero me detiene a veces el temor de no hacerlo a la altura de esos seres cuasi míticos, envueltos en el halo del más auténtico afecto. He querido narrar todo tipo de vivencias, de días y noches de mi vida donde la palabra abuela fue protagonista. Lo he intentado este segundo domingo de mayo, pero pensándolo bien, más que con el habitual punto final, estas líneas deberían terminar con puntos suspensivos, como si se tratara de un texto perpetuo, tan infinito como ellas, las abuelas de todo tipo…

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